Sanar la autoestima desde el autoconocimiento

Autoestima:  Forma en que las personas se sienten con respecto a sí mismas, y cómo se valoran.

Nos hemos acostumbrado a describir nuestra autoestima en términos “baja” o “ alta”. Y todas las personas la queremos alta.

Cuando en terapia indagamos en qué significa autoestima alta, nos encontramos con una definición casi mágica, pues se relaciona con poder enfrentar (todas) las situaciones problemáticas desde la seguridad y, por tanto, dar buenas soluciones, manejar conflictos sociales saliendo airoso, aceptar el rechazo sin pasarlo mal, arriesgarse ante un peligro, no tener debilidades ni puntos flojos, no tener inseguridades, etc.

Queremos aprender herramientas y estrategias para poder llevar a cabo los sueños expuestos anteriormente. Queremos dejar de lado las debilidades y aquellas características nuestras que nos parecen terribles y que no llevan a nada, y transformarlas en virtudes, capacidades y habilidades consideradas positivas. Queremos dejar de ser nosotras mismas, ser otra persona.  Una batalla perdida.

En toda esta idea hay un trasfondo de comparación. En la propia definición de autoestima ya se habla de “valorar-se” a una misma. Siempre que hay una valoración sobre algo, se realiza en comparación con un referente. Yo soy “mejor” o “peor”, (¿ que quién?) “buena” o “mala” (¿comparada con qué? ¿para quién?)

Siempre hay algo con lo que entrar en continua comparación: con los demás, con la idea que tenemos de los demás,e incluso con una idea hiper-mejorada de nosotras mismas.

Con esto quiero decir que tenemos una idea de la autoestima mal planteada desde el principio. Suponemos que estaremos mejor con una autoestima alta, pero desde “lo alto” seguiremos manteniendo el puesto a costa de compararnos con los que están a bajo.

Quizás es mejor empezar a hablar de una autoestima sana,  ni alta ni baja. Y una autoestima sana deja de lado completamente la comparación. No la necesita.

Un pequeño inciso para exponer la diferencia entre Ideal del yo y Yo ideal, términos que nos van a servir para enlazar autoestima y autoconocimiento.

Ideal del yo: lo que debo ser , la imagen que se debe tener para ser digno de amor.

Está fundado sobre lo que imaginamos que son los valores del otro. Si soy así y hago esto, me querrán.

Yo Ideal:  lo que considero que debo hacer para estar de acuerdo con mis propios valores y poder realizarme plenamente.

En el ideal del yo hay un proceso comparativo. Mi referencia son los valores del otro.

Debemos empezar a dejar de lado Ideal del yo y centrarnos en el Yo ideal, que trabajará en la búsqueda de uno mismo, en construir los propios valores y , valga la redundancia, darles valor. El foco de atención dejará conseguir amor del otro, sino en amarse uno con lo que es, con lo que tiene y no tiene, con sus luces y sombras.

La base de una autoestima sana es el autoconocimiento.

“Conócete, acéptate, supérate”

San Agustín.

“Nosce te ipsvm” Conócete a ti mismo

“Nosce te ipsvm” Conócete a ti mismo

El autoconocimiento es el resultado de un proceso de reflexión mediante el que se adquiere la noción de nosotros mismos, de nuestras capacidades, limitaciones, cualidades y defectos. Nos permite reconocernos como individuos únicos, diferentes de los demás.

Podremos sacar información para conocernos a través de la relación con nosotras mismas y con los demás.

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Preguntas para hacerse alguna vez en la vida

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Vamos a encontrar cosas que nos agraden, que nos desagraden, que nos encanten y que odiemos. Todo esto nos hace únicos y nos define como personas.

A medida que recogemos información, vamos configurando nuestro autoconcepto. Esto son las creencias que tenemos de nosotros mismos. Estas creencias se van a manifestar en nuestra conducta. Si creemos que somos , por ejemplo, “tontos”, actuaremos como tal, y todo lo contrario si nos creemos “inteligentes”.

Poco a poco iremos realizando la autoevaluación de lo que somos. Es necesario ser críticos con nosotros mismos . De todas las cosas que vamos averiguando , tendremos que identificar lo que nos beneficia, es decir, nos ayuda y hace crecer, o nos entorpece en nuestro desarrollo como personas.

Casi de forma inevitable entraremos en un proceso de juicio hacia nosotras mismas. Hemos ido viendo cosas que nos encantan, pero también cosas que nos desagradan. Seguramente habremos visto más cosas desagradables y que no queremos tener ( por eso de compararnos con un referente ideal, como explicaba con anterioridad)

Es importante en este paso no caer en una valoración personal global. No somos “malos, egoístas, sumisos, tontos, etc.”. A veces podemos tener comportamientos/actitudes así. Pueden ser una parte de nosotros, los tenemos, pero no lo somos.

Muy ligado a este momento de evaluación está el de autoaceptación. Admito en mi todas mis características. Reconozco mis formas de sentir y ser. No tengo nada bueno ni malo. Soy lo que soy.No me culpo de lo que soy, sino que me responsabilizo de ello. Cuando me responsabilizo, puedo buscar soluciones y mejorar.

“Lo que resistes, persiste

Lo que aceptas se transforma”

Cuando legitimo lo que soy, es decir, cuando me doy derecho a ser lo que soy, empiezo a trabajar en el respeto hacia ello. Empiezo a tratarme bien, no por nada especial, simplemente porque soy y lo merezco. Atiendo mis necesidades,  deseos y valores. Expreso y manejo de forma adecuada hacia mí y los demás mis los sentimientos y emociones. Me cuido, me atiendo, me protejo. Empiezo a amarme.

(Artículo de asertividad estaría guay)

En la cúspide de la pirámide encontramos la autoestima.

Es el resultado final y la síntesis de los pasos anteriores. Si me conozco, voy creando mi escala de valores , me acepto y me respeto, mi autoestima será sana.

La diferencia entre autorespeto y autoestima se encuentra en que el autorespeto está basado en cómo me trato, y la autoestima corresponde a lo que yo siento y pienso sobre mí. Son dos conceptos que correlacionan. Es interesante caer en la cuenta de que, si empiezo a respetarme, iré en camino hacia una autoestima sana. Primero es empezar a hacer cosas por uno mismo.

Una etapa que no debemos olvidar en el viaje al autoconocimiento es saber desarrollarse.

Recordemos la frase de San Agustín “Conócete, acéptate, supérate”.

El autoconocimiento no solamente se basa en las limitaciones, sino que también debe de tomar en cuenta nuestras fortalezas. El punto central de esto es tratar de superarnos como personas, ser mejores personas. Es posible porque todos nacemos con cualidades, virtudes, habilidades y capacidades. Simplemente no las vemos, o no las consideramos suficientes.

Arriesgarte a conocerte, dejar de lado las comparaciones y trabajar en una mejor versión de ti misma que incluya todo lo que eres.

Preguntas para hacerse alguna vez en la vida

Nos pasamos gran parte de nuestro tiempo haciéndonos preguntas. Muchas de ellas son preguntas sin respuesta que nos llevan a dar más vueltas a las cosas. Otras tantas no nos llevan más que a respuestas absurdas. Y hay otras que no tienen respuesta, directamente.

He recopilado algunas preguntas que, a veces, hago directamente a las personas que vienen a terapia, o que se plantean en las propias sesiones mientras indagamos en la psique humana.

Son interesantes y dignas de hacerse alguna vez en la vida. Algunas cuanto más nos las hagamos, mejor.

Antes de tomar una decisión (no tiene por qué ser muy importante), hazte las siguientes preguntas:

¿Esto lo hago porque quiero yo o para complacer a mis padres/pareja/amigas?

