Sanar la autoestima desde el autoconocimiento

Autoestima:  Forma en que las personas se sienten con respecto a sí mismas, y cómo se valoran.

Nos hemos acostumbrado a describir nuestra autoestima en términos “baja” o “ alta”. Y todas las personas la queremos alta.

Cuando en terapia indagamos en qué significa autoestima alta, nos encontramos con una definición casi mágica, pues se relaciona con poder enfrentar (todas) las situaciones problemáticas desde la seguridad y, por tanto, dar buenas soluciones, manejar conflictos sociales saliendo airoso, aceptar el rechazo sin pasarlo mal, arriesgarse ante un peligro, no tener debilidades ni puntos flojos, no tener inseguridades, etc.

Queremos aprender herramientas y estrategias para poder llevar a cabo los sueños expuestos anteriormente. Queremos dejar de lado las debilidades y aquellas características nuestras que nos parecen terribles y que no llevan a nada, y transformarlas en virtudes, capacidades y habilidades consideradas positivas. Queremos dejar de ser nosotras mismas, ser otra persona.  Una batalla perdida.

En toda esta idea hay un trasfondo de comparación. En la propia definición de autoestima ya se habla de “valorar-se” a una misma. Siempre que hay una valoración sobre algo, se realiza en comparación con un referente. Yo soy “mejor” o “peor”, (¿ que quién?) “buena” o “mala” (¿comparada con qué? ¿para quién?)

Siempre hay algo con lo que entrar en continua comparación: con los demás, con la idea que tenemos de los demás,e incluso con una idea hiper-mejorada de nosotras mismas.

Con esto quiero decir que tenemos una idea de la autoestima mal planteada desde el principio. Suponemos que estaremos mejor con una autoestima alta, pero desde “lo alto” seguiremos manteniendo el puesto a costa de compararnos con los que están a bajo.

Quizás es mejor empezar a hablar de una autoestima sana,  ni alta ni baja. Y una autoestima sana deja de lado completamente la comparación. No la necesita.

Un pequeño inciso para exponer la diferencia entre Ideal del yo y Yo ideal, términos que nos van a servir para enlazar autoestima y autoconocimiento.

Ideal del yo: lo que debo ser , la imagen que se debe tener para ser digno de amor.

Está fundado sobre lo que imaginamos que son los valores del otro. Si soy así y hago esto, me querrán.

Yo Ideal:  lo que considero que debo hacer para estar de acuerdo con mis propios valores y poder realizarme plenamente.

En el ideal del yo hay un proceso comparativo. Mi referencia son los valores del otro.

Debemos empezar a dejar de lado Ideal del yo y centrarnos en el Yo ideal, que trabajará en la búsqueda de uno mismo, en construir los propios valores y , valga la redundancia, darles valor. El foco de atención dejará conseguir amor del otro, sino en amarse uno con lo que es, con lo que tiene y no tiene, con sus luces y sombras.

La base de una autoestima sana es el autoconocimiento.

“Conócete, acéptate, supérate”

San Agustín.

“Nosce te ipsvm” Conócete a ti mismo

“Nosce te ipsvm” Conócete a ti mismo

El autoconocimiento es el resultado de un proceso de reflexión mediante el que se adquiere la noción de nosotros mismos, de nuestras capacidades, limitaciones, cualidades y defectos. Nos permite reconocernos como individuos únicos, diferentes de los demás.

Podremos sacar información para conocernos a través de la relación con nosotras mismas y con los demás.

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Vamos a encontrar cosas que nos agraden, que nos desagraden, que nos encanten y que odiemos. Todo esto nos hace únicos y nos define como personas.

A medida que recogemos información, vamos configurando nuestro autoconcepto. Esto son las creencias que tenemos de nosotros mismos. Estas creencias se van a manifestar en nuestra conducta. Si creemos que somos , por ejemplo, “tontos”, actuaremos como tal, y todo lo contrario si nos creemos “inteligentes”.

Poco a poco iremos realizando la autoevaluación de lo que somos. Es necesario ser críticos con nosotros mismos . De todas las cosas que vamos averiguando , tendremos que identificar lo que nos beneficia, es decir, nos ayuda y hace crecer, o nos entorpece en nuestro desarrollo como personas.

Casi de forma inevitable entraremos en un proceso de juicio hacia nosotras mismas. Hemos ido viendo cosas que nos encantan, pero también cosas que nos desagradan. Seguramente habremos visto más cosas desagradables y que no queremos tener ( por eso de compararnos con un referente ideal, como explicaba con anterioridad)

Es importante en este paso no caer en una valoración personal global. No somos “malos, egoístas, sumisos, tontos, etc.”. A veces podemos tener comportamientos/actitudes así. Pueden ser una parte de nosotros, los tenemos, pero no lo somos.

Muy ligado a este momento de evaluación está el de autoaceptación. Admito en mi todas mis características. Reconozco mis formas de sentir y ser. No tengo nada bueno ni malo. Soy lo que soy.No me culpo de lo que soy, sino que me responsabilizo de ello. Cuando me responsabilizo, puedo buscar soluciones y mejorar.

“Lo que resistes, persiste

Lo que aceptas se transforma”

Cuando legitimo lo que soy, es decir, cuando me doy derecho a ser lo que soy, empiezo a trabajar en el respeto hacia ello. Empiezo a tratarme bien, no por nada especial, simplemente porque soy y lo merezco. Atiendo mis necesidades,  deseos y valores. Expreso y manejo de forma adecuada hacia mí y los demás mis los sentimientos y emociones. Me cuido, me atiendo, me protejo. Empiezo a amarme.

(Artículo de asertividad estaría guay)

En la cúspide de la pirámide encontramos la autoestima.

Es el resultado final y la síntesis de los pasos anteriores. Si me conozco, voy creando mi escala de valores , me acepto y me respeto, mi autoestima será sana.

La diferencia entre autorespeto y autoestima se encuentra en que el autorespeto está basado en cómo me trato, y la autoestima corresponde a lo que yo siento y pienso sobre mí. Son dos conceptos que correlacionan. Es interesante caer en la cuenta de que, si empiezo a respetarme, iré en camino hacia una autoestima sana. Primero es empezar a hacer cosas por uno mismo.

Una etapa que no debemos olvidar en el viaje al autoconocimiento es saber desarrollarse.

Recordemos la frase de San Agustín “Conócete, acéptate, supérate”.

El autoconocimiento no solamente se basa en las limitaciones, sino que también debe de tomar en cuenta nuestras fortalezas. El punto central de esto es tratar de superarnos como personas, ser mejores personas. Es posible porque todos nacemos con cualidades, virtudes, habilidades y capacidades. Simplemente no las vemos, o no las consideramos suficientes.

Arriesgarte a conocerte, dejar de lado las comparaciones y trabajar en una mejor versión de ti misma que incluya todo lo que eres.

Todo lo que ocurre en tu vida es importante (cuando estás mal y no sabes por qué)

“Tampoco me ha pasado nada grave como para estar así, tan mal…”

…dijo el otro día una persona a la que atendí en Grupo Crece. “ No lo entiendo” añadió.

No sabe exactamente a qué viene, pero ella no se encuentra bien.

Entre mis preguntas y sus respuestas, va relatando los últimos acontecimientos ocurridos en los dos últimos años.

En ella existe un patrón muy curioso, y es que cada vez que habla y describe alguna situación difícil , sus ojos se humedecen, pero rápidamente encuentra la forma de que aquello que causó dolor ( y le causa al recordarlo), deje de hacerlo. Busca explicaciones racionales, toma en cuenta todas las variables que puedan explicar el problema, y a veces hay alguna frase del tipo “ y ocurrió y ya está, ya pasó”. Pero de nuevo sus ojos dejan claro que no está, que no pasó.

“ Soy muy racional”, añade como una de sus virtudes.

Y eso es lo que pasa con la mayor parte de las personas racionales: que van pasando por dificultades, como buenos seres humanos que son, pero no les parecen lo suficientemente graves y traumáticas como para darles importancia . Su lógica les hace poder explicarse los problemas, racionalizarlos ( que para la superación de dificultades es una parte también importante), pero no se dejan sentir la emoción que viven, el dolor, el sufrimiento.

“ No debería ponerme así por esto”, “son cosas tontas”, “ dice, mientras va relatándome pérdidas y pérdidas, de pareja, de trabajo e incluso menciona la interrupción voluntaria de un embarazo no deseado…Hace años un trastorno alimentario de su hermana…y aún no he podido ir más atrás en la historia personal, pero viendo cómo van sucediendo las cosas , me temo que hay muchas historias para no dormir en su vida. Cuento con que para ella serán cosas nimias, absurdas. También cuento con la realidad: y es que ella está sufriendo.

Busca el Gran Trauma, algo que justifique su pocas ganas de sonreír. Y son los pequeños traumas no sentidos, no valorados, los que van construyendo ese gran trauma.

Toda esta historia para decirte que CUALQUIER SITUACIÓN QUE TE PROVOQUE DOLOR ES IMPORTANTE. Dales su justo valor. Son cosas que tu corazón siente y que en ti provocan dolor, y sólo por eso es necesario que las valides, que te enfades, indignes o que las llores…

Todas esas “nimiedades”van dejando en ti posos de miedo y otras emociones difíciles que pueden hacer que ahora sientas una angustia extraña  al enfrentarte a tu vida.

Empezar a tener tu historia en cuenta no significa que empieces a hacer un mundo de un grano de arena.

Hablamos de darle el valor justo y necesario a tu vida,  a tus cosas, a los acontecimientos que van configurando tu historia, a tus sentimientos y, en general a ti.

Cuando estás mal y no sabes por qué, es que hay muchas cosas que se te han ido acumulando y que hay que ir desgranando para que de verdad puedas dejarlas atrás.

NUNCA OLVIDES QUE ERES MUY IMPORTANTE

Raquel Ibáñez Ortego

Psicóloga y formadora

Grupo Crece

 

Relaciones sanas: La importancia de dar y recibir

Los vínculos personales se basan en una confianza mútua, y esto implica tener una relación sana con el hecho de dar y recibir. Este equilibrio consideramos que es muy importante en psicoterapia en nuestro centro de Psicología.

Dar implica ofrecer ayuda, apoyo, tiempo… pero también, darse al otro sin tener que ocultar nada, sin tener que disimular nuestra vulnerabilidad. Pero dar sin recibir es algo que queda a medias, sería como estar en una relación asimétrica donde no se fluye un equilibrio entre las partes.

Saber dar también implica, saber recibir.

Recibir desde la humildad de la necesidad, desde el respeto a lo que el otro puede dar, desde el agradecimieno y el dejarse sostener. Recibir, nos coloca en la vulnerabilidad, y aveces, nos cuesta asumir esa parte de nosotros.

Como véis, dar y recibir son dos caras de una misma moneda a la hora de establecer vínculos seguros y saludables.

Me vienen estas cuestiones para la reflexión.

¿Cómo es mi forma de dar?

¿Inhibo algo al dar o darme?

¿Doy desde el paternalismo?

¿Doy para recibir?

¿Doy lo que yo necesito recibir?

¿Doy sólo si me piden?

¿Siento que invado si doy?

¿Hay cosas que doy que no funcionan de una manera sana?

¿Cómo es mi forma de recibir?

¿Acepto lo que me dan?

¿Me siento de menos si me dan?

¿Cierro la posibilidadd de que me den?

¿Pido todo el rato?

¿Siento que recibo poco de lso demás?

¿Siento que lo que recibo no es para mí y añoro lo que recibien otros?

¿Me justifico si pido?

¿Me cuesta agradecer?

En las relaciones humanas sanas, cuando nos piden nos sentimos dignos de la confianza del otro, y esto refuerza dichas relaciones. Cuando damos nos sentimos valiosos para la otra persona y para la propia relación que compartimos. Nos sentimos valiosos para el mundo.

Cuando pedimos o nos dan, mostramos al otro la humildad que nos hace iguales y esto, favorece las relaciones equitativas. Nos mostramos abiertos y vulnerables al otro, y se refuerza la intimidad en las relaciones y la sensación de unión y equipo.

Lo que sentimos en el proceso de dar y recibir es esencial par ael vínculo sano: alegría, agradecimiento, confianza, consuelo, alivio, humildad…

Probadlo estos días y nos contais vuestras reflexiones.

Relaciones que duran. ¿Cuáles son las claves?

 

El amor en tiempos de Tinder, la familia en tiempos de desapego, la amistad en momentos de ambición…. ¿Cómo se consigue, en este contexto, construir relaciones estables y duraderas?

