Los tipos de apego

El apego es algo que los psicólogos y psicólogas evaluamos en una psicoterapia, no sólo cuando atendemos a menores sino cuando atendemos a adultos. El tipo de apego que ha desarrollado una persona determina algunos elementos de sus relaciones personales y su nivel de autoestima y seguridad personal.

Recientemente, estuvimos debatiendo sobre la cuestión de los apegos en nuestra última sesión de Cine y Psicología. En esta ocasión con la excusa de la película “El indomable Will Hunting”, que nos permitió analizar la importancia de los vínculos seguros para superar emociones como el miedo al abandono.

Un apego seguro es aquel que te permite tener la certeza de que la persona te va a aceptar, escuchar, intentar ayudar, con la que puedes ser sincera, y que no te va a abandonar.

Las personas que no han podido en el pasado establecer este tipo de vínculos seguros, tienen muy condicionada su manera de formar afectos con los demás, por eso, es tan importante en terapia, enseñar a construir apegos sanos, y que el terapeuta se muestre como esa figura de apego seguro. Por eso, la película nos permitió ejemplificar y explicar estos conceptos y os la recomendamos si no la habéis visto.

Pasamos a explicar los tipos de apego y sus consecuencias, algo que hace años estudió la psicóloga Mary Ainsworth en el experimento de “La situación extraña”. Tanto ella como John Bowlby, son autores de referencia si se desea estudiar este concepto.

La situación extraña es un experimento que consiste en introducir a una madre con su hijo pequeño en una sala con juegos, y estudiar las interacciones que tiene el pequeño con ella durante este espacio de tiempo. Posteriormente, en la habitación entrará una persona extraña adulta que se sentará con la madre, más adelante la madre saldrá y se quedará el pequeño solo con la persona extraña y finalmente esta persona extraña abandonará la sala dejando al niño solo. La última parte del experimento consiste en el retorno de la madre a la habitación y se estudiará la forma de reaccionar del hijo. Durante cada una de las etapas se analiza como reacciona el menor a nivel conductual y emocional. Gracias a este experimento se establecieron los tipos de apego que describimos a continuación:

 

1.      Apego seguro (tipo B)

Es el apego más saludable. Nos sentimos validados emocionalmente y seguros ante nuestra persona de referencia. Si hemos establecido estos apegos en la infancia, será más probable que tengamos una autoestima más sana, una gestión emocional más equilibrada y mayor capacidad para construir relaciones seguras.

2.      Apego evitativo (tipo A)

Un apego en el que el menor aprende a que tendrá que sobrevivir solo en el mundo al no poder contar con sus cuidadores, además de entender que tendrá que vivir con un amor deficiente. En la edad adulta se favorecerá una personalidad evitativa a los vínculos afectivos más profundos, es más probable que se conviertan en personas frías, con dificultad a la hora de expresar sus sentimientos y una tendencia a la desconfianza, favoreciendo así un afrontamiento huidizo u hostil y defensivo.

3.      Apego ambivalente (tipo C)

Es un tipo de apego muy dañino. En este caso el vínculo es inconsistente o inapropiado, y por tanto se generan reacciones desajustadas a las situaciones (imaginemos una reacción de pasotismo ante una situación grave o una reacción desproporcionada a un detalle sin importancia). En la etapa adulta, este tipo de apego favorece personalidades marcadas por la inseguridad, exceso de autocrítica, autoestima dañada… la persona puede manejarse en las relaciones buscando un exceso de aprobación por el miedo a perder el afecto, generando así dependencias emocionales fuertes.

4.      Apego desorganizado (tipo D)

Tipo de apego que se establece en entornos altamente patológicos (agresividad, maltrato, abuso…). El menor queda metido en una trampa entre la supervivencia a este entorno, y la única existencia de estas figuras afectivas. En la etapa adulta, estas situaciones traumáticas pueden condicionar altamente la forma de relacionarse o vincularse a los demás, y dificultará por tanto el establecimiento de relaciones sanas, seguras y felices.  Existen miedos no resueltos, habilidades de gestión emocional que no se han podido aprender por el mero hecho de no haber sabido encajar o entender ciertas emociones, una autoestima muy dañada y muchas necesidades afectivas sin satisfacer.

 

Os planteamos la siguiente cuestión: ¿cómo os vinculáis a la gente de vuestro alrededor?, ¿sois capaces de establecer lazos afectivos sanos?

Relaciones que duran. ¿Cuáles son las claves?

 

El amor en tiempos de Tinder, la familia en tiempos de desapego, la amistad en momentos de ambición…. ¿Cómo se consigue, en este contexto, construir relaciones estables y duraderas?

Una de las primeras cosas que valoramos en una terapia psicológica es el universo vincular de la persona que atendemos: qué personas le rodean, desde cuándo están ahí y cómo es su relación. Un universo vincular sano es uno de los mayores predictores de mejoría.

Las relaciones que tenemos hablan de nosotros, de nuestras motivaciones, de nuestra manera en la que nos manejamos con el otro, de nuestro estilo comunicativo, y también nos afectan a la hora de enfrentarnos a las tesituras de la vida.

Ante situaciones complicadas de la vida tenemos dos opciones: construir defensas para evitar el fallo y el daño, o conectar con las amortiguaciones que tenemos en caso de caída y que nos ayudarán a sanar el dolor. Las personas con vínculos estables y sanos, tienden a tener estilos de afrontamiento más activos, con menor miedo al fallo, mientras que las personas con ausencia de vínculos estables y sanos tienen una mayor tendencia a la autodefensa, desde un estilo de afrontamiento evitativo o agresivo.

Es común oír hablar hoy en día de la necesidad de desapego. Frases y eslóganes inundan las redes sociales con un mensaje simple: el apego daña. Estas frases, como todas las que generalizan y se muestran como panaceas para el malestar humano, son tremendamente peligrosas.

Si bien es necesario que las personas sean independientes, inviertan en su bienestar y sean el motor activo de su vida, no podemos olvidar que el ser humano es un animal social, que necesita del otro para estar bien, y que estar bien con los demás no es incompatible con estar bien con uno mismo.

Por eso, el primer paso para construir relaciones estables, sanas y significativas es reconocer su importancia y su aporte a nuestra vida y nuestra salud mental.

Si las relaciones siempre entrañan un punto de complejidad, las relaciones a largo plazo, más. Pero si bien hay muchos factores que favorecen que las relaciones se mantengan en el tiempo (valores comunes, planes de vida comunes, motivación por conceder espacio al otro en la agenda a pesar de las épocas), hay un factor que es vital para que las relaciones se mantengan en el tiempo de manera nutritiva: adaptarse a los cambios vitales y construir una evolución en la relación, y así evitar una relación tóxica.

¿Qué significa esto?

Que un hijo de 20 años no podrá sentirse cómodo con sus padres si le tratan como si siguiese teniendo 5. Que mantener una relación de amistad no puede anclase en las noches de juerga de los 20. Que un empleado no se sentirá valorado si sus condiciones y sus funciones siguen siendo las mismas diez años después de entrar en la compañía.

La vida avanza y es imparable. Cambiamos: nuestras motivaciones, nuestras necesidades, nuestra situación vital…. Por eso, cualquier relación que se proponga para mantenerse en el tiempo tiene que aceptar esos cambios, como oportunidades para reconfigurar la relación de unan manera satisfactoria para todos.

El cambio no es el enemigo, sin embargo, así lo entendemos. “Ahora que tiene novio no hará cosas conmigo”, “con su nuevo trabajo me va a dejar de lado”, “la enfermedad de su familiar va a disminuir su rendimiento”… Todas estas premisas son las culpables de que rompamos lazos, llevan implícita una idea estática (si las cosas cambian ya no hay espacio para nosotros) y dicotómica (o estamos como sabemos o no estamos).

Cambiar la manera de afrontar los cambios, visualizándolos como una oportunidad para construir un nuevo escalón en nuestra relación nos hará fortalecer el vínculo, mandando un mensaje de apego seguro: juntos podemos encontrar la manera de hacer algo diferente que nos sea satisfactorio.

Esa construcción necesitará de sinceridad y de responsabilidad para expresar al otro lo que necesitamos de él. Es posible que en los inicios, tras un cambio, las relaciones necesiten de un reajuste. Una forma de negociación implícita en la que cada uno va mostrando sus límites y sus necesidades. Ese reajuste será el andamiaje de lo que más tarde será una sucesión de ladrillos que crearán una nueva realidad.

Y al final, esos peldaños construidos y transitados con el otro son los que os identificarán y os harán sentir esa gran sensación de que, juntos, podréis acompañaros en todas las tesituras de la vida.

¿Cómo facilitar un vínculo afectivo sano? Os damos 10 ideas para conseguirlo

"El amor auténtico se encuentra siempre hecho. En este amor un ser queda adscrito de una vez para siempre y del todo a otro ser. Es el amor que empieza con el amor."

José Ortega y Gasset

maternidad sara lancini

La mayor clave de la seguridad personal y del desarrollo de una autoestima sana en el futuro, es sentirse querido y valioso en la primera infancia. El amor es un alimento tan importante como el biberón.

Estudios con animales y con niños y niñas institucionalizados, hace años que lo confirman.

Establecer un vínculo afectivo con el bebé desde que está en el vientre materno y a lo largo de los primeros años de vida es esencial para la satisfacción de una necesidad que está en la base de la pirámide.

¿Qué podemos que tener en cuenta?

1. Habla al bebé con palabras cariñosas y suaves. Exprésale tus sentimientos.

2. Expresa sintonía con el bebé, si está muy alegre le responderemos muy alegres y le invitaremos a jugar, si está calmado le transmitiremos calma y la compartiremos con él, si está llorando o enfadado seremos tranquilos y le trataremos con ternura para intentar calmarlo, si está triste, le trataremos con consuelo, abrazándole mucho con dulzura...

3. Le atenderemos siempre que demande nuestra atención, sea con una emoción positiva o negativa, aunque sea con una palabrita si no podemos en ese momento estar a su lado.

4. Le tocaremos mucho, besos, abrazos, masajes, caricias. El sentido del tacto es el mayor vehículo para la intimidad emocional. 5. Nunca le pegaremos o le gritaremos, si debemos reñir lo haremos con firmeza pero no con descontrol.

6. Le dejaremos explorar su entorno de una manera segura, no haremos por el bebé lo que éste puede hacer por sí solo aunque sea con un poquito de esfuerzo. Le dejaremos que se guíe pro sus propios instintos para que desarrolle sus inquietudes y talentos, el bebé sabe lo que le atrae, lo que le interesa mucho mejor que nosotros los adultos.

7. Le diremos lo felices que somos con él, lo a gusto que estamos con él, resaltaremos lo que hace bien.

8. Si hace algo que debemos corregir, nunca le diremos "lo haces mal", sino que le ayudaremos a que lo pueda hacer bien.

9. No le compararemos con nadie, hermanitos o hermanitas, otras personitas. Es único igual que los demás son únicos.

10. Le enseñaremos a ser persistente, pero no exigiremos la perfección.

Susana Paniagua Díaz

Psicóloga educativa

Grupo Crece