Psicodrama en el trabajo terapéutico individual y grupal

El psicodrama, tal y como lo define su creador J.L Moreno, es “el punto decisivo en el apartamiento del tratamiento del individuo aislado hacia el tratamiento del individuo en grupo, del tratamiento del individuo con métodos verbales hacia el tratamiento con métodos de acción”.

La historia de la psicología estaba íntimamente ligada a la palabra desde su nacimiento, hasta que Moreno, en segunda mitad del siglo XX, se plantea hasta qué punto la psicología y la psicoterapia no estaban siendo demasiado limitadas a la racionalidad, y el discurso de la persona que acudía de manera individual a terapia, ya que el ser humano es social por naturaleza y un individuo de acción.

Y es que hoy en día sabemos que el relato propio de las situaciones siempre tiene un punto de elaboración y de subjetividad, mientras que la acción espontánea es una muestra de nuestra personalidad, nuestros pensamientos y nuestras emociones, más allá de que seamos conscientes de ellas o estén en un plano inconsciente.

De este modo nació el psicodrama como método diagnóstico y de tratamiento, aplicable con grupos de personas, pero también en terapia individual, de pareja o de familia.

A través del mismo se busca que las personas tomen conciencia y de sus pensamientos, sentimientos, actitudes y características de sus relaciones, favoreciendo la comprensión y la capacidad de tomar decisiones, así como ensayar las mismas valorando el impacto emocional de las mismas.

A través del psicodrama se pretende llevar la terapia a la acción, a la escenificación de aquellos conflictos que generan malestar emocional, ya sean presentes, pasados o futuros. En esa escenificación, el terapeuta psicodramatista, va ayudando en la definición de la escena, los personajes implicados y la posición de la persona en el problema en concreto. A partir de ahí, se irán utilizando diferentes recursos psicodramáticos en función del objetivo terapéutico (inversión de roles, soliloquio, el doble…).

El psicodrama grupal tiene una estructura en la que se diferencian el protagonista (persona que comparte una escena que quiere trabajar), uno o varios Yo Auxiliares (personas que comparten el contexto terapéutico y se prestan para interpretar papeles necesarios en la escena), la persona que dirige (terapeuta formado en psicodrama) y el escenario.

En el psicodrama bipersonal, los Yo Auxiliares son sustituidos por elementos que ayudan a externalizar y a crear una imagen de la situación.

Además de esta estructura de participantes, el psicodrama tiene una estructura temporal:

  1. Caldeamiento: antes de empezar un psicodrama, los participantes deben de estar preparados emocionalmente para ese trabajo. Esa preparación se hace a veces desde el diálogo, hablando de la situación que se quiere trabajar y otras veces se hace mediante ejercicios corporales que ayuden a conectar mente y cuerpo con la emoción y la situación. El caldeamiento también ayuda a generar un clima de confianza y conexión en los grupos.

  2. Dramatización: es el momento en el que se trabajan las escenas elegidas por la persona o el grupo. En la dramatización pueden participar diferentes personas o utilizarse diferentes objetos y su duración es variable en función de la escena a trabajar.

  3. Compartir: tras la dramatización, se realiza un compartir, en el que se expresan las emociones experimentadas, las resonancias que ha podido generar la escena en diferentes personas y en el protagonista. El lenguaje utilizado en el compartir es el “lenguaje yo”, alejando los juicios y consejos.

De esta manera, el psicodrama aúna el trabajo racional y emocional, implica a la persona en su totalidad y la conecta con la acción, haciendo que el trabajo sea de gran utilidad en el avance hacia el bienestar psicológico.

A través del psicodrama se busca que la persona pueda conectar con su autenticidad y pueda expresarse a través de ella, desprendiéndose de roles impuestos o de mecanismos de defensa que puedan estar interfiriendo en su desempeño en diferentes áreas de su vida. Al estar basado en la acción, el psicodrama saca a las personas de la racionalización, del discurso, y les enfrenta a sus emociones, actitudes y acciones auténticas.

En Grupo Crece, el psicodrama forma parte de nuestras terapias individuales, así como de las terapias de familia y pareja y también de nuestros talleres.