¿Esto lo hago porque quiero yo o por llevar la contraria a mis padres/pareja/amigas?

Cuando tengas que hacer algo que sientes que te provoca miedo, o vergüenza, o que dudes en hacerla, estas preguntas pueden ayudarte:

¿Qué es mejor, intentarlo y quizás equivocarse, o no haberlo intentado nunca y nunca saber qué podía haber pasado?

¿Cuántas oportunidades como ésta voy a volver a tener?

Las siguientes son ideales para preguntarse antes de irse a la cama:

¿Qué pequeña cosa he hecho hoy de la que estoy satisfecho?

¿Qué pequeña cosa ha hecho hoy alguien conmigo o por mí, por la que estoy satisfecho o agradecido?

Algunas preguntas para situaciones en las que uno se plantea darle un sentido a la vida:

¿Cómo puedo ayudar a tener un mundo mejor?

¿Tengo la vida que quiero?

¿Cuál es la primera cosa que cambiaría en mi vida?

Si no tuviera miedo: ¿Qué me gustaría hacer que no hago? ¿Qué me gustaría dejar de hacer?

Si hoy fuera el último día de vida, ¿Qué haría y con quién?

 

Os invito a realizar la siguiente tarea de reflexión:

Imagina que han pasado muchos años y que con el tiempo te has convertido en una versión más vieja y sabia de ti misma. Te invito a reflexionar sobre las siguientes preguntas: Examinando tu vida:

¿Qué es lo que más te gusta de tu existencia según la has vivido?

¿Hay algo que querrías no haber hecho?

¿Hay algo que querrías haber hecho?

¿Qué te gustaría que tus seres queridos recordaran más respecto a tu vida con ellos?

En una escala de 0 a 10, ¿cuánto hay ya en tu existencia actual que refleje las                                       respuestas que has dado a la pregunta anterior?

Si quisieras aumentar el grado en que tu vida actual refleje las ideas respondidas en las preguntas anteriores, ¿cuál sería el paso más pequeño que podrías dar?

Éstas son sólo algunas preguntas, seguramente muchas de ellas importantes para mí.

Quizás tú tengas las tuyas propias. Preguntas que te han ayudado a ti…

¿Me las cuentas?

¿QUÉ PREGUNTAS AÑADIRÍAS TÚ?

Cuentos de sabiduría milenaria

En muchas ocasiones pensamos que el bienestar en nuestra vida consiste únicamente en la solución de tal o cual problema determinado que nos abruma, centrando nuestros esfuerzos en el aprendizaje de estrategias y habilidades que nos permitan un manejo rápido y eficaz. Olvidamos atender y trabajar sobre otros aspectos que considero la base a construir y sobre la que añadir, posterior o paralelamente, las estrategias, habilidades, conocimientos, etc., que nos permitan situarnos y encontrarnos lo suficientemente bien en nuestra vida.

Este relato nos habla de esos aspectos: 

El verdadero guerrero

Satoor era un verdadero campeón de las artes marciales de su escuela, pero aún a pesar de su destreza, sabía que todavía no conocía plenamente las artes marciales como él en su corazón presentía. Y aunque dominaba el manejo de los músculos y sabía de la rapidez y del valor, también intuía que carecía de algo importante, algo...que quizá tenía que ver con la conciencia despierta.

Llegó el día en que decidió cambiar su vida y dirigirse a un lugar en las montañas en el que se hallaba un conocido maestro de nombre Budham. Satoor pensaba que aunque dicho maestro no era precisamente el más famoso, quizá porque nunca asistía a competiciones, presentía que era el único capaz de transmitir y despertar lo que en tantas ocasiones atrás había percibido.

Cuando se presentó ante las puertas de aquel monasterio, en donde hombres y mujeres eran fuertemente entrenados, pidió a Budham que le admitiese. Tras escuchar el relato de Satoor, esbozó una enigmática sonrisa y dijo: "No estás preparado para asimilar la enseñanza de este lugar. No sabes de paciencia y no debo sembrar la semilla en una tierra insuficientemente trabajada".

