Terapia familiar. Una perspectiva sistemica.

Os hablaremos en este post de la terapia familiar desde una perspectiva sitémica ya que la familia en sí misma es un sistema.

“El que es bueno en familia es también buen ciudadano.” Sófocles.

"La familia es el lugar principal del crecimiento de cada uno, pues, a través
 de ella, el ser humano se abre a la vida y a esa exigencia natural
de relacionarse con los otros."  San Francisco

La familia es, sin duda, la institución más antigua. A pesar de los múltiples cambios socioculturales que ha vivido nuestra especie desde su aparición, el grupo familiar se ha mantenido a lo largo del tiempo, como la célula básica de la sociedad. Esto implica que el concepto de familia y la vivencia que cada individuo posee de ella son factores determinantes en nuestro desarrollo como personas.

La familia desempeña un papel protagonista en la educación y el desarrollo de los niños y las niñas. Es el primer entorno social en el que los pequeños y las pequeñas comienzan a desarrollar capacidades de todo tipo, desde las emocionales a las intelectuales, pasando por las habilidades para relacionarse con los demás y una innumerable lista de destrezas que definen al ser humano.

Los padres y las madres son para sus hijos e hijas las primeras y más sólidas figuras de referencia. Los progenitores son los encargados de transmitir su visión sobre el mundo, los valores, la moral y la cultura en la que se desenvuelven. Y son los primeros responsables en educar a sus hijos e hijas dentro de las normas y las formas de actuación comúnmente aceptadas por la sociedad, de las cuales son intérpretes. La tarea de los progenitores depende, pues, de dos variables fundamentales: en primer lugar, su capacidad para modelar el comportamiento de sus hijas e hijos; en segundo lugar, su capacidad para interpretar ellos mismos lo que la sociedad demanda de cada persona, y su capacidad para transmitirlo.

A la dificultad de la tarea que los padres y las madres tienen encomendada, se añaden otras variables, entre las cuales destaca el continuo proceso de cambio en el que actualmente vivimos. Esto es lo que convierte esta tarea en un auténtico reto. Pero no hay que olvidar que el correcto funcionamiento de las sociedades humanas depende en buena medida del éxito de los progenitores en llevar a cabo esa misión.

La familia se conforma como una red de relaciones que opera a nivel interno y a nivel externo. A nivel interno cobran relevancia las afinidades y diferencias ideológicas y personales entre los individuos que conforman la familia y la red de influencias mutuas que se generan entre ellos.

Uno de los primeros desafíos para cualquier menor es intuir qué lugar ocupa en la estructura familiar, cuáles son sus zonas de confort, de influencia y de responsabilidad. Y a nivel externo, la familia se comporta como un sistema social que interactúa con el medio y, por tanto, se ve influenciado por el entorno en el que se desenvuelve y por las oportunidades y obstáculos que este entorno le presenta.

Por otra parte, los miembros de la familia son a la vez miembros del grupo social en el que esa familia se inserta y, por tanto, sus experiencias personales operan también a dos niveles: interno y externo. Este hecho hace que las experiencias positivas o negativas que pueda tener cada miembro de la familia en su ámbito social se trasladen a la relación familiar. De este modo se teje una red de influencias multidireccional en la que lo interno a la estructura familiar influye sobre el exterior, el exterior influye sobre el sistema familiar, y cada miembro influye sobre los demás.

Hacer de estas influencias algo sanador, que ayude a la familia a afrontar los problemas, bien sean provocados por características externas al sistema o internas de él, es el principal objetivo de la Terapia Familiar.

Una familia funcional se caracteriza por cubrir las necesidades de sus miembros cumpliendo con sus cometidos de acogimiento, cuidado, apoyo, educación y socialización.

Es además capaz de afrontar las crisis y los cambios requeridos en cada momento y ante las demandas del medio, manteniéndose como grupo estructurado, comunicativo y con capacidad de adaptación. Los límites claros, las reglas flexibles y una jerarquía congruente son los pilares de una familia funcional.

Ayudar a las familias a fortalecer sus pilares, a encontrar el camino hacia la estabilidad del sistema y potenciar la funcionalidad del mismo son las luces que guían un proceso terapéutico en familia.

La terapia familiar trabajará sobre todos los aspectos que estén poniendo en peligro el bienestar del sistema y de cada uno de sus miembros, yendo al foco del problema, con independencia de que afecte a un miembro, un subsistema o el sistema en su conjunto. Aunque el objetivo es favorecer el bienestar de la familia en su conjunto, el motor que guiará toda intervención será garantizar el bienestar y la protección de los y las menores existentes en el sistema y favorecer un crecimiento saludable.

En la terapia familiar, el síntoma que pueda padecer uno de los miembros se muestra como una expresión de una dificultad que tiene el sistema completo. De esta manera, no se trabaja de manera única con la persona que expresa un dolor una dificultad, sino con el conjunto familiar en sus diversas combinaciones (todos juntos, unidad paternal-maternal, unidad filial, dos miembros en conflicto…)

Con este objetivo, la terapia familiar ofrece un espacio en el que la familia reconfigura sus relaciones y expresa sus necesidades en un entorno protegido. Esta reconfiguración suele estar basada en dos pilares:

1.      La configuración de la familia.

En muchas ocasiones, el malestar en la familia tiene que ver con un problema de estructura. Una familia en la que la configuración está mal gestionada, es una familia en la que los problemas afloran con mayor facilidad. De este modo, desde la terapia familiar se busca generar el desequilibro necesario entre madres/padres con sus hijas/hijos, con el fin de que cada miembro ocupe el lugar que le corresponde, con sus derechos y responsabilidades adheridos.