En las terapias individuales trabajamos a través del psicodrama duelos por personas, relaciones o momentos vitales. Gracias al psicodrama las personas sienten que pueden expresar aquello que no pudieron hacer en su momento, así como valorar esas personas, relaciones y momentos vitales desde una perspectiva realista, lejos de la idealización que muchas veces surge en los duelos. También, nos resulta de gran utilidad para tomar conciencia de nuestras contradicciones, de los debates internos que nos atrapan, y poder tomar una perspectiva constructiva y activa, descubriendo el origen y motivación de esos discursos contrarios que tantas veces se dan en nosotros. Se trata también de una gran herramienta para valorar el universo relacional de las personas, la manera en la que se posicionan en las diferentes relaciones y hasta qué punto esa postura es sana o dañina.

En el trabajo con niños y niñas, el psicodrama encuentra un terreno amigo. Lejos de las barreras y resistencias adultas, que generan bloqueos y rechazo de todo aquello que se sale de su zona de confort,  los niños y las niñas viven de manera natural trabajar desde la acción, dramatizar para aprender y conectar con sus sensaciones corporales. De esta manera, el trabajo grupal mediante psicodrama también es en sí mismo una experiencia de aprendizaje social, en el que la empatía, el respeto y los límites son la base de la actividad. De manera individual recurrimos a objetos como juguetes, peluches o marionetas y a imágenes creadas por ellos y ellas en trabajos previos de arte terapia. Así, el miedo por ejemplo, puede ser representado por una tela, por un muñeco o por un dibujo. En terapia infantojuvenil el psicodrama es una de las bases del trabajo, siendo de especial utilidad para gestionar emociones como el miedo o el enfado, así como para aumentar su universo de opciones a la hora de enfrentar situaciones vitales y relacionales.

En nuestros talleres, el psicodrama también está presente, de manera transversal o protagonista. Es lo que nosotros llamamos el aprendizaje experiencial o vivencial. Creemos que la teoría es hoy en día accesible a la mayoría de personas. Solo hay que asomarse a internet o las redes sociales para conocerla. Por eso, nosotros queremos que nuestros talleres sean un lugar donde hacer y vivir cosas diferentes. Un lugar donde probar, donde soltarse, donde jugar y valorar cómo nos sentimos en esos registros. Un lugar donde podamos salir con la sensación de “puedo hacer y sentir algo diferente”. Además realizar este proceso en grupo nos ayuda a resignificar nuestra imagen de la sociedad y de nuestro lugar en ella. Cada grupo es una pequeña sociedad en la que se reparan daños generados en otras sociedades.

¿Que diferencia hay entre coaching y psicoterapia?

¿Es lo mismo coaching que psicoterapia? ¿en qúe se diferencia un proceso de coaching de una psicoterapia?

En Grupo Crece, desarrollo personal y profesional, al ser psicólogos y coach, muchas veces combinamos procesos de coaching y de psicoterapia según las necesidades del cliente, pero no se trata de lo mismo.

El coaching profesional es un proceso de entrenamiento personalizado y confidencial mediante un gran conjunto de herramientas que ayudan a cubrir el vacío existente entre donde una persona está ahora y donde se desea estar”. Desfinición de la Asociación Española de Coaching.

El coaching incorpora técnicas y herramientas procedentes de diversos campos (gran parte de la psicología), todas ellas dedicadas a que el o la cliente consigan sus objetivos. Por ejemplo: coaching ejecutivo si los objetivos son profesionales, o coaching deportivo, si se trata de mejorar el rendimiento y la superación personal en este ámbito. en este sentido, las diferencias entre coaching y psicoterapia están bastante claras.

En el ámbito del life coaching o coaching personal, surgen las confusiones. ya que este tipo de proceso se centra en objetivos relacionados con el bienestar personal, las relaciones humanas, la consecución de cambios vitales…

En esas situaciones, la falta de profesionalidad, conocimientos y rigurosidad puede general complicaciones y confusiones.

¿Qué podemos contarte para establecer las diferencias?

El coaching es una herramientas fabulosa que puede ser usada por psicólogos y otros profesionales como una herramienta más de trabajo. Además, el coaching en sí, nos puede facilitar la puesta en práctica de ciertas metas y objetivos vitales y profesionales, nos ayuda a definir estas metas de manera que sean operativas y realistas. Es una herramienta muy útil para automotivarse para el cambio.

En un proceso de coaching nos centraremos, siempre con una persona que no presente un problema psicológico o emocional (autoestima dañada, carencias afectivas, repetición de patrones en algún ámbito vital, problemas de ansiedad, trastorno mental, etc.) en llevar a cabo una toma de conciencia de necesidades, motivaciones, intereses, objetivos... y entrenamiento en habilidades muy específicas para satisfacer esas necesidades u objetivos, centrándonos siempre en los recursos y potencialidades del o la cliente, de cara a una orientación laboral o vital (coaching profesional o life coaching).

El o la coach no guiarán de manera directiva a las/os clientas/es. Se realizará un diálogo socrático a través de las preguntas poderosas del coaching. El proceso tiene un inicio y un fin pactado previamente entre coach y cliente/a de un número concreto de sesiones. Los procesos suelen y deben ser cortos.

En un proceso de coaching, no se abordan problemas psicopatológicos, tampoco se abordan aspectos relacionados con la personalidad, los miedos, los bloqueos emocionales, los patrones de conducta repteidos y poco sanos o beneficiosos, aunque sean casos leves sin ningún trastorno. En una consulta de coaching pueden aparecer en la conversación, situaciones como traumas, desordenes emocionales y de conducta, adicciones y actitudes que atentan contra la vida, carencias afectivas, conflictos relacionales importantes, pequeñas fobias o bloqueos emocionales, etc. Todo ello debe ser abordado por un psicoterapeuta especializado.

La psicoterapia abarca un terreno más profundo y amplio, interviniendo a nivel de la sintomatología ansiosa, depresiva, obsesiva o fóbica, modificando respuestas poco adaptativas, cambiando patrones de comportamiento, interviniendo en la estructura de la personalidad, en ocasiones, también indagando en aspectos del pasado que condicionan el presente, y entrenando en habilidades de mayor espectro. Nos centraremos en trabajar tanto desde sus recursos y potencialidades, como desde sus dificultades y vulnerabilidades.

En psicoterapia, por tanto, abordaremos de manera más profunda qué hay detrás de esas metas que nos fijamos y si son idóneas o no en nuestra vida, abordaremos los miedos u otras emociones interfirientes y profundizaremos más en el trabajo de la autoestima, y otros recursos psicológicos fundamentales que están, muchas veces, detrás de nuestras dificultades para lograr ciertos cambios.

La psicoterapia a veces, puede ser más directiva, y otras veces, igual que el coaching, puede no serlo, usando preguntas poderosas y diálogo socrático, base de la terapia cognitiva.

La duración del proceso es más difícil de determinar, ya que es necesaria una evaluación profunda del caso que no se puede realizar únicamente en una primera sesión. en psicoterapia hay procesos muy cortos y procesos necesariamente largos.

Hay dos conceptos que muchas veces, se confunden con el coaching, y son el mentoring y la consultoría.

El mentoring es una tutorización, el mentor o la mentora guían y dirigen a sus mentorizados/as. Son expertos/as en el área tutorizada y tiene la experiencia y los conocimientos para acompañar a personas menos expertas. Es un proceso bastante directivo a diferencia del coaching.

La consultoría implica que una persona, el consultor, pone a disposición del cliente su experiencia y conocimiento pero aplicado a un área diferente, la de cada cliente.

Espero que haya podido aclarar conceptos y áreas de trabajo que a veces se confunden. Cualquier duda me escribís en comentarios.

Sanar la autoestima desde el autoconocimiento

Autoestima:  Forma en que las personas se sienten con respecto a sí mismas, y cómo se valoran.

Nos hemos acostumbrado a describir nuestra autoestima en términos “baja” o “ alta”. Y todas las personas la queremos alta.

Cuando en terapia indagamos en qué significa autoestima alta, nos encontramos con una definición casi mágica, pues se relaciona con poder enfrentar (todas) las situaciones problemáticas desde la seguridad y, por tanto, dar buenas soluciones, manejar conflictos sociales saliendo airoso, aceptar el rechazo sin pasarlo mal, arriesgarse ante un peligro, no tener debilidades ni puntos flojos, no tener inseguridades, etc.

Queremos aprender herramientas y estrategias para poder llevar a cabo los sueños expuestos anteriormente. Queremos dejar de lado las debilidades y aquellas características nuestras que nos parecen terribles y que no llevan a nada, y transformarlas en virtudes, capacidades y habilidades consideradas positivas. Queremos dejar de ser nosotras mismas, ser otra persona.  Una batalla perdida.

En toda esta idea hay un trasfondo de comparación. En la propia definición de autoestima ya se habla de “valorar-se” a una misma. Siempre que hay una valoración sobre algo, se realiza en comparación con un referente. Yo soy “mejor” o “peor”, (¿ que quién?) “buena” o “mala” (¿comparada con qué? ¿para quién?)

Siempre hay algo con lo que entrar en continua comparación: con los demás, con la idea que tenemos de los demás,e incluso con una idea hiper-mejorada de nosotras mismas.

Con esto quiero decir que tenemos una idea de la autoestima mal planteada desde el principio. Suponemos que estaremos mejor con una autoestima alta, pero desde “lo alto” seguiremos manteniendo el puesto a costa de compararnos con los que están a bajo.

Quizás es mejor empezar a hablar de una autoestima sana,  ni alta ni baja. Y una autoestima sana deja de lado completamente la comparación. No la necesita.

Un pequeño inciso para exponer la diferencia entre Ideal del yo y Yo ideal, términos que nos van a servir para enlazar autoestima y autoconocimiento.

Ideal del yo: lo que debo ser , la imagen que se debe tener para ser digno de amor.

Está fundado sobre lo que imaginamos que son los valores del otro. Si soy así y hago esto, me querrán.

Yo Ideal:  lo que considero que debo hacer para estar de acuerdo con mis propios valores y poder realizarme plenamente.

En el ideal del yo hay un proceso comparativo. Mi referencia son los valores del otro.

Debemos empezar a dejar de lado Ideal del yo y centrarnos en el Yo ideal, que trabajará en la búsqueda de uno mismo, en construir los propios valores y , valga la redundancia, darles valor. El foco de atención dejará conseguir amor del otro, sino en amarse uno con lo que es, con lo que tiene y no tiene, con sus luces y sombras.

La base de una autoestima sana es el autoconocimiento.

“Conócete, acéptate, supérate”

San Agustín.

“Nosce te ipsvm” Conócete a ti mismo

“Nosce te ipsvm” Conócete a ti mismo

El autoconocimiento es el resultado de un proceso de reflexión mediante el que se adquiere la noción de nosotros mismos, de nuestras capacidades, limitaciones, cualidades y defectos. Nos permite reconocernos como individuos únicos, diferentes de los demás.

Podremos sacar información para conocernos a través de la relación con nosotras mismas y con los demás.

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Vamos a encontrar cosas que nos agraden, que nos desagraden, que nos encanten y que odiemos. Todo esto nos hace únicos y nos define como personas.

A medida que recogemos información, vamos configurando nuestro autoconcepto. Esto son las creencias que tenemos de nosotros mismos. Estas creencias se van a manifestar en nuestra conducta. Si creemos que somos , por ejemplo, “tontos”, actuaremos como tal, y todo lo contrario si nos creemos “inteligentes”.

Poco a poco iremos realizando la autoevaluación de lo que somos. Es necesario ser críticos con nosotros mismos . De todas las cosas que vamos averiguando , tendremos que identificar lo que nos beneficia, es decir, nos ayuda y hace crecer, o nos entorpece en nuestro desarrollo como personas.

Casi de forma inevitable entraremos en un proceso de juicio hacia nosotras mismas. Hemos ido viendo cosas que nos encantan, pero también cosas que nos desagradan. Seguramente habremos visto más cosas desagradables y que no queremos tener ( por eso de compararnos con un referente ideal, como explicaba con anterioridad)

Es importante en este paso no caer en una valoración personal global. No somos “malos, egoístas, sumisos, tontos, etc.”. A veces podemos tener comportamientos/actitudes así. Pueden ser una parte de nosotros, los tenemos, pero no lo somos.

Muy ligado a este momento de evaluación está el de autoaceptación. Admito en mi todas mis características. Reconozco mis formas de sentir y ser. No tengo nada bueno ni malo. Soy lo que soy.No me culpo de lo que soy, sino que me responsabilizo de ello. Cuando me responsabilizo, puedo buscar soluciones y mejorar.

“Lo que resistes, persiste

Lo que aceptas se transforma”

Cuando legitimo lo que soy, es decir, cuando me doy derecho a ser lo que soy, empiezo a trabajar en el respeto hacia ello. Empiezo a tratarme bien, no por nada especial, simplemente porque soy y lo merezco. Atiendo mis necesidades,  deseos y valores. Expreso y manejo de forma adecuada hacia mí y los demás mis los sentimientos y emociones. Me cuido, me atiendo, me protejo. Empiezo a amarme.