"Pero Maestro", interpeló Satoor, "haré lo que me pidas, vengo desde muy lejos y he llegado aquí tan sólo con el deseo de aprender los secretos milenarios de la flexibilidad y de la fuerza".

"Por lo que te observo”, respondió Budham, “No tienes desarrollada tu templanza, eres caprichoso y tu mente está llena de espejismos y burbujas ilusorias. No sabes aplazar tus deseos y además eres un inmaduro para los frutos del alma. Así que lárgate", dijo dando media vuelta y cerrando aquella enorme puerta.

Satoor se sentía frustrado y deprimido, sin embargo seguía percibiendo que allí, tras aquellas puertas se enseñaba lo que siempre había presentido. Por tal motivo, decidió sentarse y esperar pacientemente junto al umbral de la entrada. Pasaron tres días y tres noches en los que Satoor se mantuvo ante el umbral, hasta que al final... Budham apareció de nuevo y dijo: "Te he dicho que no estás preparado". "Pero Maestro", dijo Satoor. "Juro por mis padres que obedeceré sin rechistar lo que me ordenes, por difícil que esto me parezca".

Budham, mirándole fijamente, dijo con severidad: ¿Prometes realmente obedecer sin rechistar lo que aquí se te ordene durante un período de 7 años?" "Sí, sí, lo juro, lo juro", dijo Satoor con una ráfaga de esperanza en su rostro. El Maestro abrió la puerta y Satoor cruzó el umbral. Cuando transcurrieron los dos primeros años, Satoor seguía haciendo las labores más básicas de la cocina y de la limpieza de aquel enorme lugar, sin todavía haber pisado una plataforma de instrucción. Sin embargo, pensaba para sus adentros: "El Maestro debe estar probándome, por lo que debo aguantar. Seguro que, de un momento a otro, comenzará mi enseñanza".

Cuando habían transcurrido otros dos años sin salir de aquel lugar, Satoor seguía sirviendo en la casa. El joven limpiaba, cocinaba, arreglaba el jardín y cuidaba de las labores más modestas. Y aunque ya no se mostraba tan inquieto e impaciente, a veces se decía: "No sé, no sé, creo que he caído en manos de un sinvergüenza que me explota. Maldita promesa que le hice. Desde luego, ¡Qué gran error he cometido cayendo en manos de este caradura que encima ni me habla!".

Habiendo transcurrido ya cerca de los cinco años de permanencia en aquel lugar, Satoor se encontraba tan adaptado que ni recordaba lo que había venido buscando. Podría afirmarse que las Artes Marciales y sus juveniles objetivos de llegada le dejaban indiferente. Sentía que una parte ilusionada de sí mismo había sido disuelta, y no contaba ya más que con un inmediato presente. ... Aquella tarde, aparentemente como las demás, encontrándose en el jardín, apareció de repente Budham blandiendo un gran bastón de bambú y, sin venir a cuento, le asestó un formidable golpe en la espalda. Hecho esto, desapareció rápidamente sin decir nada. "¡Andá.! ¡Si además de explotador está loco el viejo imbécil éste!", se dijo Satoor horrorizado. Al día siguiente por la noche, encontrándose Satoor dormido fue, de súbito despertado por la nueva llegada de Budham que le propinó un bastonazo en la cabeza, haciéndole ver todas las estrellas del firmamento. Hecho esto se retiró rápido y silencioso... Satoor se dio cuenta que si quería salvar su vida de manos de ese loco furibundo, tenía que estar atento... tenía que guardar una sostenida alerta.