Una de las primeras cosas que valoramos en una terapia psicológica es el universo vincular de la persona que atendemos: qué personas le rodean, desde cuándo están ahí y cómo es su relación. Un universo vincular sano es uno de los mayores predictores de mejoría.

Las relaciones que tenemos hablan de nosotros, de nuestras motivaciones, de nuestra manera en la que nos manejamos con el otro, de nuestro estilo comunicativo, y también nos afectan a la hora de enfrentarnos a las tesituras de la vida.

Ante situaciones complicadas de la vida tenemos dos opciones: construir defensas para evitar el fallo y el daño, o conectar con las amortiguaciones que tenemos en caso de caída y que nos ayudarán a sanar el dolor. Las personas con vínculos estables y sanos, tienden a tener estilos de afrontamiento más activos, con menor miedo al fallo, mientras que las personas con ausencia de vínculos estables y sanos tienen una mayor tendencia a la autodefensa, desde un estilo de afrontamiento evitativo o agresivo.

Es común oír hablar hoy en día de la necesidad de desapego. Frases y eslóganes inundan las redes sociales con un mensaje simple: el apego daña. Estas frases, como todas las que generalizan y se muestran como panaceas para el malestar humano, son tremendamente peligrosas.

Si bien es necesario que las personas sean independientes, inviertan en su bienestar y sean el motor activo de su vida, no podemos olvidar que el ser humano es un animal social, que necesita del otro para estar bien, y que estar bien con los demás no es incompatible con estar bien con uno mismo.

Por eso, el primer paso para construir relaciones estables, sanas y significativas es reconocer su importancia y su aporte a nuestra vida y nuestra salud mental.

Si las relaciones siempre entrañan un punto de complejidad, las relaciones a largo plazo, más. Pero si bien hay muchos factores que favorecen que las relaciones se mantengan en el tiempo (valores comunes, planes de vida comunes, motivación por conceder espacio al otro en la agenda a pesar de las épocas), hay un factor que es vital para que las relaciones se mantengan en el tiempo de manera nutritiva: adaptarse a los cambios vitales y construir una evolución en la relación, y así evitar una relación tóxica.

¿Qué significa esto?

Que un hijo de 20 años no podrá sentirse cómodo con sus padres si le tratan como si siguiese teniendo 5. Que mantener una relación de amistad no puede anclase en las noches de juerga de los 20. Que un empleado no se sentirá valorado si sus condiciones y sus funciones siguen siendo las mismas diez años después de entrar en la compañía.

La vida avanza y es imparable. Cambiamos: nuestras motivaciones, nuestras necesidades, nuestra situación vital…. Por eso, cualquier relación que se proponga para mantenerse en el tiempo tiene que aceptar esos cambios, como oportunidades para reconfigurar la relación de unan manera satisfactoria para todos.

El cambio no es el enemigo, sin embargo, así lo entendemos. “Ahora que tiene novio no hará cosas conmigo”, “con su nuevo trabajo me va a dejar de lado”, “la enfermedad de su familiar va a disminuir su rendimiento”… Todas estas premisas son las culpables de que rompamos lazos, llevan implícita una idea estática (si las cosas cambian ya no hay espacio para nosotros) y dicotómica (o estamos como sabemos o no estamos).

Cambiar la manera de afrontar los cambios, visualizándolos como una oportunidad para construir un nuevo escalón en nuestra relación nos hará fortalecer el vínculo, mandando un mensaje de apego seguro: juntos podemos encontrar la manera de hacer algo diferente que nos sea satisfactorio.

Esa construcción necesitará de sinceridad y de responsabilidad para expresar al otro lo que necesitamos de él. Es posible que en los inicios, tras un cambio, las relaciones necesiten de un reajuste. Una forma de negociación implícita en la que cada uno va mostrando sus límites y sus necesidades. Ese reajuste será el andamiaje de lo que más tarde será una sucesión de ladrillos que crearán una nueva realidad.

Y al final, esos peldaños construidos y transitados con el otro son los que os identificarán y os harán sentir esa gran sensación de que, juntos, podréis acompañaros en todas las tesituras de la vida.

El amor, ¿de quién depende?

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Si en algo coincidimos todos es en que el amor es difícil. Desde encontrar una persona que te genere ese nosequé que queseyo hasta mantener una relación duradera, hay una sucesión de pasos que hacen que concluyamos que esto del amor, es casi un milagro.

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Cierto es que, en este juego del amor, hay muchos factores incontrolables. No podemos controlar que las personas que encontramos en nuestro camino
cumplan con nuestros estándares, ni que  estén abiertos a emprender el camino de apertura y descubrimiento que implica el inicio de una relación, ni que busquen el mismo modelo de relación que nosotros y nosotras... Sin embargo, vivirlo desde una vision casi azarosa nos puede hacer tomar una
actitud de gran pasividad, que derive incluso en actitudes apáticas o
defensivas.

Pero, ¿donde estamos cada uno en todo esto? ¿Seguimos siendo la princesa a la espera de que el príncipe luche contra nuestros dragones para abrirle nuestro corazón? ¿Seguimos siendo ese príncipe a la espera de encontrar una princesa que se entregue plenamente después de proponernos un reto para sentirnos seguros? Sin duda, este planteamiento pasivo del amor nos traslada a lugares tan antiguos como peligrosos.

Necesitamos conquistar nuestro territorio, tomar nuestra parte de responsabilidad en cada uno de los pasos y ejercer nuestra parte de poder.


¿Estoy haciendo todo lo que está en mi mano hacer para conocer a personas?

¿Estoy favoreciendo que esta relación avance?

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¿Qué puedo hacer para que mejore esta crisis de pareja?

¿Tengo heridas que están influyendo en este campo y debería sanar?


Este enfoque nos permitirá dar luz a un mundo que en ocasiones nos confunde con sus sombras, nos hace sentir perdidos y nos llena de angustia. Tomar nuestra responsabilidad nos coloca en un rol activo, nos abre esperanza y una visión positiva, o, al menos, más poderosa.

Pero, ¿por qué nos cuesta tanto tomar nuestra parte de responsabilidad?

Históricamente, el amor se ha tratado de manera categórica, entendiendo que existe sólo una manera de amar, una manera de vivir el amor, como si fuese una calle de sentido único. Esto nos lleva a esa actitud de dejarnos llevar, sintiendo que en ese carril habrá giros a la izquierda y la derecha que, suponemos, forman parte del camino. Nos lleva a vivir esos giros como inesperados, y a no saber cuándo se volverá a re alinear el camino.