(Artículo de asertividad estaría guay)

En la cúspide de la pirámide encontramos la autoestima.

Es el resultado final y la síntesis de los pasos anteriores. Si me conozco, voy creando mi escala de valores , me acepto y me respeto, mi autoestima será sana.

La diferencia entre autorespeto y autoestima se encuentra en que el autorespeto está basado en cómo me trato, y la autoestima corresponde a lo que yo siento y pienso sobre mí. Son dos conceptos que correlacionan. Es interesante caer en la cuenta de que, si empiezo a respetarme, iré en camino hacia una autoestima sana. Primero es empezar a hacer cosas por uno mismo.

Una etapa que no debemos olvidar en el viaje al autoconocimiento es saber desarrollarse.

Recordemos la frase de San Agustín “Conócete, acéptate, supérate”.

El autoconocimiento no solamente se basa en las limitaciones, sino que también debe de tomar en cuenta nuestras fortalezas. El punto central de esto es tratar de superarnos como personas, ser mejores personas. Es posible porque todos nacemos con cualidades, virtudes, habilidades y capacidades. Simplemente no las vemos, o no las consideramos suficientes.

Arriesgarte a conocerte, dejar de lado las comparaciones y trabajar en una mejor versión de ti misma que incluya todo lo que eres.

9 claves para pensar en positivo...o por lo menos, intentarlo

 

Hay varias razones por las que uno se impide a sí mismo pensar de forma más positiva. La razón que más me llama la atención es esa máxima del pensador negativo que dice que si se piensa en positivo uno se lleva más decepciones, así que mejor vivir en la angustia el sufrimiento y el miedo de forma permanente y recibir una buena noticia después que nos alivie. Es curioso cómo el ser humano sigue prefiriendo un horror sin fin a un final horroroso…

Hablamos de PENSAR EN POSITIVO, no de ser inconscientes, ni de estar en los mundos de Yupi,  y ni siquiera hablamos de no querer ver lo negativo u obviarlo. Simplemente hablamos de ver TAMBIÉN ese lado positivo de las cosas. Existe. Al igual que existe el negativo. Ninguno de los dos es más real, y ninguno de los dos es menos real…es decir: co-existen. ¿Por qué sólo préstamos atención a uno?¿ Por qué consideramos que es más consciente y responsable la persona que ve lo malo que puede ocurrir? Podemos darnos cuenta de los problemas o dificultades y también de vivirlos de forma positiva y no recrearnos de forma obsesivamente negativa en ellos.

Te proponemos que pueden ayudarte a mirar esa parte positiva y, por tanto, empezar a pensar en positivo.

1 Acepta la imperfección:

es fundamental para que tu mente se llene de positividad. No todo es perfecto ni va a suceder justo como tú quieres. Reconocer la existencia de los errores, los defectos, lo imprevisto de las cosas y las personas como algo connatural al ser humano y al mundo en general  te permitirá dejar de sufrir cuando ocurran. Porque van a ocurrir.

2. Pon límites a la propia responsabilidad: 

Si nos creemos responsables de cada problema (una separación, un hijo que pasa por un mal momento, etc.) sólo sentiremos culpa. La idea de que somos responsables de todo oculta otra idea , más negativa aún: creer que todo está bajo nuestro control.

3. Deja de lado la victimización:

Frases como “¿por qué me toca siempre a mí?” o “siempre tengo mala suerte” o “¿por qué a los otros sí y a mí no?” nos alejan de la responsabilidad sobre nuestros actos. Si no me siente responsable, no puedo hacer nada para cambiar nada.

4. Piensa en lo que quieres que pase, no en lo que no quieres.

Por ejemplo, "quiero aprobar este examen" en vez de "no quiero suspender ese examen". Aparecerán sentimientos más proactivos que te dirigirán a tu objetivo, en vez del miedo, que te bloqueará.

 

5. Habla con frases positivas:

Tu lenguaje influye en tus pensamientos así que abandona frases como “No puedo”, “No es posible” y cámbialas por “Voy a probar a ver qué pasa”.

6. Pregunta, no supongas:

muchos de nuestros pensamientos negativos suelen provenir de suposiciones que tenemos en la mente y que no hemos contrastado con la realidad. Una mala cara de alguien o una llamada no contestada pueden activar pensamientos negativos por causas que nos inventemos. Pregunta siempre al otro.