A los pocos días y encontrándose lavando trastos en la cocina, Budham se presentó de improviso a su espalada y trató nuevamente de golpearlo, pero, ¡Oh sorpresa! Satoor que ya empezaba a despertar, lo intuyó repentino y, girando vertiginoso paró el formidable golpe del maestro con una cacerola. Budham desapareció de inmediato. Poco a poco, tanto en las noches como en los días, Satoor presentía. Se podía decir que percibía con sus sentidos internos, de pronto abiertos, las llegadas furtivas de Budham, antes de que los golpes llegaran a su dolorido cuerpo. Satoor vivía en un estado acrecentado de atención y ninguna labor que realizaba ocupaba tanto su consciencia como para no percibir la llegada sorpresa de los sucesos que lo probaban. Y así día a día... abriendo cada vez más su intuición y flexibilidad, expiró el plazo que había jurado mantener. Fue entonces cuando Budham, de manera insólitamente amorosa y con un brillo de lucidez y complicidad en sus ojos, le dijo: 
"Bien mi querido Satoor. Has finalizado ya tu aprendizaje y estás preparado para enfrentar los tres peores enemigos del guerrero interior: 

"Camina lento... no te apresures, que al único lugar a donde tienes que llegar es a ti mismo" Ortega y Gaset.

"Camina lento... no te apresures, que al único lugar a donde tienes que llegar es a ti mismo" Ortega y Gaset.

  • La autocompasion, la desatención ( el no darse cuenta) y la impaciencia

Lo que aquí has aprendido, de hoy en adelante lo enseñarás sobre la Tierra.



Raquel Ibáñez Ortego

Psicóloga

Grupo Crece

¿Somos otros cuando hacemos teatro?

teatro

“Los actores mienten”, “Cuando hago teatro soy otra persona”, “Este personaje está muy alejado de mi”, “Me ha costado mucho hacer este personaje, yo soy muy distinto”… En muchas ocasiones he oído estas afirmaciones acerca de la actuación teatral y el trabajo del actor. No solo de personas que van al teatro a ver teatro, sino también de actores amateurs y profesionales. Tales afirmaciones pueden parecer muy lógicas, ya que a nadie que ha de interpretar a un malvado le gusta pensar que esa maldad proviene de él. Sin embargo la expresión de ser otro nodeja de resultarme paradójica, y me lleva a hacerme algunas preguntas fundamentales: ¿Cómo es posible que yo sea o haga de otro? Y si yo no era eso, ¿quién era? Y ya puestos… ¿Quién soy yo? Dejando a un lado juegos de palabras me gustaría enfocar este dilema desde la perspectiva que ofrecen varios enfoques terapéuticos como la psicología Gestalt o el trabajo con Eneatipos. Y para empezar cabría fijarse en la definición que ambas disciplinas nos ofrecen de la personalidad. Esta es vista como una estructura compleja que se forma desde la niñez, y que funciona como una herramienta útil que nos ayuda a crecer, a desarrollarnos y a relacionarnos con nuestro entorno. La personalidad es una respuesta directa al ambiente en el que hemos crecido. De tal manera que si somos divertidos, serios, agresivos, tiernos o perfeccionistas lo seremos en función de cómo hayamos necesitado ser para crecer de la mejor manera posible. El problema viene cuando, con la edad, nos identificamos con esa manera de ser que tan útil nos fue en las primeras etapas de nuestro desarrollo. Así diremos: “yo soy simpático”, “soy un cascarrabias”, “siempre fui un angelito”, “yo es que soy así”, etc. Nos decimos yo soy esto o lo otro, nos identificamos con una manera de ser, y desgraciadamente nos olvidamos del resto del abanico. Ya lo decía Lope de Vega en su famoso soneto: “alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso…” Según el poeta todas ellas son facetas del amor, y es que “quien lo probó lo sabe”. Y también todas ellas son cualidades humanas a nuestro servicio disponibles para enfrentar las diferentes situaciones de la vida.