Por eso, reconozcamos la complejidad de tan amplío tema, con todas sus matices, viendo las partes que no controlamos, pero sin perder de vista todos los campos en los que nuestra influencia va a tener un peso clave. Y una vez detectadas nuestras responsabilidades,  nuestro poder, ¿vas a renunciar a él?

Quiero ser perfecta/o

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En terapia, tras muchas frases de angustia, de duda, de inconexión absoluta entre ideas, jaleo de emociones, pensamientos destructivos y sufrimiento a raudales, en muchas ocasiones lo que leo entre líneas es sencillamente :  

QUIERO SER LA PERSONA PERFECTA.

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Querer manejar conflictos sin un ápice de descontrol, gestionar emociones negativas sin que desborden y que duren poco en el tiempo, ser divertida, simpática, inteligente y con palabras siempre razonables y justas, resolutiva en el trabajo, tener un cuerpo estupendo, disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, dar tiempo a mi pareja, ser una madre/padre que atienda a sus hijos y les de el tiempo que necesitan y les enseñe la felicidad…Y todo esto a la vez!

 

En la perfección una imagina el éxito. Si tiramos del hilo , tras el “éxito” lo que encontramos es la necesidad de amor, de que me valoren y quieran. Y si tiramos un poco más, encontramos el miedo a defraudar a…( siempre hay alguien, que curiosamente suele ser un padre/madre/ familiar).

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Pero en la perfección olvidamos la otra cara de la moneda: el que se encuentra por encima de otras personas ( pues ser perfecta no es otra cosa que ser mejor que otras), se encuentra en la más pura soledad. Si somos perfectas no necesitamos a nadie, pues en nosotras está todo. Estamos completas. Y ¿ Cómo puede sentirse una persona al lado de otra que no se permite ni necesita nada de nadie? Todo el mundo necesita ser valorado, pero al lado de una persona perfecta nadie se siento valorado, pues el perfecto lo absorbe todo. Conclusión, el perfecto es el primero que se excluye y se acerca a la soledad que tanto teme.

Si quieres llegar a ser la mejor persona, trabaja en tu propia imperfección.

El imperfecto que se acepta como tal, deja de tener miedo a cometer errores, pues sabe que los habrá, que de ellos aprenderá y que con ello conseguirá sus objetivos.

El imperfecto que se acepta, se sitúa al mismo nivel que el resto de humanos ( imperfectos como él), por lo que las relaciones se viven desde la igualdad, dejando de lado las comparaciones, la soberbia, las envidias y el sentimiento de inferioridad.

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El imperfecto que se acepta, entenderá la imperfección del otro, por lo que no le considerará inútil, tonto o inferior, comprenderá que hay cosas en las que el otro no es tan hábil, pero le respetará como ser humano.

Así que sólo te deseo que tu objetivo sea ser el/la PERFECTO/A IMPERFECTO/A.

Raquel Ibáñez Ortego

Psicóloga y formadora

Grupo Crece


 

 

Las mujeres y el liderazgo

Dos olas históricas de lucha feminista, la primera desde mediados del siglo XIX hasta mediados de los años 30 del siglo XX; la segunda desde los años sesenta hasta los ochenta del siglo XX, nos traen hasta el momento actual. Las mujeres siguen luchando en lo que, más que una ola, se ha convertido en un mar bravo, con movimiento y avance constante. De esta manera, van conquistando hitos y lugares donde antes no tenían cabida.

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Uno de esos lugares son los puestos directivos y de responsabilidad de las empresas. Las mujeres están llegando cada vez más alto en la jerarquía de las empresas, pero, a muchas de ellas, esto les está costando una gran revolución en su autoconcepto y confianza. Y es que no son pocas las que  se plantean: ¿Seré capaz de cumplir las expectativas? ¿Me van a tomar en serio? ¿Voy a saber defender mi posición?

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Cada vez  más consultas acuden a nuestra consulta mujeres válidas, inteligentes, formadas, con experiencia y carisma que se sienten inseguras en sus roles de liderazgo. Y, en ocasiones, incapaces de ejercerlo. Esto les hace vivir sus ascensos con gran ansiedad, errar en sus primeros pasos y crear una ruptura con las actitudes y acciones que les llevaron a ese puesto.

Esta inseguridad esconde un gran peligro que puede llevar a deshacer el camino andado. Este peligro radica en que la respuesta a estas preguntas sea una imitación de los roles masculinos, de los modus operandi que han caracterizado a esos puestos durante tantos años, creándonos máscaras, alejándonos de nuestra esencia y viviendo cada paso desde la inseguridad.

Por eso, es tan importante que esta oleada feminista esté marcada por el empoderamiento de cada persona, por el objetivo de conquistar hitos desde nuestros dones, y poniendo nuestra esencia en cada cosa que hacemos. Eso sería conseguir la liberación de los roles de género, romper con las comparativas, con los miedos y las máscaras. Y desde ahí, podríamos valorar el aporte de cada persona a cada puesto, y no tanto su capacidad para adaptarse a roles prefijados. 

Hagamos valer el estilo asertivo, la empatía, el compañerismo y todas las habilidades que podamos aportar, confiando en la importancia de instaurarlas en los entornos de trabajo, alejándonos de la amenaza de roles rígidos ligados a los cargos de responsabilidad y directivos, que no favorecen a ninguno de los géneros. 

Sara Ferro Martínez

Psicóloga

Grupo Crece

La feminidad y la masculinidad en el sigol XXI

El sábado 4 de febrero organizamos en Grupo Crece un debate sobre la feminidad y la masculinidad en el siglo XXI. Sobre la base de unos planteamientos iniciales se desarrolló un debate en el que se trataron una serie de puntos muy interesantes que queremos compartir.

Comenzamos definiendo qué significaban los términos “sexo”, “género” e “identidad con el género”.  Aclaramos que con sexo nos referimos a los atributos biológicos, a los caracteres sexuales primarios con las que nace una persona. El género por su parte es una construcción social, siendo aquellas características que cada sociedad atribuye a cada uno de los sexos. De esta manera, son sexistas aquellas sociedades que atribuyen comportamientos, actitudes y aptitudes diferentes a los hombres y a las mujeres. La identidad con el género es la vivencia que cada persona tiene de su género, la idea que tiene la persona sobre las características y comportamientos que la describen, teniendo en cuenta lo que la sociedad en la que vive establece como deseable y apropiado para las mujeres y los hombres.