2.      El desarrollo de habilidades.

En muchas ocasiones, para conseguir una mejora en la situación familiar, necesitamos dotar a los miembros de habilidades de diferente índole: emocionales, de comunicación, parentales…

En base a estos dos pilares se ponen al servicio de la terapia una gran variedad de técnicas que hacen de cada sesión una oportunidad para trabajar los aspectos que dificultan el entendimiento y la convivencia de la familia.

El trabajo se realiza desde una alianza con el sistema familiar. Es muy importante que todos los miembros entiendan que el o la terapeuta no están a favor de unos o de otros, sino que está a favor del bienestar de la familia, y que con ese objetivo, alienta a fomentar o modificar actitudes y acciones. De este modo, es propio de la terapia familiar identificar la manera más adecuada de enfocar las sesiones con cada familia. Así, habrá familias que acudan

En conclusión, la terapia familiar es un espacio en el que las fuerzas se suman por un objetivo común: mejorar el bienestar de las personas.

Relaciones que duran. ¿Cuáles son las claves?

 

El amor en tiempos de Tinder, la familia en tiempos de desapego, la amistad en momentos de ambición…. ¿Cómo se consigue, en este contexto, construir relaciones estables y duraderas?

Una de las primeras cosas que valoramos en una terapia psicológica es el universo vincular de la persona que atendemos: qué personas le rodean, desde cuándo están ahí y cómo es su relación. Un universo vincular sano es uno de los mayores predictores de mejoría.

Las relaciones que tenemos hablan de nosotros, de nuestras motivaciones, de nuestra manera en la que nos manejamos con el otro, de nuestro estilo comunicativo, y también nos afectan a la hora de enfrentarnos a las tesituras de la vida.

Ante situaciones complicadas de la vida tenemos dos opciones: construir defensas para evitar el fallo y el daño, o conectar con las amortiguaciones que tenemos en caso de caída y que nos ayudarán a sanar el dolor. Las personas con vínculos estables y sanos, tienden a tener estilos de afrontamiento más activos, con menor miedo al fallo, mientras que las personas con ausencia de vínculos estables y sanos tienen una mayor tendencia a la autodefensa, desde un estilo de afrontamiento evitativo o agresivo.

Es común oír hablar hoy en día de la necesidad de desapego. Frases y eslóganes inundan las redes sociales con un mensaje simple: el apego daña. Estas frases, como todas las que generalizan y se muestran como panaceas para el malestar humano, son tremendamente peligrosas.

Si bien es necesario que las personas sean independientes, inviertan en su bienestar y sean el motor activo de su vida, no podemos olvidar que el ser humano es un animal social, que necesita del otro para estar bien, y que estar bien con los demás no es incompatible con estar bien con uno mismo.

Por eso, el primer paso para construir relaciones estables, sanas y significativas es reconocer su importancia y su aporte a nuestra vida y nuestra salud mental.

Si las relaciones siempre entrañan un punto de complejidad, las relaciones a largo plazo, más. Pero si bien hay muchos factores que favorecen que las relaciones se mantengan en el tiempo (valores comunes, planes de vida comunes, motivación por conceder espacio al otro en la agenda a pesar de las épocas), hay un factor que es vital para que las relaciones se mantengan en el tiempo de manera nutritiva: adaptarse a los cambios vitales y construir una evolución en la relación, y así evitar una relación tóxica.

¿Qué significa esto?

Que un hijo de 20 años no podrá sentirse cómodo con sus padres si le tratan como si siguiese teniendo 5. Que mantener una relación de amistad no puede anclase en las noches de juerga de los 20. Que un empleado no se sentirá valorado si sus condiciones y sus funciones siguen siendo las mismas diez años después de entrar en la compañía.

La vida avanza y es imparable. Cambiamos: nuestras motivaciones, nuestras necesidades, nuestra situación vital…. Por eso, cualquier relación que se proponga para mantenerse en el tiempo tiene que aceptar esos cambios, como oportunidades para reconfigurar la relación de unan manera satisfactoria para todos.

El cambio no es el enemigo, sin embargo, así lo entendemos. “Ahora que tiene novio no hará cosas conmigo”, “con su nuevo trabajo me va a dejar de lado”, “la enfermedad de su familiar va a disminuir su rendimiento”… Todas estas premisas son las culpables de que rompamos lazos, llevan implícita una idea estática (si las cosas cambian ya no hay espacio para nosotros) y dicotómica (o estamos como sabemos o no estamos).

Cambiar la manera de afrontar los cambios, visualizándolos como una oportunidad para construir un nuevo escalón en nuestra relación nos hará fortalecer el vínculo, mandando un mensaje de apego seguro: juntos podemos encontrar la manera de hacer algo diferente que nos sea satisfactorio.

Esa construcción necesitará de sinceridad y de responsabilidad para expresar al otro lo que necesitamos de él. Es posible que en los inicios, tras un cambio, las relaciones necesiten de un reajuste. Una forma de negociación implícita en la que cada uno va mostrando sus límites y sus necesidades. Ese reajuste será el andamiaje de lo que más tarde será una sucesión de ladrillos que crearán una nueva realidad.

Y al final, esos peldaños construidos y transitados con el otro son los que os identificarán y os harán sentir esa gran sensación de que, juntos, podréis acompañaros en todas las tesituras de la vida.