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La Gestalt afirma que la personalidad se forja como una estructura neurótica en tanto en cuanto limita nuestra capacidad de ser múltiples cosas. Habrá momentos en los que, con un bebe en los brazos, sea menester sacar nuestra más tierna paternidad, situaciones en las que debamos mostrarnos fuertes ante una agresión, fiestas en las que invocar nuestro lado más divertido, arduas tareas en las que trabajar de manera minuciosa y constante, etc. Pero si en lugar de eso decimos, yo es que no soy tierno, o fuerte, o divertido, o trabajador… estaremos negando partes de nosotros absolutamente necesarias. Nos identificamos con una parte, negamos las otras. Y nos convertimos en personas incompletas…

Pues bien es aquí donde aparece la maravillosa capacidad del teatro para permitirnos ser esas otras personas que decimos no ser. Representamos a un padre y recuperamos nuestra ternura perdida, a un rey Shakesperiano y saboreamos la fuerza, a un criado de la Comedia dell Arte y sacamos lo más divertido de nosotros, a una Madre Coraje y aparece nuestra capacidad de sacrificio. ¡Pero no son esos personajes los que hablan, sienten y actúan, somos nosotros! ¿De dónde sale sino ese grito, ese llanto, o esa carcajada? Por eso mismo muchas terapias llaman a la responsabilidad de nuestras expresiones artísticas. Nos invitan a hacernos cargo de aquello que hemos creado, y a que nos demos cuenta de que dependiendo de lo que necesitemos, podemos ser lo que queramos. El teatro nos invita a explorar las múltiples maneras de ser y a sentir todo lo que se puede sentir. Y eso nos hace personas más completas.

Fernando Gallego

Actor y terapeuta gestalt

Teatro: ¿simple diversión o desarrollo personal?

teatro

En mi trayectoria como profesor de teatro siempre he encontrado, a rasgos generales, dos tipos de personas que se acercan a mis clases. Aquellas  que buscan el gozo a través del juego y la expresión artística, y los que desean profundizar en un camino de autoconocimiento a partir del trabajo actoral. Ambas aspiraciones son absolutamente válidas: la lúdica y la terapéutica. Pero ¿acaso se pueden separar ambas facetas del teatro? De hecho podría parecer que nada tiene que ver el teatro, y su aspecto lúdico y desenfadado, con un proceso terapéutico, considerado en ocasiones una tarea seria y emocionalmente costosa. Sin embargo para mí es cada vez más difícil separar estos dos conceptos, pues presiento que ambos se hallaban integrados desde el mismísimo origen del teatro. El arte ha tenido desde sus primeras manifestaciones una función mágico curativa que lo asemejaba directamente a un método terapéutico. El arte de la representación, por medio de rituales, nació para tratar de dar explicación a aquellos aspectos de la vida de difícil comprensión. De esta manera el ser humano tomaba contacto con lo misterioso, con lo invisible, en un anhelo de integrar en su interior aquello que le producía miedo y se escapaba a su limitada interpretación de la vida. Es como si necesitase reafirmar su capacidad para sobrevivir en un mundo absolutamente hostil. Así nacieron los mitos, los cuales narraban acciones virtuosas de los héroes, y ofrecían un modelo en el cual vernos reflejados. Con el tiempo los ritos religiosos y curativos evolucionaron transformándose en teatro, y los brujos encargados de la salud de la comunidad se transformaron por un lado en actores, y por otro en curanderos o chamanes. Parece que aquí se encuentra una clara escisión entre el teatro y la medicina o la psicología, en lo que a esa faceta sanadora se refiere. Estas dos últimas ciencias nacerían a partir de la aparición del logos en el ser humano y su necesidad de razonar científicamente las cosas, mientras que el teatro continuaría con su intento de acercarnos a la inexplicable y, en ocasiones, dolorosa realidad a través del arte. Tendría que pasar mucho tiempo para que a principios del siglo XX, personas del mundo de la psiquiatría volvieran a ver en el teatro esa cualidad terapéutica olvidada por el paso de los años.