A colación del concepto de género, se planteó la siguiente cuestión ¿Somos libres para elegir lo que somos? ¿Somos lo que somos por decisión nuestra?  ¿O somos el resultado de un cúmulo de expectativas? De alguna manera, las expectativas siempre van a estar presentes desde el nacimiento, ya sea desde el género, desde la cultura en la que nazcamos, el estatus y la cultura familiar. Entonces, ¿cómo podemos romper con los caminos que nos son marcados?

Las vías de mejora que se plantearon fueron las siguientes:

  1. Respeto: educar y crecer en el respeto por las decisiones propias y ajenas, generará una mayor libertad en la elección, siendo así una elección sana y consciente, y no desde la sumisión o la rebeldía.
  2. Equilibrio: La búsqueda de nuestro propio equilibrio y el equilibrio en la sociedad.
  3. Valorar el cambio: Ser conscientes de que nuestra identidad es un constructo en continua evolución y permitirnos hacer los cambios que necesitemos en los diferentes momentos del ciclo vital. La libertad comienza en nosotros mismos, en concedernos la libertad de evolucionar.
  4. Salir de nuestra zona de confort. El cambio supone un esfuerzo y enfrentarnos a los miedos o incomodidades que plantea salir de lo que ya conocemos. Entender que la zona de confort en cuanto el género es actualmente un lugar poco confortable, en el que hombres y mujeres nos sentimos constreñidos por unos atributos que en muchas ocasiones no nos representan, es el primer paso para romper con el inmovilismo.

Necesitamos dejar de dejarnos llevar y asumir la responsabilidad que implica hacernos cargo de la construcción de nuestra propia identidad, y de las elecciones y rechazos que eso conlleva. Dejar de valorar lo bueno que tiene el modelo en el que estamos enmarcados en la actualidad, y valorar el progreso como algo positivo y necesario, sin dejar que el miedo y la pereza nos paralicen y fagociten en una realidad que nos daña de múltiples maneras, unas más sutiles que otras.

Nos despedimos con la reflexión de la gran responsabilidad que tenemos como sociedad que se está comenzando a movilizar, a rebelar y a plantear realidades diferentes en las que el género no sea un hándicap. Valoramos esta realidad como el inicio de un proceso en el que esperamos cada vez seamos más implicados.

 

Sara Ferro Martínez

Psicóloga y coach

Grupo Crece

Empoderamiento femenino

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El porcentaje de mujeres que están en puestos directivos y de poder es muy bajo, escandalosamente bajo, en relación al potencial existente en la mujer: preparación, conocimientos y competencias.

Aunque las mujeres representan el 50% del activo laboral de la población, en España, sólo el 10% de los puestos ejecutivosestán cubiertos por mujeres (Castaño, Laffarga et al..,2005), sobre una muestra de 1.878 grandes empresas.

Según este estudio, en el que participaron diversas universidades españolas y publicado por el instituto de la mujer en 2009, hay menos mujeres directivas que hombres, y muchas de ellas tienen puestos gerenciales más que de dirección, hay menos contratos estables en mujeres en relación a los hombres, es más frecuente que la mujer trabaje media jornada, hay menos madres en puestos directivos que mujeres que no tienen hijos, los sectores donde la mujer tiene un espacio en puestos directivos siguen siendo los tradicionalmente femeninos (sector de asistencia, educación, servicios…).

Por otro lado, las mujeres directivas afirman tener más dificultades a la hora de acceder a dichos puestos que los hombres, y estar peor remuneradas que ellos.

Sobre el papel tenemos los mismos derechos y oportunidades, invertimos en educación para la igualdad, hay muchas más mujeres que hombres que van a la universidad (45% frente al 33% de los hombres según estudios realizados por el Instituto de Estudios Económicos de 2012), pero los roles, a pesar de la fachada de cara a la galería, no han cambiado lo que deberían cambiar, para conseguir un equilibrio esperado y deseable.

¿Qué ocurre?

  1. Afectivamente, las mujeres seguimos siendo dependientes.

  1. Intelectualmente, nos ponemos detrás de los hombres.

  1. Priorizamos las necesidades de los demás en relación a las propias necesidades.

  1. La sociedad sigue respondiendo a patrones machistas, patriarcales y estructuras verticales en muchos ámbitos, está en nuestra memoria emocional y respondemos a esto muchas veces de manera inconsciente. Por ejemplo, el chico tiene que pagar la consumición de la chica.

  1. ¿La maternidad? La maternidad, desde mi punto de vista es una excusa. Muchas mujeres al igual que muchos hombres compaginan su trabajo de horarios imposibles con el cuidado de sus hijos.

  1. Es difícil la conciliación cuando las empresas no ponen las facilidades que deberían poner tanto a hombres como a mujeres.

  1. Es difícil la conciliación cuando además, de tener hijos y trabajo, la mujer se ocupa de las labores domésticas, de las reuniones del colegio, etc., para que su pareja tenga tiempo de triunfar en su trabajo ya que suele ganar más, y claro, hay que darle prioridad al trabajo del varón. Eso sí, el hombre es listo, no abandona sus hobbies y respeta un mínimo espacio personal para él mismo.

Así, es difícil, claro.

Si nos apropiásemos de nuestro espacio de ocio, si no renunciásemos a nuestras aspiraciones profesionales, si planteásemos que sí o sí, las reuniones del colegio, las labores domésticas, cuidar a los hijos enfermos… son cosa de dos, quizá subiría el porcentaje de divorcios, pero no lo creo, ellos también empezarían a cambiar sus roles, los les quedaría otra.

Las mujeres tenemos muchas competencias para dirigir, negociar, persuadir, motivar, tomar decisiones, gestionar el estrés y la presión, y para crear ideas brillantes.

Los hombres valen también para cocinar, limpiar, llevar a los niños al colegio, contarles cuentos, administrar la economía doméstica, expresar ternura y otras emociones, no son “cavernícolas”. Muchos ya lo hacen.

En las empresas, las mujeres al sentirse, muchas veces, indefensas, con la sensación de no poder controlar más allá, y no poder hacer nada para ascender, adoptan una actitud derrotista y poco proactiva por significarse y sentarse en la mesa de reuniones como una más.

En la historia de la humanidad hubo mujeres con un papel muy significativo en los clanes o sociedades humanas, llegando a ocupar espacios de gran relevancia espiritual o política. Ciertamente, se trata de una minoría de situaciones, pero lo importante es que hubo mujeres que conquistaron esos puestos, en situaciones donde el hombre era el protagonista y eso es aún más difícil. La cultura y los valores inculcados socialmente, se han encargado de situar a la mujer en el peor lugar, quizá todo derivó de que somos menos fuertes físicamente, y en los primeros asentamientos humanos la fortaleza física, al igual que se observa en grupos de primates es un valor importante, y de ahí la cultura ha hecho el resto, por mantener ese estatus con creencias que nos situaban por debajo como “el sexo débil o perverso”. No olvidemos personajes del antiguo o nuevo testamento: Eva que nos lleva al pecado y a salir del paraíso, Dalila, traidora y manipuladora, la mujer de Lot que desobedece y se convierte en sal  por ello, María Magdalena, prostituta…

El avance en nuestra socialización, nos ha llevado a inventar la ética y a sofisticarla cada vez más, cosas que ocurrían en las antiguas civilizaciones como los sacrificios humanos, ahora nos parecen aberrantes, por ello, debemos seguir luchando para que cosas aberrantes desaparezcan de nuestra cultura y es aberrante que la mujer no tenga las mismas oportunidades que el hombre.

La sumisión no está en los genes sino en la cultura, es un comportamiento aprendido. No caigamos en la trampa, provoquemos cambios en nosotras mismas, empecemos a agarrar nuestro poder.

De esta manera, ganaremos todos: hombres que tendrán oportunidad de explorar y satisfacer un espacio que ahora la sociedad les prohíbe, y las mujeres que conseguiremos la justa igualdad.

Lo masculino y lo femenino son aspectos dinámicos, lo han sido a lo largo de toda nuestra historia cultural y, al mismo tiempo, no podemos hablar de lo masculino del hombre y lo femenino de la mujer. Lo masculino y femenino son conceptos inventados para clasificar la realidad, son complementarios y están ambos en los cerebros de hombres y mujeres.

Ahora hay cierta confusión tanto en hombres como en mujeres sobre su parte femenina y su parte masculina, yéndonos a veces a lugares que no tienen que ver con nuestras necesidades e identidad propia.

Mujeres a por lo masculino, hombres a por lo femenino, mujeres a por la nueva feminidad, hombres a por la nueva masculinidad.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece

Infidelidad: naturaleza o cultura ¿Decidimos si somos fieles?

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Se ha discutido mucho desde un punto de vista científico si somos fieles o no por naturaleza. Empezaremos con un análisis antropológico descriptivo (sin entrar en juicios éticos o morales) para pasar a un análisis psicológico y dar unas pinceladas de los diferentes tipos de infidelidad que podemos encontrar en nuestra sociedad.

Nuestro objetivo es desmitificar la infidelidad, normalizarla y ayudar a los lectores a identificar las diferentes causas de ser infiel. Desde ahí apuntaremos a los valores que tenemos asociados a la infidelidad y el sistema de creencias que lo sustenta desde una perspectiva psicosocial. De cara a potenciar una mayor conciencia a la hora de “ser o no ser infiel”.

Los antropólogos en general lo tienen bastante claro. La infidelidad es algo natural e intrínseco a la naturaleza humana al igual que se observa en animales.

Sin embargo, existen formas diferenciadas de considerar la infidelidad reguladas por normas socioculturales según las culturas o pueblos, incluso animales como los primates tienen comportamientos de infidelidad regulados por normas sociales. Parafraseando a José Antonio Marina: “somos un híbrido entre biología y cultura”, no podemos defender más el peso de lo biológico sobre lo socio-cultural o viceversa, y la cuestión de la infidelidad no se salva de esto.

Hay más discrepancia en los estudios en relación a conceptos como el de monogamia y poligamia. Khomegah, dentro del modelo de la antropología social, defiende que en buena parte de su historia, los seres humanos debieron vivir en sociedades donde la poligamia era una forma de estructura familiar común. Por otro lado, Helen Fisher, una de las antropólogas más reconocidas defiende la tendencia humana a la monogamia como manera de estar en pareja, desde una perspectiva psicobiológica y antropológica, aunque culturalmente se hayan dado casos de poligamia desde tiempos remotos en la historia de la humanidad. Si bien, ciertamente el número de sociedades auténticamente poligámicas es bastante reducido según los datos disponibles.

Pero con relación a la fidelidad, Fisher y sus colegas son muy tajantes, la infidelidad y el adulterio forman parte de patrones habituales de comportamiento.

La tendencia en los seres humanos es a la variedad de parejas a lo largo de la vida del individuo. En culturas primitivas, según datos aportados por Fisher, el cambio de pareja se producía aproximadamente a los 4 años, tiempo que coincidía con el destete de los niños, ambos progenitores se sentían más libres ya que sus retoños eran ya menos dependientes.

Las separaciones y las posibilidades económicas se relacionan estrechamente en todas las culturas, la antropóloga Nancy Howell, lo investigó en la década de los setenta. Las conclusiones de sus estudios indicaban que, cuando había más posibilidades económicas, aumentaba el índice de divorcios, un caso interesante es el de la cultura !kung; en dicha cultura, tanto el hombre como la mujer aportaban económicamente a la familia, y el índice de rupturas estaba en torno al 40% y después era habitual que contrajeran nuevos enlaces también.

Según datos de un estudio en Finlandia realizado entre los años 1974 y 1987, el mayor porcentaje de rupturas se producía en el tercer o cuarto año de relación y este porcentaje declinaba a medida que las parejas seguían juntas un mayor tiempo, parece también, que la comparación de este estudio con los datos de estudios en otras culturas mantiene la misma relación.

Es decir:

Las parejas rompen como media tras llevar tres o cuatro años de relación y es menos probable la ruptura si la relación supera este número de años.

Las posibilidades económicas y la distribución de la riqueza entre el hombre y la mujer aumentan el número de divorcios o rupturas, y tras esto se establecen nuevos vínculos afectivos.

Otro tema interesante es el tabú que siempre ha habido en torno a la infidelidad, es algo generalizado en las diversas culturas aunque hay excepciones.

Los vínculos extramatrimoniales en las diferentes culturas suelen ser furtivos, no es aconsejable hablar de ellos y suele ser cosa de compartir en círculos muy íntimos, pero no siempre es así.

El préstamo de la esposa, conocido como hospitalidad femenina, es habitual para los pueblos esquimales, esto favorece los vínculos de amistad y sólo se hace si la esposa está de acuerdo.

La cultura kuikuru de la selva brasileña considera normal la libertad sexual, sólo es castigada si eso implica el descuido del hogar y otras obligaciones domésticas.

A lo largo de nuestra historia en Europa, también tenemos ejemplos de ello, el señor feudal se reservaba el derecho a desvirgar a la novia de su vasallo (el derecho de pernada) y en muchas culturas europeas, hasta hace bien poco, que el marido tuviese escarceos o amantes era algo “normal” y no considerado adulterio, salvo que fuese la mujer quien actuase de esta manera.

En muchas culturas las relaciones extramatrimoniales han estado estrictamente prohibidas para las mujeres, corriendo peligro sus vidas.

No siempre se asocia adulterio con hacer el amor; tener un amigo o recibir un favor de alguien del otro sexo; en muchas culturas se considera adulterio cosas como pasear con alguien del otro sexo o recibir un regalo de alguien del otro sexo, incluso si la mujer es viuda, y aún en nuestros días existen muchas parejas que no están cómodas o no permiten las relaciones de amistad viviéndolo como un posible competidor/a.

A pesar de trabas y tabúes, a pesar de nuestro rechazo ante la infidelidad, considerándolo algo inmoral, a pesar de los sentimientos de culpa asociados a ser infiel, a pesar del riesgo que asumimos de romper nuestra familia o provocar rechazo social, las estadísticas nos muestran que no evitamos las relaciones extramatrimoniales.

El sexólogo Alfred Kindsey en la década de los cuarenta y cincuenta indica que de los 6.427 maridos encuestados, más de un tercio habían engañado a sus esposas, el 26% de las 6.972 mujeres casadas, divorciadas o viudas que fueron entrevistadas habían tenido relaciones extramaritales antes de los 40 años, un 19% con cinco amantes. En los años 70, un estudio dirigido por Morton Hunt revela datos parecidos. La infidelidad masculina era más frecuente hasta los 30 años y la femenina a partir de los 35 años. En los años 80, una encuesta realizada por la revista Cosmopolitan señala que el 72% de los hombres y el 54% de las mujeres, tuvieron aventuras amorosas durante sus matrimonios. Todos estos datos se refieren a población norteamericana.

infidelidad

¿Por qué la infidelidad?

Desde una perspectiva darwiniana, si el hombre tiene variedad sexual es más probable que sus genes no desaparezcan. Pero en el caso de la mujer, no puede engendrar cada vez que copula, teniendo en cuenta el periodo de gestación y lactancia, no es por tanto, la motivación de trasladar sus genes la que sustenta evolutivamente la infidelidad, sino la de obtener bienes  servicios adicionales, la subsistencia complementaria y conseguir variedad en los ADN, garantizando la subsistencia del hijo más fuerte. Esta tendencia biológica sigue latiendo en nosotros como un instinto de supervivencia que nos lleva a reaccionar ante determinados estímulos, igual que la activación del miedo nos lleva a protegernos aunque sea un miedo irracional.

Desde una perspectiva psicológica, habría muchas otras motivaciones relevantes además de la supervivencia de la especie, podría ser que algunas personas quisieran ser descubiertas para que tras tocar fondo en la relación, se resuelva un conflicto matrimonial, o para satisfacer necesidades insatisfechas en la relación de pareja y que esta fluya mejor, o para tener una excusa y poder romper su relación, o quizá sentirse especiales, más deseados, por la necesidad de deslumbrar continuamente, por venganza, la excitación del peligro, sentirse jóvenes buscando las novedades…

El peso de las variables socio culturales sobre la cuestión de la infidelidad, los valores de cada persona al respecto cumplen también un papel esencial.

ruptura afectiva

¿Decidimos ser infieles? Motivaciones de la infidelidad.

Los seres humanos no nos guiamos únicamente por instintos biológicos. Si somos infieles lo decidimos, con mayor o menor reflexión, o con mayor o menor conciencia de por qué y para qué lo hacemos, pero lo decidimos.

Hay diversos motivos que nos llevan a ser infieles y no podemos meter el tema de la infidelidad en un mismo saca.

En mi experiencia como psicoterapeuta me encontrado con una gran variedad de circunstancias y casos diferentes que podría agrupar en los siguientes.

1.  Mi pareja y yo ya no nos queremos, o las cosas van bastante mal, quizá no somos muy consientes de lo que pasa en la relación, pero hay unas necesidades afectivo-sexuales sin cubrir (suelen pesar más las necesidades afectivas que son mucho más esenciales siempre) y muchas veces, busco sin ser consciente de ello y por supuesto, encuentro, estoy receptivo/a y inconscientemente lo muestro. No me atrevo a romper los lazos con mi pareja, y mi pareja tampoco se atreve a romper, aunque siente que las cosas van mal, sabe que ya no me quiere y puede que también tenga un/una amante. Puedo mantener una relación en paralelo que puede durar años. En estos casos, seguramente es el/la amante quien acaba rompiendo esa relación.

Romper es muy difícil psicológicamente hablando para algunas personas, lo viven como un desapego, como quedarse desamparados, como un fracaso, la fachada social les importa mucho, se han establecido relaciones de dependencia afectiva muy peligrosas pro las dos partes.

2.  Mi pareja y yo nos queremos aún, pero no se sabe muy bien de qué manera, si hay amor o cariño, algo funciona mal, puede que no seamos conscientes al principio de lo que pasa pero… de repente…conozco a alguien que me quita la venda de los ojos y me hace sentir como yo necesito, hay culpabilidad pero lo he visto muy claro. Puede que sea o no la persona adecuada para mí, pero me ayuda a darme cuenta de lo que no vi. Las necesidades afectivas mueven mucho más la infidelidad que las necesidades sexuales, también en estos casos.

Es muy posible que, admitiendo o no la infidelidad pueda hablar con mi pareja y empezar a resolver los problemas, quizá acudir a una terapia, y es posible, que la relación salga adelante reforzada o que se descubra que ya es demasiado tarde y se produzca una ruptura.

Quizá, si admito mi infidelidad o me descubren, todo se estropee debido también, a los valores y características psicológicas de mi pareja.

En estos casos si el deseo de la personas es seguir con la relación es mejor no confesar la infidelidad. No tenemos que ser al cien por cien sinceros con nuestra pareja, la mentira “piadosa” puede salvar muchas relaciones, pero hablaremos de ello en otro lugar.

3.  Mi pareja me quiere pero yo a ella no tanto y me empiezo a dar cuenta, pero no quiero verlo, no amo a mi pareja pero le tengo afecto y no quiero que sufra, conozco a una persona, cubre lo que necesito, sé que no debo hacerlo, me siento culpable, pero no lo puedo evitar, es superior a mis fuerzas, pero como se lo digo, haré sufrir a mi pareja… lo afectivo aquí, también, prima más.

Esto puede convertirse en un peregrinar de amantes hasta que esa parte se atreve a dar el paso y separarse definitivamente.

4.  Yo quiero a mi pareja pero me siento decepcionado/a con cosas que han ido pasando y puede que me haya ido desenamorando poco a poco, no soy consciente del todo, aparece alguien en mi vida por casualidad, me hace feliz, la culpa está ahí, es probable que acuda a una terapia para analizar lo que pasa y descubra lo que realmente quiero y necesito. La infidelidad no es algo sexual sino afectivo.

5.  Puede que todo vaya muy bien pero hay una incompatibilidad sexual, pero lo demás funciona de maravilla, es difícil, muy difícil dejar a esta persona que me aporta tanto, mi mejor amigo/a, pero no hay química, realmente nunca la hubo pero al principio no me importó. Como dejar es difícil y esta persona cubre tanto y yo no quiero ver los problemas, lo niego, lo hago inconsciente, me protejo pero mi cuerpo si los ve y un día reacciona enrollándose con alguien. Ya ahí comienza el conflicto…

La persona que está al lado es más una amiga o un amigo y no alguien con quien quiero tener una relación de pareja, necesito tiempo para digerirlo ya que supone una pérdida afectiva muy importante. Y en algún momento debo de ser sincero con la pareja.

6.  Puede que sea una persona que necesita novedades en su vida, incluyendo las novedades en el terreno sexual, quizá se lo he planteado a mi pareja, y le he propuesto aventuras de a tres, intercambio de parejas o cosas de ese tipo, puede que mi pareja esté de acuerdo o… no… quizá he planteado desde el principio una relación abierta…La motivación es más sexual que afectiva.

Que esto funcione no es un imposible, pero ambas partes deben de estar de acuerdo y deben cumplir ciertas características psicológicas. En nuestra cultura la infidelidad se considera deslealtad y falta de respeto a la otra persona y es difícil salir de valores tan arraigados. Aunque tendemos a eliminar el concepto de posesión en el amor y eso es fundamental también para adaptarnos a los valores de nuestra época, la libertad sexual sigue siendo culturalmente un asunto complicado de encajar.

De todos modos hay grupos de personas muy numerosos, que dentro de sus valores observan la infidelidad como algo puramente sexual y pueden dejar a un lado la parte afectiva y diferencia la infidelidad de la deslealtad. Esto es más frecuente en el mundo homosexual sobre todo entre hombres.

Siempre que las dos partes de la pareja participen, se podrá encontrar un equilibrio, si no es así, y una de las partes de la pareja cede para no perder al otro, o sufre con estas circunstancias, entrar en estas dinámicas no es recomendable ya que el final no será feliz.

7.  Puede que mi infidelidad se explique por mi falta de autoestima, he aprendido que sentirme seductor/a es un apoyo importante en mi autoconcepto y cuando ya he seducido, y a mi pareja ya la he seducido y ya no es un reto para mí, necesito buscar más retos, necesito sentirme deseado/a continuamente.

Sería importante tratarlo en una terapia psicológica, es más fácil que las mujeres reconozcan esto como un problema, los hombres suelen atribuirlo a la “normalidad” ya que aún a día de hoy, hablando de nuestra cultura, existen muchas creencias machistas instauradas en patrones de comportamiento.

Dentro del modelo “machista” la infidelidad puede considerarse como “hombría” independientemente de los sentimientos que esto provoque en la otra parte o, incluso, independientemente del amor que siento por mi pareja.

También, puede ser el caso de personalidades narcisistas, que buscan siempre la satisfacción de sus necesidades sin importarles el sufrimiento de la otra parte, sin ni siquiera tenerlo presente o ser conscientes, en estos casos, es habitual que además de infidelidad haya maltrato psicológico hacia la pareja.

8.  Puedo ser infiel porque satisfago mis necesidades sin tener en cuenta las de la otra persona, realmente no quiero a mi pareja como a ésta le gustaría ser querida. Hago lo que es “normal”, desde una perspectiva convencional,  hacer, una pareja, unos hijos… pero no pongo límites a mis deseos o impulsos.

¿Se trataría de una personalidad narcisista o un sistema de valores “machista”? Ambos encajarían en este punto.

En cualquier caso, desde una perspectiva psicológica y social, no podemos aislar los conceptos de fidelidad-infidelidad del marco socio-cultural en el que nos movemos, aunque éste esté en constante movimiento.

El modelo amoroso donde el otro es de “mi propiedad” está cayendo por su propio peso. La mayor igualdad entre el hombre y la mujer, el avance en los derechos humanos fundamentales, la normalización de estos comportamientos desde una perspectiva biológica y antropológica… nos hacen ver las cosas con una perspectiva más amplia.

La tendencia en las parejas sanas es tener una vida personal propia, además de la vida en común con la pareja, sean parejas homosexuales o heterosexuales, pero en términos generales, aún, no estamos preparados para compartir sexualmente a nuestras parejas, quizá tenga razón Fisher que naturalmente buscamos la monogamia o quizá nuestra cultura aún no nos ha preparado emocionalmente para ello.

También hay pruebas de que las parejas felices duran mucho más y no son infieles, y la clave de las parejas felices ya la apuntamos en nuestro artículo “Las claves del amor eterno”

Es importante destacar, también, un concepto relacionado con la fidelidad-infidelidad que es el de lealtad, apuntado ya en el apartado anterior. Eso sí es fundamental cultivarlo para que una relación de pareja sea sana y feliz, ya que tiene que ver con valorar al otro, hacerle sentir valorado y apoyarlo en los momentos difíciles, aportarle la sensación de confianza necesaria para que cualquier relación vaya a buen puerto.

Raquel López Vergara

Psicóloga

Grupo Crece