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Psicoterapia infantojuvenil ¿Qué es?

“Nada enciende más la mente de un niño como jugar”

Los niños y niñas, los y las adolescentes,  son esponjas en continuo aprendizaje. Su capacidad de absorción de información, actitudes, valores y acciones del mundo que les rodea, y su proceso de sumar aprendizajes necesarios para enfrentarse a la vida, son las características que más definen a la infancia. Esas características suponen, en ciertos momentos o contextos, un gran reto, comprometiendo el desarrollo de los pequeños.

Ese es el lugar de la terapia infantojuvenil. Aunque, para ser exactos, debemos hablar de diferentes lugares.

En primer lugar, la terapia infantojuvenil tiene como base fundamental la protección de los niños y niñas cuando se tratan de esponjas expuestas a aguas con algún grado de toxicidad. Los niños y las niñas son esponjas que absorben información de todos los contextos a los que están expuestos. Todos están expuestos a dos tipos de contextos: macro y micro. Los contextos macro son los ambientes más generales, todo lo que corresponde a su contexto socio-económico (el entorno, la ciudad, el país, el momento histórico…). Los contextos micro son aquellos en los que se mueve cada pequeño (su familia nuclear y extensa, su escuela, sus amigos, el parque al que va a jugar, etc.). En ocasiones, estos contextos tienen características o agentes que generan daño en los niños y las niñas, por lo que la terapia infantojuvenil tiene como objetivo identificar y reparar este daño, así como favorecer una actitud de resiliencia en los pequeños.

En segundo lugar, la infancia es la etapa de aprendizaje por idiosincrasia. Los niños y las niñas están expuestos a una gran cantidad de aprendizajes de diferentes tipos, y este aprendizaje es, por lo general desigual. El papel de la terapia infantojuvenil es, por este lado, consiste en dotar a los peques de habilidades socio emocionales que les favorezcan tareas tan importantes como la gestión emocional y las relaciones sociales.

¿Cómo se trabaja en terapia infanto-juvenil?

La primera peculiaridad que tiene la terapia infantil o infantojuvenil es el hecho de que los menores raramente acuden por demanda propia, sino que son los progenitores u otros adultos cercanos (tutores, profesores, pediatras…) quienes muestran la preocupación, y acuden con los pequeños a consulta.

Por ello, si normalmente nuestra labor como psicólogos y psicólogas es la de descubrir los códigos y el funcionamiento de cada persona con la que trabajamos, y adaptarnos a ella, en el caso de la terapia infantojuvenil, podríamos decir que la adaptabilidad es la piedra angular de la intervención. Esta adaptabilidad es crucial para entender el momento del desarrollo en el que se encuentra cada menor, las necesidades que presenta y, sobre todo, la manera en la que ese menor se siente más cómodo trabajando.

La adaptabilidad y la flexibilidad inundan la terapia infantojuvenil, pudiendo afectar a diferentes aspectos de la intervención.

Por un lado, al papel que tienen los progenitores o adultos de referencia en el proceso, pudiendo oscilar entre un reparto igualitario (se atiende por igual a menores y adultos), desigual (la mayoría del tiempo se atiende a los menores pero se destina un espacio de la sesión para hacer partícipes a los progenitores) o nulo (los progenitores no participan en el proceso terapéutico). Esta adaptación se hace en función de las características del problema, de la edad de los menores y de la disponibilidad de los adultos.

Por otro lado, la flexibilidad se hace presente, también, en la manera de enfocar el proceso terapéutico, poniendo un gran abanico de técnicas al servicio de cada caso. De este modo, la terapia infantojuvenil cuenta con una gran diversidad de recursos que merece la pena nombrar aquí:

  1. Terapia de juego

Como dice la frase que encabeza el artículo “Nada enciende más la mente de un niño como el juego”. El juego es la manera en la que los niños y las niñas exploran el mundo, e integran los aprendizajes, la manera en la que prueban aprendizajes nuevos, la manera en la que expresan su personalidad. Por eso, la terapia infantojuvenil tiene que basarse en un juego, sobre todo con los niños/as más pequeños.

El juego debe ser adaptado a cada niño y cada niña, desde juegos más activos a juegos más calmados. Desde el juego, los roles se igualan, los peques encuentran el rato de terapia como algo motivador, un espacio para ellos, en el que aprenden, a su manera, y el vínculo que se genera da lugar a cambios positivos.

2. Arteterapia

El arte es una vía de comunicación cuando no se puede poner palabras a lo que nos pasa y a lo que sentimos. Por eso, en la terapia infantojuvenil, el arte es una herramienta desde la que se desarrollan muchos procesos terapéuticos tanto con niños más pequeños como con adolescentes, ya que les cuesta poner en palabras lo que sienten y realizar análisis de sus problemas. Se trata, además, de una herramienta muy transversal, útil desde niños y niñas muy pequeños hasta adolescentes que encuentran en el dibujo, la música o la narrativa, una manera de gestionar sus emociones. A través de la arteterapia podemos identificar y conocer aquellas cuestiones que están dañando a los más pequeños, así como reparar ese daño.

5. Psicodrama

El psicodrama es una técnica psicoterapéutica en la que las personas representan las situaciones que desean trabaja,r y aprender a manejar en terapia. Los niños y las niñas están muy familiarizados de forma natural con esta técnica, y les resulta la manera más sencilla de transmitir su mundo a los adultos, así como para expresar emociones y situaciones de su día a día. El psicodrama puede valerse de elementos como marionetas con las que entrenar actitudes y conductas, muñecos, objetos o de dramatizaciones teatrales por parte de niños/as y adolescentes

4. Conversación terapéutica

La terapia de la palabra también es un recurso central en la terapia infanto-juvenil. Muchos niños/as y adolescentes tienen grandes capacidades comunicativas, y muestran una gran necesidad de expresarse y ser escuchados. En el caso de la conversación terapéutica, lo importante es adaptar el discurso a las capacidades y manera de hablar de los menores, así como el contexto, facilitando la apertura y la comprensión mutua.

De este modo, las herramientas se van entretejiendo en cada sesión en función de las necesidades de los y las menores, con un objetivo transversal constante: crear un vínculo positivo que favorezca el compromiso con el proceso terapéutico, la mejora emocional y el aprendizaje.

Si el vínculo es para nosotros una de las piedras angulares de la terapia psicológica, con los pequeños y adolescentes no puede ser menos.

El vínculo que buscamos generar es el de un apego seguro, en el que los y las menores sientan que pueden ser y decir cómo y lo que necesiten, sin miedo.

La relación es un complejo equilibrio entre la confianza, el cuidado y la complicidad. Este equilibrio va a tener una gran importancia cuando estamos trabajando con adolescentes, ya que para que sientan el proceso como propio y se abran en la sesión, necesitan tener asegurada la confianza y la complicidad, sin olvidar que nuestro papel es el de cuidarles y ayudarles, lo que a veces implica confrontación. Este vínculo de aceptación y el espacio de libertad ayuda a que las defensas tan propias de la adolescencia bajen, mostrándose de manera auténtica y favoreciendo el trabajo terapéutico.

En resumen, los niños y las niñas, los adolescentes, son esponjas en continuo aprendizaje, un aprendizaje que en muchas ocasiones olvida las habilidades emocionales y sociales, generando dificultades en los menores. La terapia psicológica tiene la función de crear un contexto de andamiaje para generar un desarrollo sano a nivel emocional y social, desde una relación positiva y una propuesta de actividades motivadoras.

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Sara Ferro Martinez

Psicóloga infantojuvenil, familiar y de pareja

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