7. No generalices demasiado:

que una relación no saliera bien, o una persona nos mintiera no significa que ocurra en todos los casos. Si sacas conclusiones que empiecen con “siempre” o “nunca” detente y cuestiónate esas palabras tan grandes ¿ De verdad “siempre…o nunca…”?

8. Agradece y reconoce lo bueno de los demás:

empieza a ser consciente de lo que los demás te den u ofrezcan. No te fijes siempre en la falta ( lo que justo no han tenido en cuenta o el día que lo hicieron mal). Ampliará tu campo de visión.

9. Aprecia lo bueno que tienes en tu vida:

Tendemos a pensar en nuestros problemas sin darnos cuenta de que en nuestra vida hay muchas cosas buenas y positivas. ¿Y si haces un listado de todo lo bueno que hay en tu vida y lo lees cada día?

Raquel Ibáñez Ortego

Psicóloga y formadora

Grupo Crece

 

Hacer que el tiempo cuente

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El tiempo pasa... cada año nos tomamos las uvas y… ¿En qué casa no se comenta lo rápido que pasa el tiempo y cómo hace nada en ese reloj ponía 1997?

A veces los años se convierten en números que se suceden, un convencionalismo carente incluso de valor para muchos. El día 1 amanecemos igual que el 31, nada ha cambiado, por lo que el sentimiento de continuidad y la negación del paso del tiempo vuelve a invadirnos.

Los mecanismos de defensa vienen a protegernos de cosas. Supongo que en este caso la negación tendrá como objetivo que no tomemos contacto con la fugacidad de la vida, que la continuidad nos haga olvidar que la vida puede cambiar en un momento y que no nos demos cuenta de nuestra vida ha pasado por etapas que ya no sucederán.

Parece que no nos guste pararnos a mirar atrás, como si nos diese miedo encontrarnos con algo malo, como si uniésemos ese acto a la nostalgia y otras emociones de carácter negativo. Por eso siempre me sorprende como nuestros pacientes, disfrutan cuando les proponemos como tarea hacer una línea de la vida. A mi me gusta mandar esta tarea de manera abierta, para que cada uno lo plantee a su modo. Esto le da una riqueza extra a la reflexión, que en ocasiones se ha planteado como una obra artística. Cuántas conclusiones podemos sacar con ese ejercicio, que siempre es el resultado de muchas horas de encuentro con uno mismo. Yo recuerdo la mía: en un cuaderno de verdes tenues que me llevaba a lugares donde me sintiese a gusto. Gracias a ella me aprendí:

·  Que cada vida estaba compuesta por muchos episodios.

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·  Que los episodios sucedían de manera inesperada, en forma de regalos de la vida que marcaban un cambio.

·  Que en los episodios difíciles había personas que veían un final que yo no veía y unas soluciones que yo no podía hacer mías, hasta que no estuve preparada.

·  Que no era consciente de la posibilidad de cambio, pensaba que la vida”siempre iba a ser así”.

El ejercicio me sirvió para tomar perspectiva, para tomar conciencia del proceso de la vida, y, sobre todo, para dejar de dar por hecho.

Vivir en la negación del paso del tiempo nos hace dar por hecho que las personas que nos acompañan estarán siempre, que los paisajes cotidianos que enmarcan nuestro día a día van a ser siempre los mismos, que como me siento hoy es mi manera de sentirme.

Y romper la negación, conlleva algo de angustia, pero recompensa con una intensidad que hace que cada día cuente. Me hace capaz de pararme a congelar momentos, a hacer fotos mentales, sabiendo que no van a repetirse, o que algún día echaré de menos esa escena tan cotidiana.

Por eso creo importante tomar conciencia del factor tiempo, para hacernos responsables de nuestro relato, poniendo marcadores y trasformando la nostalgia negativa (“que feliz era y no me daba cuenta”) en orgullo (“cómo disfrutaba de aquellos momentos”).

Sara Ferro Martínez

Psicóloga y coach

Grupo Crece

 

La función del síntoma

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Temblores, bloqueos, insomnio, apatía... Muchas de estas palabras son las que escuchamos en los primeros encuentros terapéuticos, seguido de la frase ¿Cómo puedo quitármelas? 

En una sociedad en la que estar mal no es una opción, los síntomas son un objetivo a batir, un capricho del destino que se cruza en nuestro camino para hacérnoslo más complicado, algo aleatorio que nos toca y que queremos espantar. 

Esto hace que busquemos remedios rápidos, soluciones directas enfocadas en el síntoma, sin tomar una perspectiva más amplia y realista del problema. Y, en muchas ocasiones, estos remedios dan resultados, dándonos una tregua. 

Sin embargo, el enfoque del síntoma como problema, nos lleva en muchas ocasiones a escaladas y bucles en los que los síntomas se suceden o se incrementan. Poner el foco en el síntoma nos hace tomar una perspectiva muy corta, que nos impide tomar decisiones realmente útiles. 

Por poner un ejemplo físico, si tenemos una contractura en el cuello, podemos ir al fisio y que nos la arreglen, pero si no hacemos el cambio de almohada que necesitamos, ese dolor seguirá reapareciendo, incrementándose o trasladándose a otras zonas colindantes como el hombro o la espalda.

Con los síntomas psicológicos nos pasa lo mismo. Existen decenas de remedios contra la ansiedad, pero, ¿Qué pasaría si en vez de echarla, nos preguntásemos para qué ha venido? La ansiedad es una respuesta movilizadora del cuerpo, lo prepara para la acción. Escucharla nos ayudará a tomar decisiones y a encaminarnos en una dirección útil en la que hagamos cambios que establezcan un nuevo "status quo" en el que no sea necesaria la aparición de nuevos síntomas para movilizarnos. 

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La ansiedad, la tristeza, la apatía, el miedo, etc., son síntomas que vienen para mandarnos un mensaje: "cambia tu manera de gestionar el trabajo", "necesitas un cambio en esta relación", "retoma el contacto con esa persona".... y que no abandonarán su misión a menos que sientan que se ha visto cumplida o que les trasmitamos el mensaje de que no les necesitamos para encaminarnos en una dirección.

Es posible, que en ocasiones no sepamos interpretar los mensajes que nos manda nuestro propio cuerpo, ya que no nos han educado en esa tarea de parar a escucharnos y a mirar a nuestra realidad para buscar interpretaciones. Ésta es muchas veces nuestra labor como psicólogos: ayudar a generar esa mirada, ese análisis, ayudando a las personas a ser expertos en el funcionamiento de su cuerpo y su mente.

Para esta tarea, es muy útil plantearnos realizar una entrevista al síntoma. En esta entrevista se le pregunta a esa tristeza, a esa apatía, a esa ansiedad una serie de preguntas que tendremos que responder poniéndonos en el lugar del síntoma.

Pongamos un ejemplo de una entrevista a la ansiedad de Juan:

“Desde cuando llevas en la vida de Juan?” Llevo bastante tiempo, pero estoy más presente desde hace 3 años.

“¿Quién te trajo?” Bueno, aparecí justo después de que Juan tuviese un encuentro con Lola, una chica que le gustaba después de pasar dos años sin tener una cita, pero se quedó paralizado, se inventó una excusa y se fue. Se lo contó a un amigo y éste le dijo que así se iba a quedar solo para siempre. Podríamos decir que me trajo ese amigo, sí.

“¿Por qué estás con Juan?” Estoy con Juan para que se de cuenta de que no está a gusto con esta situación. Que él tiene ganas de tener una pareja y que, el miedo que tenía a ser rechazado, ya es pequeño comparado conmigo. Yo soy más potente, pero me elige a mí.

 “¿Qué tendría que hacer Juan para que tú te fueras?” Yo me iría si viese que tiene oportunidades para conocer a gente. Yo me iría si Juan toma decisiones para estar con gente, para no aislarse. Pero mientras tanto, estaré con él, no le dejaré solo…

Es muy curioso cómo estas respuestas revelan realidades que no se contemplan a nivel consciente, como la realidad de que el síntoma tiene una función, viene para que hagamos cosas que nos hagan estar mejor. Y es a partir de estas respuestas cuando hacemos un cambio en nuestra manera de vivir el síntoma y las soluciones, pudiendo generar un locus de control interno en algo que antes podíamos sentir como externo e incontrolable.

 Por eso, para nosotros los síntomas no son el enemigo a batir, sino una herramienta, un aliado que nos ayuda a crear el camino necesario para que esos síntomas no tengan lugar y puedan dejar de aparecer.

Sara Ferro Martínez

Psicóloga y coach

Grupo Crece