La base afectiva en la construcción de los valores

corazon chaulafanita

Si entendemos la educación como, el proceso de “socializar” en una cultura, para adquirir destrezas y valores que nos lleven a la felicidad, al buen vivir, es importante partir de las necesidades intrínsecas al ser humano. El ser humano nace con un conjunto de necesidades básicas que son:

  • alimentación, descanso y protección suficientes,
  • estimulación sensorial,
  • interacción afectiva, social y sexual,
  • exploración, conocimiento y control del medio.

 Para el ser humano, es importante, el bienestar físico, psicológico, económico… Pero necesitamos también, por un lado, vinculación social, afecto, sentimientos de pertenencia al grupo y, por otro lado, sentir control sobre el mundo que nos rodea, explorarlo, sentir que podemos cambiar las cosas, perfeccionarlas, sentir que podemos crear.

La psicología demuestra estos tres grandes motivos en el ser humano (Seligman, 2003):

  • el placer,
  • la vinculación, y
  • la superación

Desde este punto de vista, los valores básicos y fundamentales tendrían que partir de estos tres motores básicos.

Las emociones están presentes en el niño desde el nacimiento y son imprescindibles para su interacción con el entono. Existe una base innata en el reconocimiento y en la expresión de las emociones como descubrió Darwin y recientes investigaciones sobre las emociones han confirmado (Ekman, 2004).

El recién nacido es capaz de captar afectivamente lo que objetivamente le resulta indescifrable. El bebé viene al mundo preparado para comunicarse a través del llanto y la sonrisa. Percibe el mundo a través de las sensaciones y está preparado para:

  • expresar emociones que irán siendo cada vez más complejas a medida que el niño se desarrolla,
  • percibir las emociones del otro y,
  • responder de forma coherente a las manifestaciones emocionales de los otros.

Las emociones serán guía de su comportamiento (y guía, también, para los padres de cómo se encuentran sus hijos y de lo que necesitan), motor de su comportamiento y aportarán el valor de los eventos.

Las emociones de los demás, también, constituyen una guía para los niños, de modo que el comportamiento emocional de los padres y cómo respondan a las emociones de sus hijos ejercerá una gran influencia en el aprendizaje de las emociones.

La madre o el cuidador principal es la gran mediadora entre el niño y su circunstancia, lo que supone, que unas veces será un canal de comunicación con el mundo exterior y otras una defensa contra un ambiente que considere peligroso. “En estas largas y silenciosas conversaciones entre la madre y el bebé, la madre está introduciendo los cambios de humor del niño, le enseña cómo sentir, cuándo sentir y si hay que sentir algo sobre los objetos particulares del entorno. Los niños intentan ajustar los sentimientos a los que observan en su madre como si ella fuese la definitiva intérprete de la realidad” en un proceso de regulación mutua a partir del llanto y la sonrisa (Marina, 2004). El entorno social de la primera infancia recibido a través de la madre que es la gran mediadora influye directamente en la evolución de las estructuras cerebrales responsables de futuro emocional del niño.

El establecimiento de un apego seguro facilitará soportar la incertidumbre y determinará que una persona esté o no alarmada por una situación potencialmente alarmante. El tipo de apego determinará la confianza o falta de confianza en que la figura de apego esté disponible aunque no esté realmente presente. Estas relaciones tempranas crean expectativas sobre las relaciones con los demás. Según se han portado con nosotros así esperaremos de los demás. Algunos autores dicen que influye en las representaciones que creamos de nosotros mismos y de los demás, en la autonomía (Bowlby, 1998).

A medida que el niño crece (alrededor de los dos años) ocurre un salto cualitativo en su desarrollo: el pensamiento simbólico y la aparición del lenguaje. El niño adquiere conciencia del mundo y conciencia de sí mismo. Esto permitirá el desarrollo de la empatía, la aparición de emociones más complejas y el desarrollo de los procesos de autorregulación.

La adquisición del lenguaje le abre al niño la puerta para controlar su propia conducta pero este control siempre viene desde fuera para posteriormente interiorizarse (Vigotsky, 1973). El niño que aprende a obedecer normas de su madre, acaba poniéndose normas a sí mismo. La autonomía consiste en darnos órdenes inteligentes a nosotros mismos y cumplirlas a pesar de que las emociones le puedan llevar en un sentido contrario. El comportamiento regido por reglas supone la posibilidad de ampliar la libertad del ser humano para tomar decisiones y actuar. Y le permite la posibilidad de relacionarse con realidades no presentes, con conceptos abstractos que van a construir los juicios morales.

Es en este momento, cuando se plantea el conflicto entre el placer y el deber, dejarnos llevar por la emoción o por la razón. Los valores están a medio camino entre ambas cosas.

A través de una adecuada educación emocional, unida a la implantación de límites y normas, podemos enseñar a los niños a sentirse bien siendo generosos, responsables, trabajadores, etc. sin que ello suponga un gran esfuerzo.

Pero cuando esto falla, no siempre la obligación puede ser agradable, es importante enseñar a los niños a autorregularse: pararse a pensar sobre lo que les pasa, a valorar las consecuencias, tomarse un tiempo para decidir y anticipar ventajas a largo plazo…

Deberes y deseos tienen que situarse en un equilibrio que probabilicen la felicidad personal y la felicidad colectiva. Los valores se concretan en normas; si hacemos compatibles las normas con las necesidades y motivaciones humanas y educamos las emociones para facilitar el cumplimiento de dichas normas estamos facilitando que dichos valores se lleven a al acción.

Los filósofos han reflexionado siempre sobre los motores del hombre. Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, entre otros, plantean que el hombre tiene dos facultades: Noûs  (inteligencia) y Orexis (deseo)

 

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach