Paren el mundo que me quiero bajar... Sobre la frustración y otras emociones negativas..

PAREN EL MUNDO QUE ME QUIERO BAJAR

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El mundo es un lugar frustrante. Cada día, una persona se enfrenta a decenas de frutraciones en sus diferentes grados (desde que se derrame el café por la mañana a que tengas que echar dos horas extras por un error en el trabajo, pasando porque la persona con la que habías quedado para despejarte se le haya olvidado vuestro compromiso, cancelando el encuentro a última hora).

El mundo es un lugar tan frustrante que el ser humano destina cantidades astronómicas de tiempo y de dinero a buscar maneras que disminuyan ese número de frustraciones diarias a las que nos  enfrentamos: aplicaciones para que no tengamos que esperar al autobús o para que no nos enfrentemos al rechazo de alguien al ligar cara a cara, gimnasios que abren 24 horas para que no tengas que adaptarte, pastillas que modulan nuestro estado de ánimo, videojuegos que puedes reiniciar si no estás el primero en la partida…

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Tiempo y dinero invertidos en mandar un mensaje:

“La frustración es el enemigo, TIENES DERECHO a no tenerla”

Este mensaje cala tanto en los adultos que, a la hora de enfrentarse a la crianza y educación de los hijos, la brújula que guía las decisiones dentro del gran abanico de opciones, es en muchas ocasiones la misma: la mejor opción será la que resulte menos frustrante para los pequeños.

Los seres humanos, en su tendencia antropocentrista, tienden a sobreestimar su capacidad para controlar y manejar los devenires de la vida y la naturaleza, creándose lo que, en muchas ocasiones, no es más que una falsa ilusión de control.

Entonces, ¿qué sucede cuando una persona se encuentra, dentro de este contexto, con la frustración? La respuesta es clara: la frustración se duplica, sumándose la frustración por el suceso a la frustración por no haberlo podido evitar.

El progreso es, sin duda, algo necesario para una sociedad, y es claramente necesario invertir en ello, pero no podemos olvidar que el camino que lleva al crecimiento de una sociedad está relacionado con la fortaleza de la misma, así como de la capacidad de adaptación a las circunstancias que puedan surgirle. Por ello, a la vez que buscamos crear condiciones más propicias, necesitamos ser conscientes de que, por mucho que avancemos como sociedad, nuestras emociones seguirán formando parte de nuestras vidas y no existen fórmulas (y ojalá nunca surjan) para acallarlas.

Partir de la necesidad de ser más felices, reducir la frustración, evitar la tristeza, etc. como brújula y vara de medir del progreso, es una base irreal que nos puede hacer entrar en una trampa constante y peligrosa.

La frustración no es más que una emoción cuya función es la de hacernos más fuertes y adaptables. Viene a enseñarnos que no podemos tenerlo todo controlado, que no tenemos tanto poder. A veces, frustrarnos puede ser hasta un alivio.

Sara Ferro Martínez

Psicóloga y coach

Grupo Crece