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Sin embargo, aunque el teatro convencional siempre fue considerado un producto artístico cultural que se compra y se vende, es fácil encontrar grandes teóricos que asignaron al actor esa difícil tarea de sanar con su actuación. Ya Aristóteles señaló la importante cualidad del actor de conseguir la purificación de las almas de los espectadores por medio de la catarsis (la psicología tomaría del filósofo este concepto en el siglo XX). Artaud en los años 20 estudió las formas rituales prehistóricas en la búsqueda de un actor capaz de lograr la transformación espiritual del espectador. Grotowski poco después comparó al actor con un sacerdote que debía seguir un camino de autoconocimiento para despojarse de todas sus resistencias y servir de vehículo catalizador de la experiencia sagrada del espectador.

Pero podría ser que muchos de nosotros, al oír estas teorizaciones tan profundas y teniendo en cuenta el panorama actual del teatro, nos quedemos con una sensación de cierta incredulidad. Más aún si vamos al teatro en busca de ese actor tan portentoso, y simplemente vemos una representación comercial de las que tanto abundan. Entonces nos preguntaríamos: “¿pero dónde está ese efecto catártico, sanador, purificador, revelador o como quieran que lo llamen los entendidos?” Pues bien, desde mi punto de vista, ese efecto mágico no se encuentra en los teatros, sino en la propia actuación. En el juego dramático en sí.

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El mayor hallazgo en esta materia fue el que hizo a principios del siglo XX Jacob Levi Moreno, psiquiatra y apasionado del teatro, que pensó que si este aportaba una experiencia sanadora en aquel que actuaba, era mejor olvidarse de ir a ver obras de teatro convencionales y dedicarnos por entero a actuar. Según él, y tantos otros, la creatividad cualidad fundamental del teatro, es algo inherente al ser humano, y todos podemos desarrollarla y disfrutar de ella. El hacer teatro, y todos los beneficios que procura, han de estar al alcance de todos.

Artaud

En definitiva, es difícil saber qué es aquello que nos aporta el teatro que nos sienta tan bien. Las personas que nunca lo han probado, y se acercan unos días a intentarlo, suelen reconocer que se sienten mejor. Con razón: se han desahogado, han jugado, se han reído, han gritado, han expresado emociones de todo tipo, han representado personajes absolutamente alejados de ellos… Y lo más importante de todo, lo han hecho en relación con otras personas. Y sea cual sea la razón por la que desean hacer teatro, algo encuentran en él que les hará sentir bien.

 

Fernando Gallego

Actor y terapeuta gestlt

Danza y teatro para expresar tu yo auténtico

grupo crece

En la vida desempeñamos papeles, roles diversos. Algunos de esos roles nos han servido en momentos vitales, la mayoría nos fueron impuestos en el entorno familiar y social a edades tempranas y eran útiles para adaptarnos a dichos entornos, pero en la etapa adulta ya no nos sirven y pueden estar provocándoos insatisfacción, frustración y baja autoestima. Algunos de esos papeles que tuvimos que representar no estaban hechos a nuestra medida, no respondían a nuestras necesidades, nuestras capacidades o nuestros deseos más intrínsecos. Algunos roles no tuvimos ocasión de experimentarlos por imporsición, por tabúes o miedos y son una asignatura pendiente en nuestra vida.

El teatro terapéutico o teatro Gestalt y el movimiento expresivo y danza Gestalt facilitan que tomemos contacto con nuestro verdadero yo a través de juegos teatrales y la expresión del movimiento. Se trabaja con las emociones, la comunicación, la confianza, la aceptación, la vulnerabilidad y la fortaleza, para conseguir conocernos mejor, aprender a escucharnos a nosotros mismos a nivel corporal y emocional, afrontar miedos y dificultades, y sentirnos más seguros y motivados.

Este trabajo se realiza con adultos o con menores, en el ámbito del coaching y del crecimiento personal, en el ámbito clínico-terapéutico, educativo y psico-social.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece