¿¡Por qué dije eso!? Claves para no actuar en caliente y calmar la furia

iracontrol de la ira

Cuántas veces nos ha pasado eso de: “No quise decirte eso”, “En verdad no lo sentía pero me descontrolé”, “Por qué he tenido que ser tan bocazas, tenía que haberme callado…” Sí, cuando nos enfadamos, la propia emoción de la rabia nos impulsa a la acción, a defender un derecho, a quitarnos de en medio un obstáculo, a solventar aquello que vivimos como injusto… Y en muchas ocasiones, es necesario y útil, pero en otras… nos provoca problemas y conflictos que puede que no tengan vuelta atrás.

Otro factor negativo de la rabia es que, en la mayoría de las ocasiones, nos lleva a interpretar de manera equivocada y distorsionada la realidad. Aquello que corresponde sólo a la opinión de otra persona lo vivimos como un agravio, aquello que es un simple mal entendido lo interpretamos como algo dañino a propósito hacia nosotros, lo que es una circunstancia inevitable de la que nadie tiene culpa, la utilizamos para culpabilizar y “machacar” a una persona.

Todo ello puede ser nefasto para nuestras relaciones personales, familiares o laborales, creando un conflicto, malestar u otras consecuencias negativas que nos podríamos ahorrar con un poquito de autocontrol.

Hay personas con un temperamento muy templado que no se alteran o lo hacen con mucho comedimiento y otras personas de las que se dice “tiene mucho carácter”, bien, cualquier persona puede aprender a desarrollar autocontrol emocional, ya que no es una habilidad innata son algo que hemos ido aprendiendo a lo largo de nuestra vida aunque las personas con un temperamento más templado lo tengan más fácil.

¿Qué podemos hacer? ¿Cuál es la clave del autocontrol?

1. Tomarnos un “tiempo fuera”

Si estoy enfadado/a aunque sea evidente por mis gestos, es mejor que salga un momento del lugar del conflicto, es decir, me voy a callar y voy a dar una vuelta, me voy a  otra habitación, me siento en mi mesa de trabajo y hago alguna tarea… En ese momento no hablo de mi enfado, ni de lo que lo ha provocado.

2. Intento durante el “tiempo fuera”, pensar en otra cosa que me distraiga, buscar algo entretenido, escuchar una música alegre o tranquila…

3. Una vez más tranquilo/a pienso si realmente la otra persona es el causante de mi malestar y si lo ha hecho con conciencia de darme o con mala intención. Reflexiono sobre lo que ha pasado.

-       Muchas veces, el otro, ignora que esto me molesta o me enfada. No es adivino, sus valores y normas de comportamiento van por otras vías diferentes a las mías, yo no estoy en posesión de la verdad.

-       Otras veces, aunque no lo ignore, no pretendía ofenderme o hacerme daño o perjudicarme, no hay una mala intención hacia mí. Es humano y ha cometido un error o es egoísta y no piensa mucho en los demás.

-       Incluso, es frecuente que el otro no tenga nada que ver en el asunto, las circunstancias nos han jugado una mala pasada y nadie es ni culpable ni responsable.

-       Y, sí, puede que el otro sea responsable, y me haya hecho daño a conciencia o dejándose llevar también por la rabia, pero en “caliente” sólo voy a conseguir entrar en una espiral de conflicto.

-       Y una pregunta importante ¿qué dice de mí que me haya molestado tanto esta persona o situación? ¿Puedo sacar una conclusión o aprendizaje de mi reacción emocional? ¿Qué necesidad se está poniendo de manifiesto? A veces, la rabia sólo es la punta del iceberg.

4. Tras mi reflexión tomo una decisión.

-       Si el otro no tiene responsabilidad en el asunto: Puedo pedir disculpas por mi reacción y añadir que en esos casos necesito salir a despejarme o esperar un poco para hablarlo con más tranquilidad.

-       Si el otro tiene responsabilidad en el asunto: Pedir disculpas por mi reacción pero indicarle a la otra persona que hay cosas que me molestan, me hieren, no me gustan… Al expresar  mi malestar es importante hacerlo desde los “Mensajes yo”:

“Yo me he sentido…”

“No me ha gustado…”

“Me enfada cuando…”

Y describiendo aquello que me molesta.

Evitaremos juicios de valor y ataques como “Eres un egoísta y sólo vas a lo tuyo…” “Tu manera de proceder es absolutamente incorrecta…” “Es que nunca te das cuenta de que…”

Cuidado con estos mensajes, no nos ayudan a gestionar las emociones ni a resolver el conflicto.

A este tipo de estrategias las denominamos gestión asertiva del la rabia o del enfado y se engloban dentro de otras herramientas de la comunicación asertiva.

5. No olvidemos que debajo de esa furia pueden esconderse otras emociones como la desilusión, la frustración, la tristeza, la rabia contra uno mismo… No escuchemos sólo a la ira. Desde ahí podemos descubrir cosas muy interesantes de nosotros mismo o de nuestras necesidades y quizá tengamos que hacer un cambio vital importante en nuestras vidas o si ese cambio no podemos hacerlo empezar a aceptarlo de una manera más constructiva.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece

Empoderamiento femenino

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El porcentaje de mujeres que están en puestos directivos y de poder es muy bajo, escandalosamente bajo, en relación al potencial existente en la mujer: preparación, conocimientos y competencias.

Aunque las mujeres representan el 50% del activo laboral de la población, en España, sólo el 10% de los puestos ejecutivosestán cubiertos por mujeres (Castaño, Laffarga et al..,2005), sobre una muestra de 1.878 grandes empresas.

Según este estudio, en el que participaron diversas universidades españolas y publicado por el instituto de la mujer en 2009, hay menos mujeres directivas que hombres, y muchas de ellas tienen puestos gerenciales más que de dirección, hay menos contratos estables en mujeres en relación a los hombres, es más frecuente que la mujer trabaje media jornada, hay menos madres en puestos directivos que mujeres que no tienen hijos, los sectores donde la mujer tiene un espacio en puestos directivos siguen siendo los tradicionalmente femeninos (sector de asistencia, educación, servicios…).

Por otro lado, las mujeres directivas afirman tener más dificultades a la hora de acceder a dichos puestos que los hombres, y estar peor remuneradas que ellos.

Sobre el papel tenemos los mismos derechos y oportunidades, invertimos en educación para la igualdad, hay muchas más mujeres que hombres que van a la universidad (45% frente al 33% de los hombres según estudios realizados por el Instituto de Estudios Económicos de 2012), pero los roles, a pesar de la fachada de cara a la galería, no han cambiado lo que deberían cambiar, para conseguir un equilibrio esperado y deseable.

¿Qué ocurre?

  1. Afectivamente, las mujeres seguimos siendo dependientes.

  1. Intelectualmente, nos ponemos detrás de los hombres.

  1. Priorizamos las necesidades de los demás en relación a las propias necesidades.

  1. La sociedad sigue respondiendo a patrones machistas, patriarcales y estructuras verticales en muchos ámbitos, está en nuestra memoria emocional y respondemos a esto muchas veces de manera inconsciente. Por ejemplo, el chico tiene que pagar la consumición de la chica.

  1. ¿La maternidad? La maternidad, desde mi punto de vista es una excusa. Muchas mujeres al igual que muchos hombres compaginan su trabajo de horarios imposibles con el cuidado de sus hijos.

  1. Es difícil la conciliación cuando las empresas no ponen las facilidades que deberían poner tanto a hombres como a mujeres.

  1. Es difícil la conciliación cuando además, de tener hijos y trabajo, la mujer se ocupa de las labores domésticas, de las reuniones del colegio, etc., para que su pareja tenga tiempo de triunfar en su trabajo ya que suele ganar más, y claro, hay que darle prioridad al trabajo del varón. Eso sí, el hombre es listo, no abandona sus hobbies y respeta un mínimo espacio personal para él mismo.

Así, es difícil, claro.

Si nos apropiásemos de nuestro espacio de ocio, si no renunciásemos a nuestras aspiraciones profesionales, si planteásemos que sí o sí, las reuniones del colegio, las labores domésticas, cuidar a los hijos enfermos… son cosa de dos, quizá subiría el porcentaje de divorcios, pero no lo creo, ellos también empezarían a cambiar sus roles, los les quedaría otra.

Las mujeres tenemos muchas competencias para dirigir, negociar, persuadir, motivar, tomar decisiones, gestionar el estrés y la presión, y para crear ideas brillantes.

Los hombres valen también para cocinar, limpiar, llevar a los niños al colegio, contarles cuentos, administrar la economía doméstica, expresar ternura y otras emociones, no son “cavernícolas”. Muchos ya lo hacen.

En las empresas, las mujeres al sentirse, muchas veces, indefensas, con la sensación de no poder controlar más allá, y no poder hacer nada para ascender, adoptan una actitud derrotista y poco proactiva por significarse y sentarse en la mesa de reuniones como una más.

En la historia de la humanidad hubo mujeres con un papel muy significativo en los clanes o sociedades humanas, llegando a ocupar espacios de gran relevancia espiritual o política. Ciertamente, se trata de una minoría de situaciones, pero lo importante es que hubo mujeres que conquistaron esos puestos, en situaciones donde el hombre era el protagonista y eso es aún más difícil. La cultura y los valores inculcados socialmente, se han encargado de situar a la mujer en el peor lugar, quizá todo derivó de que somos menos fuertes físicamente, y en los primeros asentamientos humanos la fortaleza física, al igual que se observa en grupos de primates es un valor importante, y de ahí la cultura ha hecho el resto, por mantener ese estatus con creencias que nos situaban por debajo como “el sexo débil o perverso”. No olvidemos personajes del antiguo o nuevo testamento: Eva que nos lleva al pecado y a salir del paraíso, Dalila, traidora y manipuladora, la mujer de Lot que desobedece y se convierte en sal  por ello, María Magdalena, prostituta…

El avance en nuestra socialización, nos ha llevado a inventar la ética y a sofisticarla cada vez más, cosas que ocurrían en las antiguas civilizaciones como los sacrificios humanos, ahora nos parecen aberrantes, por ello, debemos seguir luchando para que cosas aberrantes desaparezcan de nuestra cultura y es aberrante que la mujer no tenga las mismas oportunidades que el hombre.

La sumisión no está en los genes sino en la cultura, es un comportamiento aprendido. No caigamos en la trampa, provoquemos cambios en nosotras mismas, empecemos a agarrar nuestro poder.

De esta manera, ganaremos todos: hombres que tendrán oportunidad de explorar y satisfacer un espacio que ahora la sociedad les prohíbe, y las mujeres que conseguiremos la justa igualdad.

Lo masculino y lo femenino son aspectos dinámicos, lo han sido a lo largo de toda nuestra historia cultural y, al mismo tiempo, no podemos hablar de lo masculino del hombre y lo femenino de la mujer. Lo masculino y femenino son conceptos inventados para clasificar la realidad, son complementarios y están ambos en los cerebros de hombres y mujeres.

Ahora hay cierta confusión tanto en hombres como en mujeres sobre su parte femenina y su parte masculina, yéndonos a veces a lugares que no tienen que ver con nuestras necesidades e identidad propia.

Mujeres a por lo masculino, hombres a por lo femenino, mujeres a por la nueva feminidad, hombres a por la nueva masculinidad.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece

LA COOPERACIÓN (serie de artículos sobre REACCIONES ANTE LA CRISIS EN ESPAÑA desde una perspectiva psico-social)

cooperación

Las situaciones de privación o disminución de recursos económicos nos llevan en primera instancia a la cooperación, fomentan el asociacionismo, unirnos a colectivos o grupos diversos para conseguir esos recursos, que de otra manera son más difíciles o inviables. La cooperación es una herramienta básica para la vida, los niños/as deben aprenderla desde que son pequeñitos, y el entorno familiar, social y escolar les irá enseñando a cooperar para conseguir lo que desean y necesitan.

Los individuos no podemos acceder a todo lo que deseamos, y no podemos conseguirlo todo solos, somos, por encima de todo, seres sociales y gracias a la aportación del grupo hemos llegado lejos en conocimientos, herramientas, destrezas y recursos. La cooperación nos brinda la oportunidad de aprender a tolerar la frustración, aprender a compartir, aprender a relacionarnos, aprender a resolver conflictos, aprender a negociar y desarrollar el pensamiento colectivo y el trabajo en equipo.

Con la crisis no queda otra que cooperar. Observamos como en la actualidad, y cada vez más surgen iniciativas cooperativas: centros culturales y de ocio autogestionados, bancos de tiempo, grupos de consumo, bancos de alimentos, servicios diversos que se ofrecen a través de asociaciones de vecinos… Además, se trata de una cooperación auténtica en la que se cuida que todos contribuyan a ese objetivo común, o sea, un toma y daca. El altruismo y ofrecer lo que uno sabe o tiene es algo que se está visualizando de manera muy patente en nuestra sociedad, las redes sociales también son un vehículo de cooperación.

Siempre han surgido el asociacionismo y los movimientos solidarios para responder a situaciones de opresión y desigualdad: Sindicatos, ONGs, las Naciones Unidas…

Si la situación de crisis llegase a empeorar y se extremasen las condiciones, la psicología y la sociología nos dicen que seríamos menos cooperativos y egoístas. Esperemos nos llegar a ese extremo.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece

Infidelidad: naturaleza o cultura ¿Decidimos si somos fieles?

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Se ha discutido mucho desde un punto de vista científico si somos fieles o no por naturaleza. Empezaremos con un análisis antropológico descriptivo (sin entrar en juicios éticos o morales) para pasar a un análisis psicológico y dar unas pinceladas de los diferentes tipos de infidelidad que podemos encontrar en nuestra sociedad.

Nuestro objetivo es desmitificar la infidelidad, normalizarla y ayudar a los lectores a identificar las diferentes causas de ser infiel. Desde ahí apuntaremos a los valores que tenemos asociados a la infidelidad y el sistema de creencias que lo sustenta desde una perspectiva psicosocial. De cara a potenciar una mayor conciencia a la hora de “ser o no ser infiel”.

Los antropólogos en general lo tienen bastante claro. La infidelidad es algo natural e intrínseco a la naturaleza humana al igual que se observa en animales.

Sin embargo, existen formas diferenciadas de considerar la infidelidad reguladas por normas socioculturales según las culturas o pueblos, incluso animales como los primates tienen comportamientos de infidelidad regulados por normas sociales. Parafraseando a José Antonio Marina: “somos un híbrido entre biología y cultura”, no podemos defender más el peso de lo biológico sobre lo socio-cultural o viceversa, y la cuestión de la infidelidad no se salva de esto.

Hay más discrepancia en los estudios en relación a conceptos como el de monogamia y poligamia. Khomegah, dentro del modelo de la antropología social, defiende que en buena parte de su historia, los seres humanos debieron vivir en sociedades donde la poligamia era una forma de estructura familiar común. Por otro lado, Helen Fisher, una de las antropólogas más reconocidas defiende la tendencia humana a la monogamia como manera de estar en pareja, desde una perspectiva psicobiológica y antropológica, aunque culturalmente se hayan dado casos de poligamia desde tiempos remotos en la historia de la humanidad. Si bien, ciertamente el número de sociedades auténticamente poligámicas es bastante reducido según los datos disponibles.

Pero con relación a la fidelidad, Fisher y sus colegas son muy tajantes, la infidelidad y el adulterio forman parte de patrones habituales de comportamiento.

La tendencia en los seres humanos es a la variedad de parejas a lo largo de la vida del individuo. En culturas primitivas, según datos aportados por Fisher, el cambio de pareja se producía aproximadamente a los 4 años, tiempo que coincidía con el destete de los niños, ambos progenitores se sentían más libres ya que sus retoños eran ya menos dependientes.

Las separaciones y las posibilidades económicas se relacionan estrechamente en todas las culturas, la antropóloga Nancy Howell, lo investigó en la década de los setenta. Las conclusiones de sus estudios indicaban que, cuando había más posibilidades económicas, aumentaba el índice de divorcios, un caso interesante es el de la cultura !kung; en dicha cultura, tanto el hombre como la mujer aportaban económicamente a la familia, y el índice de rupturas estaba en torno al 40% y después era habitual que contrajeran nuevos enlaces también.

Según datos de un estudio en Finlandia realizado entre los años 1974 y 1987, el mayor porcentaje de rupturas se producía en el tercer o cuarto año de relación y este porcentaje declinaba a medida que las parejas seguían juntas un mayor tiempo, parece también, que la comparación de este estudio con los datos de estudios en otras culturas mantiene la misma relación.

Es decir:

Las parejas rompen como media tras llevar tres o cuatro años de relación y es menos probable la ruptura si la relación supera este número de años.

Las posibilidades económicas y la distribución de la riqueza entre el hombre y la mujer aumentan el número de divorcios o rupturas, y tras esto se establecen nuevos vínculos afectivos.

Otro tema interesante es el tabú que siempre ha habido en torno a la infidelidad, es algo generalizado en las diversas culturas aunque hay excepciones.

Los vínculos extramatrimoniales en las diferentes culturas suelen ser furtivos, no es aconsejable hablar de ellos y suele ser cosa de compartir en círculos muy íntimos, pero no siempre es así.

El préstamo de la esposa, conocido como hospitalidad femenina, es habitual para los pueblos esquimales, esto favorece los vínculos de amistad y sólo se hace si la esposa está de acuerdo.

La cultura kuikuru de la selva brasileña considera normal la libertad sexual, sólo es castigada si eso implica el descuido del hogar y otras obligaciones domésticas.

A lo largo de nuestra historia en Europa, también tenemos ejemplos de ello, el señor feudal se reservaba el derecho a desvirgar a la novia de su vasallo (el derecho de pernada) y en muchas culturas europeas, hasta hace bien poco, que el marido tuviese escarceos o amantes era algo “normal” y no considerado adulterio, salvo que fuese la mujer quien actuase de esta manera.

En muchas culturas las relaciones extramatrimoniales han estado estrictamente prohibidas para las mujeres, corriendo peligro sus vidas.

No siempre se asocia adulterio con hacer el amor; tener un amigo o recibir un favor de alguien del otro sexo; en muchas culturas se considera adulterio cosas como pasear con alguien del otro sexo o recibir un regalo de alguien del otro sexo, incluso si la mujer es viuda, y aún en nuestros días existen muchas parejas que no están cómodas o no permiten las relaciones de amistad viviéndolo como un posible competidor/a.

A pesar de trabas y tabúes, a pesar de nuestro rechazo ante la infidelidad, considerándolo algo inmoral, a pesar de los sentimientos de culpa asociados a ser infiel, a pesar del riesgo que asumimos de romper nuestra familia o provocar rechazo social, las estadísticas nos muestran que no evitamos las relaciones extramatrimoniales.

El sexólogo Alfred Kindsey en la década de los cuarenta y cincuenta indica que de los 6.427 maridos encuestados, más de un tercio habían engañado a sus esposas, el 26% de las 6.972 mujeres casadas, divorciadas o viudas que fueron entrevistadas habían tenido relaciones extramaritales antes de los 40 años, un 19% con cinco amantes. En los años 70, un estudio dirigido por Morton Hunt revela datos parecidos. La infidelidad masculina era más frecuente hasta los 30 años y la femenina a partir de los 35 años. En los años 80, una encuesta realizada por la revista Cosmopolitan señala que el 72% de los hombres y el 54% de las mujeres, tuvieron aventuras amorosas durante sus matrimonios. Todos estos datos se refieren a población norteamericana.

infidelidad

¿Por qué la infidelidad?

Desde una perspectiva darwiniana, si el hombre tiene variedad sexual es más probable que sus genes no desaparezcan. Pero en el caso de la mujer, no puede engendrar cada vez que copula, teniendo en cuenta el periodo de gestación y lactancia, no es por tanto, la motivación de trasladar sus genes la que sustenta evolutivamente la infidelidad, sino la de obtener bienes  servicios adicionales, la subsistencia complementaria y conseguir variedad en los ADN, garantizando la subsistencia del hijo más fuerte. Esta tendencia biológica sigue latiendo en nosotros como un instinto de supervivencia que nos lleva a reaccionar ante determinados estímulos, igual que la activación del miedo nos lleva a protegernos aunque sea un miedo irracional.

Desde una perspectiva psicológica, habría muchas otras motivaciones relevantes además de la supervivencia de la especie, podría ser que algunas personas quisieran ser descubiertas para que tras tocar fondo en la relación, se resuelva un conflicto matrimonial, o para satisfacer necesidades insatisfechas en la relación de pareja y que esta fluya mejor, o para tener una excusa y poder romper su relación, o quizá sentirse especiales, más deseados, por la necesidad de deslumbrar continuamente, por venganza, la excitación del peligro, sentirse jóvenes buscando las novedades…

El peso de las variables socio culturales sobre la cuestión de la infidelidad, los valores de cada persona al respecto cumplen también un papel esencial.

ruptura afectiva

¿Decidimos ser infieles? Motivaciones de la infidelidad.

Los seres humanos no nos guiamos únicamente por instintos biológicos. Si somos infieles lo decidimos, con mayor o menor reflexión, o con mayor o menor conciencia de por qué y para qué lo hacemos, pero lo decidimos.

Hay diversos motivos que nos llevan a ser infieles y no podemos meter el tema de la infidelidad en un mismo saca.

En mi experiencia como psicoterapeuta me encontrado con una gran variedad de circunstancias y casos diferentes que podría agrupar en los siguientes.

1.  Mi pareja y yo ya no nos queremos, o las cosas van bastante mal, quizá no somos muy consientes de lo que pasa en la relación, pero hay unas necesidades afectivo-sexuales sin cubrir (suelen pesar más las necesidades afectivas que son mucho más esenciales siempre) y muchas veces, busco sin ser consciente de ello y por supuesto, encuentro, estoy receptivo/a y inconscientemente lo muestro. No me atrevo a romper los lazos con mi pareja, y mi pareja tampoco se atreve a romper, aunque siente que las cosas van mal, sabe que ya no me quiere y puede que también tenga un/una amante. Puedo mantener una relación en paralelo que puede durar años. En estos casos, seguramente es el/la amante quien acaba rompiendo esa relación.

Romper es muy difícil psicológicamente hablando para algunas personas, lo viven como un desapego, como quedarse desamparados, como un fracaso, la fachada social les importa mucho, se han establecido relaciones de dependencia afectiva muy peligrosas pro las dos partes.

2.  Mi pareja y yo nos queremos aún, pero no se sabe muy bien de qué manera, si hay amor o cariño, algo funciona mal, puede que no seamos conscientes al principio de lo que pasa pero… de repente…conozco a alguien que me quita la venda de los ojos y me hace sentir como yo necesito, hay culpabilidad pero lo he visto muy claro. Puede que sea o no la persona adecuada para mí, pero me ayuda a darme cuenta de lo que no vi. Las necesidades afectivas mueven mucho más la infidelidad que las necesidades sexuales, también en estos casos.

Es muy posible que, admitiendo o no la infidelidad pueda hablar con mi pareja y empezar a resolver los problemas, quizá acudir a una terapia, y es posible, que la relación salga adelante reforzada o que se descubra que ya es demasiado tarde y se produzca una ruptura.

Quizá, si admito mi infidelidad o me descubren, todo se estropee debido también, a los valores y características psicológicas de mi pareja.

En estos casos si el deseo de la personas es seguir con la relación es mejor no confesar la infidelidad. No tenemos que ser al cien por cien sinceros con nuestra pareja, la mentira “piadosa” puede salvar muchas relaciones, pero hablaremos de ello en otro lugar.

3.  Mi pareja me quiere pero yo a ella no tanto y me empiezo a dar cuenta, pero no quiero verlo, no amo a mi pareja pero le tengo afecto y no quiero que sufra, conozco a una persona, cubre lo que necesito, sé que no debo hacerlo, me siento culpable, pero no lo puedo evitar, es superior a mis fuerzas, pero como se lo digo, haré sufrir a mi pareja… lo afectivo aquí, también, prima más.

Esto puede convertirse en un peregrinar de amantes hasta que esa parte se atreve a dar el paso y separarse definitivamente.

4.  Yo quiero a mi pareja pero me siento decepcionado/a con cosas que han ido pasando y puede que me haya ido desenamorando poco a poco, no soy consciente del todo, aparece alguien en mi vida por casualidad, me hace feliz, la culpa está ahí, es probable que acuda a una terapia para analizar lo que pasa y descubra lo que realmente quiero y necesito. La infidelidad no es algo sexual sino afectivo.

5.  Puede que todo vaya muy bien pero hay una incompatibilidad sexual, pero lo demás funciona de maravilla, es difícil, muy difícil dejar a esta persona que me aporta tanto, mi mejor amigo/a, pero no hay química, realmente nunca la hubo pero al principio no me importó. Como dejar es difícil y esta persona cubre tanto y yo no quiero ver los problemas, lo niego, lo hago inconsciente, me protejo pero mi cuerpo si los ve y un día reacciona enrollándose con alguien. Ya ahí comienza el conflicto…

La persona que está al lado es más una amiga o un amigo y no alguien con quien quiero tener una relación de pareja, necesito tiempo para digerirlo ya que supone una pérdida afectiva muy importante. Y en algún momento debo de ser sincero con la pareja.

6.  Puede que sea una persona que necesita novedades en su vida, incluyendo las novedades en el terreno sexual, quizá se lo he planteado a mi pareja, y le he propuesto aventuras de a tres, intercambio de parejas o cosas de ese tipo, puede que mi pareja esté de acuerdo o… no… quizá he planteado desde el principio una relación abierta…La motivación es más sexual que afectiva.

Que esto funcione no es un imposible, pero ambas partes deben de estar de acuerdo y deben cumplir ciertas características psicológicas. En nuestra cultura la infidelidad se considera deslealtad y falta de respeto a la otra persona y es difícil salir de valores tan arraigados. Aunque tendemos a eliminar el concepto de posesión en el amor y eso es fundamental también para adaptarnos a los valores de nuestra época, la libertad sexual sigue siendo culturalmente un asunto complicado de encajar.

De todos modos hay grupos de personas muy numerosos, que dentro de sus valores observan la infidelidad como algo puramente sexual y pueden dejar a un lado la parte afectiva y diferencia la infidelidad de la deslealtad. Esto es más frecuente en el mundo homosexual sobre todo entre hombres.

Siempre que las dos partes de la pareja participen, se podrá encontrar un equilibrio, si no es así, y una de las partes de la pareja cede para no perder al otro, o sufre con estas circunstancias, entrar en estas dinámicas no es recomendable ya que el final no será feliz.

7.  Puede que mi infidelidad se explique por mi falta de autoestima, he aprendido que sentirme seductor/a es un apoyo importante en mi autoconcepto y cuando ya he seducido, y a mi pareja ya la he seducido y ya no es un reto para mí, necesito buscar más retos, necesito sentirme deseado/a continuamente.

Sería importante tratarlo en una terapia psicológica, es más fácil que las mujeres reconozcan esto como un problema, los hombres suelen atribuirlo a la “normalidad” ya que aún a día de hoy, hablando de nuestra cultura, existen muchas creencias machistas instauradas en patrones de comportamiento.

Dentro del modelo “machista” la infidelidad puede considerarse como “hombría” independientemente de los sentimientos que esto provoque en la otra parte o, incluso, independientemente del amor que siento por mi pareja.

También, puede ser el caso de personalidades narcisistas, que buscan siempre la satisfacción de sus necesidades sin importarles el sufrimiento de la otra parte, sin ni siquiera tenerlo presente o ser conscientes, en estos casos, es habitual que además de infidelidad haya maltrato psicológico hacia la pareja.

8.  Puedo ser infiel porque satisfago mis necesidades sin tener en cuenta las de la otra persona, realmente no quiero a mi pareja como a ésta le gustaría ser querida. Hago lo que es “normal”, desde una perspectiva convencional,  hacer, una pareja, unos hijos… pero no pongo límites a mis deseos o impulsos.

¿Se trataría de una personalidad narcisista o un sistema de valores “machista”? Ambos encajarían en este punto.

En cualquier caso, desde una perspectiva psicológica y social, no podemos aislar los conceptos de fidelidad-infidelidad del marco socio-cultural en el que nos movemos, aunque éste esté en constante movimiento.

El modelo amoroso donde el otro es de “mi propiedad” está cayendo por su propio peso. La mayor igualdad entre el hombre y la mujer, el avance en los derechos humanos fundamentales, la normalización de estos comportamientos desde una perspectiva biológica y antropológica… nos hacen ver las cosas con una perspectiva más amplia.

La tendencia en las parejas sanas es tener una vida personal propia, además de la vida en común con la pareja, sean parejas homosexuales o heterosexuales, pero en términos generales, aún, no estamos preparados para compartir sexualmente a nuestras parejas, quizá tenga razón Fisher que naturalmente buscamos la monogamia o quizá nuestra cultura aún no nos ha preparado emocionalmente para ello.

También hay pruebas de que las parejas felices duran mucho más y no son infieles, y la clave de las parejas felices ya la apuntamos en nuestro artículo “Las claves del amor eterno”

Es importante destacar, también, un concepto relacionado con la fidelidad-infidelidad que es el de lealtad, apuntado ya en el apartado anterior. Eso sí es fundamental cultivarlo para que una relación de pareja sea sana y feliz, ya que tiene que ver con valorar al otro, hacerle sentir valorado y apoyarlo en los momentos difíciles, aportarle la sensación de confianza necesaria para que cualquier relación vaya a buen puerto.

Raquel López Vergara

Psicóloga

Grupo Crece

La primavera ¿la sangre altera?

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El sol influye directamente en nuestro estado emocional y motivacional, muchas personas en primavera se sienten más felices y más activas. El aumento de la luz provoca la segregación en nuestro organismo las hormonas como la melatonina o la serotonina, esto provoca que nos sintamos más contentos y con mejor humor.

De hecho el índice de depresiones es mucho más alto en zonas del planeta con menos luz solar.

Además de los cambios hormonales, también tienden a aumentar los niveles de colesterol y de azúcar, y la acidez de la sangre.

El cuerpo debe adaptarse a un nuevo clima y en este proceso podemos notar cansancio, somnolencia, bajadas de tensión, apatía, pérdida de hambre... Estos cambios siendo normales, pueden ser experimentales con más o menos intensidad, dependiendo de cada persona.

Por otro lado, la primavera puede revolvernos y desestabilizarnos emocionalmente, los cambios de temperaturas, la inestabilidad del tiempo,  pueden llevarnos a los que se denomina "depresión primaveral". La persona puede sentirse triste, aunque habitualmente es un estado de humor pasajero que desaparece a los pocos días o semanas. No estamos hablando de depresión como problema psicológico o psiquiátrico, sino de una bajada del ánimo que afectará más o menos a la persona según su patrón de habilidades y las circunstancias que la rodeen en ese momento.

En personas con trastornos psiquiátricos ya instaurados el patrón estacional influye entre un 10% y un 20%.

En conclusión, la primavera como tal no provoca ningún trastorno, sino que tiene alguna influencia en personas más sensibles a los cambios, esto puede afectarnos a nivel corporal y/o emocional y no le debemos dar demasiada importancia.

Lo que podemos hacer es:

-          Cuidarnos un poco más y no desatender nuestros hábitos básicos.

-          Aceptar el estado de fatiga o apatía.

-          Buscar hacer actividades con otras personas y actividades agradables.

-          No obsesionarnos, escucharnos lo justo, dejando que pasen unos días, seguramente nuestros pensamientos no serán tan negativos.

Y si el efecto es de activación y buen humor disfrutémoslo al máximo.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece

Sexo, ¿imprescindible en las relaciones de pareja?

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El sexo, junto a la sintonía emocional e intelectual, es uno de los ingredientes de una relación de pareja satisfactoria. La mayor parte de las personas, tanto hombres como mujeres en parejas heterosexuales y en parejas homosexuales, lo consideran un factor muy importante en las relaciones de pareja.

Pero valorar si hay buen sexo o mal sexo o si la frecuencia es la adecuada, es una cuestión subjetiva.

La clave está en la sintonía entre los componentes de la pareja ante esta cuestión. Sin que, de ningún modo, sea patológico, hay personas que están más dispuestas o receptivas a una relación sexual y otras que no lo requieren con tanta frecuencia. Hay personas con una disposición más activa y otras que prefieren dejarse hacer. Sin entrar en generalizaciones, la edad es un factor que influye en la libido y también influye, la duración de la pareja, ya que a medida que pasan los años con una misma pareja, eliminamos un componente que activa el deseo sexual, que es "la novedad", también aumentamos la posibilidad de compenetración y de calidad de la relación sexual ya que conocemos mucho mejor al otro.

Debemos de tener en cuenta, además, que el sexo es algo más que un coito o un orgasmo, el sexo también es besos, caricias, miradas, sentirnos deseados...

Si nos fuésemos a comportamientos que provocan infelicidad en la pareja o en una de las partes de dicha pareja, podríamos valorar si hay alguna necesidad insatisfecha, un problema de autoestima de base o una disfunción sexual, y quizá pudiese ser necesaria una intervención psicoterapéutica, terapia de pareja o terapia sexual.

Muchos factores externos pueden influir también en la libido o deseo sexual, como son los hábitos y rutinas de la pareja en las que pueda haber incompatibilidades de horarios, la organización con los hijos que no facilite los encuentros sexuales, etc.

Los estados de cansancio, estrés, ansiedad o tristeza interfieren en nuestro deseo y receptividad sexual.

El consumo de ciertos fármacos y sustancias como el alcohol, los antidepresivos, algunos anticonceptivos orales o alteraciones en algunos parámetros biológicos pueden tener también su peso incidiendo en el deseo sexual.

¿Puede haber parejas que se sientan felices sin sexo?

Sí, efectivamente, si las dos personas están en esa sintonía.

¿Puede ser que la falta de deseo sexual sea un indicador de que la pareja presenta una crisis o que la relación va mal?

Sí, también, es posible.

¿Puede ser que no sea un problema de deseo o de felicidad de la pareja sino de una etapa en la que el estrés, la dedicación al trabajo o a los hijos, el cansancio y una mala organización de todos esto lleve a la pareja a disminuir mucho la frecuencia de sus relaciones sexuales?

¡Claro!

¿Puede ocurrir que en la pareja haya diferentes necesidades sexuales y se produzca algún tipo de incompatibilidad en este terreno?

Sí, puede ser y también puede ser superable.

Lo importante es analizar cada caso de manera independiente, valorar en qué punto me encuentro en este terreno con mi pareja, cuáles son mis necesidades y compartirlas con la pareja, para buscar soluciones, evitar malas interpretaciones o expectativas desajustadas que sí puedan derivar en un futuro en una crisis o ruptura.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece

Las emociones no engañan

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Las emociones como la ira, el miedo, la tristeza…, todas ellas, son universales y también, lo son sus expresiones y gestos faciales y muchos de sus desencadenantes, por ejemplo la tristeza aparece ante las pérdidas, el miedo ante la amenaza de un peligro. Sin embargo, hay aspectos culturales o individuales diferenciales, que nos hacen inhibir las expresión, anular las emociones o exagerar sus expresiones o sentirlas con mayor o menor intensidad en diferentes circunstancias.

Las emociones se reflejan en la cara, voz y en cambios a nivel fisiológico. El cuerpo no nos engaña con relación a las emociones si aprendemos a escucharlo.

Paul Ekman identificó los movimientos musculares implicaos en cada una de las emociones básicas (primarias) y algunas emociones secundarias. Se denominó sistema de codificación de la actividad facial (FACS, ref. P. Ekman). Ekman habla de que a través de las emociones no podemos engañar, ante cualquier evento o situación reaccionamos emocionalmente de manera abierta o de manera disimulada, en este último caso aparecen lo que él denominó microexpresiones. Las microexpresiones pueden durar 3/4 de segundo pero revelan lo que realmente sentimos.

Movimientos faciales de algunas emociones básicas siguiendo a Paul Ekman.

MIEDO

Eleve los párpados superiores al máximo, y, si se ve capaz, tense ligeramente los inferiores; si la tensión de los inferiores interfiere en la elevación de los superiores, entonces céntrese únicamente en la elevación de los superiores.

  • Abra la boca, deje que la mandíbula caiga, y estire los labios horizontalmente hacia las orejas.

  • Si tras intentarlo varias veces, no lo logra, limítese a dejar que la mandíbula cuelgue abriendo la boca y no intente estirar los labios horizontalmente.

  • Con los párpados superiores alzados al máximo, mire hacia delante y levante las cejas también al máximo. Vea si al mismo tiempo que las levanta, puede juntarlas. Si no puede realizar las dos acciones, sólo levántelas junto con los párpados superiores.

TRISTEZA

  • Mantenga la boca abierta y caída.

  • Baje las comisuras de los labios.

  • Manteniéndolas abajo, intente levantar las mejillas, como al entrecerrar los ojos. Eso tirará de las comisuras de los labios.

  • Mantenga la tensión entre las mejillas elevadas y las comisuras de los labios hacia abajo.

  • Mire hacia abajo e incline los párpados superiores.

  • Tire hacia arriba de las comisuras interiores de las cejas, pero sólo en el centro, no con toda la ceja.

  • También será de ayuda juntar y levanta las cejas en el centro.

  • Mantenga la mirada baja y los párpados superiores caídos.

IRA

Baje las cejas y júntelas: asegúrese de que los extremos interiores de las cejas descienden apuntando a la nariz.

  • Manteniendo las cejas como se ha descrito, intente abrir mucho los ojos de forma que los párpados superiores empujen contra las cejas descendidas, endurezca la mirada.

  • Una vez que esté seguro de que está realizando los movimientos de cejas y párpados, relaje la parte superior de la cara y concéntrese en la parte inferior.

  • Apriete los labios y ténselos; no los frunza, limítese a apretarlos uno contra el otro.

  • Una vez esté seguro de que está realizando correctamente los movimientos de la parte inferior de la cara, añada los de la parte superior bajando las cejas, juntándolas y levantando los párpados superiores para producir una mirada fija.

ALEGRÍA

  • Estire las comisuras de los labios hacia arriba y abra la boca sin soltar la tensión lateral.

  • Enseñe los dientes de la parte superior, elevando los labios en la parte central.

  • Frunza los ojos y cejas en la parte lateral.

La expresión facial como por arte de magia, provoca la sensación corporal de la emoción y si mantenemos un buen rato esta expresión podemos conectar con el sentimiento (aspecto mental de la emoción).

Si realizas este ejercicio presta atención a las sensaciones de la cara, estómago, pecho, garganta, manos y piernas. Observa la respiración y si la cara y las manos están frías o calientes o si se produce algún pensamiento o movimiento corporal.

Esta experiencia nos puede ayudar a identificar nuestros parones fisiológicos y corporales de las emociones y permitirnos identificarlas en situaciones cotidianas. Por otro lado, si forzamos una expresión facial es fácil que nos auto-provoquemos la emoción, es una manera de conseguir estado emocionales positivos o salir de los negativos.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece

Referencia: Ekman, P: ¿Qué dice ese gesto?. RBA libros, 2004, Barcelona.

VIVIR SIN MIEDO

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El miedo, nos sirve, es un mecanismo de defensa y de alerta de nuestro organismo, nos protege de peligros, nos avisa de que algo va mal y debemos reconducir nuestra vida, sí, pero cuando el miedo se nos va de las manos…, cuando aparece en situaciones en las que no hay amenaza real de peligro…, cuando se manifiesta de manera crónica día tras día en nuestra vida…, nos condiciona hasta tal punto que es el mayor obstáculo para la felicidad y realización personal. Muchas de las personas que acuden a mi consulta tienen miedo. Un miedo irracional que merma sus posibilidades, baja el autoconcepto y la autoestima y les lleva a tomar decisiones inadecuadas en sus vidas. Todas estas personas presentan un potencial que ellas mismas no ven o si lo ven no se sienten capaces de desarrollar.

El miedo, además, no entiende de sexo o de edad, cualquier persona, hombre o mujer, más joven o menos joven, puede desarrollar miedos irracionales. Es independiente de nuestro nivel social, o de nuestro nivel intelectual, del aspecto físico que tengamos o de la situación económica.

Ana de 21 años, lo tiene todo para triunfar, es guapa y muy inteligente, estudia lo que más le gusta, medicina, pero es tan exigente que nunca está contenta, no puede concentrarse en sus estudios, el miedo a que las cosas no sean perfectas la paraliza y no saca partido a todo su potencial, está empezando a sufrir problemas digestivos y caída del cabello. Tiene miedo al fracaso.

Pedro de 35 años, ha llevado siempre una carrera profesional impecable. Recientemente, ha rechazado un importante ascenso que le exigía incorporar funciones de formador y liderar reuniones. Esto le ha llevado a dudar de sí mismo y ha empezado a manifestar síntomas de ansiedad en otras situaciones no relacionadas con el trabajo. Su sentido del ridículo y miedo escénico le han cerrado una gran puerta para su futuro.

María de 44 años, madre de dos niños fantásticos, felizmente casada, administrativo muy valorada en un bufete de abogados. No disfruta de todo lo que tiene, vive en un continuo estado de tensión, todo le preocupa, todo le agobia, se ahoga en un vaso de agua, padece de insomnio y ansiedad crónicos y se obsesiona por cosas sin importancia. Tiene miedo a no controlarlo todo.

Laura de 38 años, licenciada en Bellas Artes, quiere dejar un trabajo que no le gusta como vendedora de seguros pero o lo hace nunca, siempre ha soñado con abrir su propia tienda de artesanía, profesión que desarrolla como hobbie y a la que ha dedicado todo su tiempo libre. Piensa que ella nunca triunfará, no confía en sus cualidades. En su familia se valora mucho tener un empleo seguro, nunca estuvieron de acuerdo en que ella estudiase bellas artes, Laura cree que su tiempo de luchar ha pasado. Su problema es el temor al riesgo necesario que todos tenemos que asumir en nuestra vida y el miedo a decepcionar a su familia.

Juanjo de 29 años, es una persona tremendamente sensible, siendo muy joven sufrió una mala experiencia sentimental. Desde entonces le cuesta mantener relaciones sentimentales satisfactorias, sexualmente se siente inseguro y se ha obsesionado por la imagen física. No se atreve a vivir solo, sigue en casa de sus padres a pesar de tener un puesto de trabajo estable y bien remunerado. Su obstáculo es el miedo a no gustar.

Estas cinco personas sufren de miedo a vivir, ya que en la vida, en múltiples ocasiones,  hay fracasos, errores, falta de control, hay que sumir riesgos y podemos no gustar.

La dificultad para gestionar miedos habituales como el miedo a asumir un riesgo, quedar mal en una ocasión determinada, situaciones de incertidumbre, que las cosas no salgan como uno quiere, o no gustemos a todo el mundo, nos lleva a un callejón sin salida.

Además, el miedo es como una mancha de aceite, si no le hacemos frente campa a sus anchas y se extiende cada vez más, incluso en ámbitos de nuestra vida en los que anteriormente no teníamos miedo y aumenta su intensidad sintiendo que es una situación incontrolable. El miedo, además, se somatiza, pudiendo presentarse muchos problemas de salud.

Estas personas recondujeron su vida gracias a la terapia psicológica. En un proceso terapéutico ayudamos a las personas a ver las cosas desde otra óptica y a desarrollar las habilidades y herramientas que necesitan para superar sus miedos, les ayudamos a tomar contacto de sí mismos, de sus necesidades y de sus emociones para que se den cuenta de que no todo es miedo.

Para afrontar el miedo tendremos en cuenta los siguientes aspectos:

1. Tomarse las cosas menos en serio, la espontaneidad, la risa, divertirse…

Ana, la chica exigente, pudo concentrarse en sus estudios y disfrutar de ellos, y aprendió a encajar mejor los fracasos. Con ella se trabajó la espontaneidad, Ana debía hacer cosas diferentes y que no supusieran ni fracasar ni tener éxito, tenía que tomarse esas actividades como un juego, descubrió que podía divertirse y poco a poco fuimos aplicando ese recurso en sus estudios. Le comentaba, “en esta ocasión no estudies para el examen, nos vamos a permitir suspender algún examen, esto no es un problema ahora, ya que estamos trabajando tu ansiedad y eso es lo prioritario, diviértete estudiando, no te ciñas a los apuntes, lee algún libro que tenga que ver con la asignatura pero que no esté en la bibliografía. Tras varios meses de terapia, Ana empezó a relajarse y disfrutar de sus estudios, sus problemas digestivos y de caída del cabello remitieron. En la actualidad seguimos trabajando su espontaneidad para que todo lo conseguido se generalice y se incorpore a su personalidad.

2. Enfrentarse al miedo aunque se pase miedo…, poco a poco y con los recursos necesarios.

Pedro participó en una terapia de grupo para superar el miedo a hablar en público y en cada sesión tenía que hacer una presentación que grabábamos y visualizábamos delante de todo el grupo. Las presentaciones cada vez eran más largas, le enfrentábamos a preguntas que tenía que responder y le pedíamos que fuese más expresivo, que hablase más alto, que sonriese más… (que no se ocultase tras la timidez). Pedro aprendió a respirar, a gesticular, a hablar más alto, a sonreír, a buscar un lugar seguro mientras exponía su tema sin necesidad de ocultarse. Resolvió su miedo escénico en pocos meses. La exposición a la situación temida progresiva y guiada es la mejor manera de superar los miedos. El valiente no es el que no siente miedo sino el que se enfrenta a él.

3. Derecho a tener miedo... Aprender que no somos omnipotentes, no lo podemos controlar todo, tenemos nuestra parte vulnerable y debemos pedir ayuda.

María vino a terapia un poco presionada por su marido, a ella le costaba admitir que tenía un problema. Había acostumbrado a todo el mundo a ser ella la que resolvía todos los problemas, en su trabajo era imprescindible, “qué haríamos sin ti, María…”, en su familia todos contaban con ella para grandes eventos, “¿prepararás tú la cena de Navidad?, eres tan buena cocinera…”, participaba en todas las reuniones del AMPA del colegio de sus hijos, ayudaba a su prima con su tía que estaba enferma, ayudaba a su marido en el negocio familiar y todo lo hacía muy bien.

En muchas ocasiones para saber el por qué de un problema hay que remontarse a la historia personal. Tuvo una infancia difícil, su madre falleció tras una larga enfermedad siendo ella adolescente, no pudo tener una infancia normal, su madre les daba sustos con frecuencia por motivo de su frágil salud y ella tenía que ocuparse de su hermanito. Nunca nadie le hizo el caso que una niña necesita. De adulta, muestra muchos aspectos de llamada de atención y de vulnerabilidad, esa vulnerabilidad que de niña no pudo experimentar, por ello manifiesta ansiedad, obsesiones y miedo al futuro, de niña no pudo controlar lo más importante que era la salud de su madre. María empezó a delegar y a aceptar que en algunos aspectos podía tener miedo o inseguridad, dejó de ocuparse de todo y empezó a pedir ayuda. Tuvo un espacio para poder llorar lo que de niña no lloró y para expresar el miedo que sintió cuando era niña. María trabajó todos estos aspectos en terapia durante dos años, en la actualidad han desaparecido los problemas de insomnio y de ansiedad.

4. Escuchar quienes somos y qué queremos… Satisfacer nuestras motivaciones y vivir de acuerdo a nuestra personalidad y potencial.

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La familia de Laura era muy conservadora y tradicional, les costaba entender que su hija quisiera dedicarse al mundo artístico, fueron ellos quienes le buscaron el trabajo en la empresa de seguros, en un momento, además, un poco delicado para la economía de Laura. Pero Laura iba en contra de sí misma, no satisfacía sus necesidades por no defraudar a su familia, que tanto había hecho por ella, poco a poco se fue anulando y haciéndose más pequeñita.

Al desaparecer de nosotros mismos adquirimos muchos miedos, el niño que se conoce a sí mismo sabe sus límites y se maneja con soltura en el espacio disponible para explorar. Laura no exploraba porque desconocía sus límites. Ayudando a Laura a contactar consigo misma, recuperó su pasión con más intensidad y poniéndole tareas muy sencillas para que fuese cubriendo los puntos débiles de cara a montar un negocio se animó a hacerlo, tras un año recibiendo asesoramiento como emprendedora, pudo pedir una excedencia en su trabajo y probar suerte de camino a su sueño. Durante los dos primeros años como emprendedora asistió a un proceso de coaching para reforzar sus herramientas y recursos personales.

5. Desarrollar asertividad. Yo valgo… yo puedo…

Juanjo sufrió una situación de maltrato psicológico por parte de una chica de la que estaba muy enamorado, se sometió a múltiples humillaciones, muchas de ellas muy sutiles, de cara a la galería todo el mundo les decía que eran la pareja ideal, ella le fue infiel y eso le ayudó a romper la relación con ella.

Juanjo perdía su personalidad y su criterio cuando estaba con su novia y dejó que ella le tratase mal, no era asertivo con ella.

La asertividad es una herramienta esencial en el ámbito de la inteligencia emocional, tiene que ver con marcar nuestro territorio ante los demás y no permitir que se aprovechen, nos traten mal, nos ninguneen o no nos tengan en cuenta. Las personas asertivas expresan sus opiniones y sentimientos con libertad, marcan límites y buscan negociar con los otros, cuidando el lenguaje y las formas para favorecer un intercambio amistoso. Las personas más asertivas son más seguras de sí misas y se guían por sus propios objetivos y no dependen tanto de la opinión o valoración de los demás.

Juanjo participó en una terapia grupal para trabajar la asertividad y la autoestima. En las sesiones se exponía a expresarse tal y como es él,  enfrentándose a la posibilidad de no gustar, le pedimos que no se arreglase tanto cuando salía a la calle para ir a trabajar o con amigos y amigas, que si conocía a una chica pensase más en lo qué él sentía, si le ella gustaba en lugar de lo que ella sentía por él. Tras ese primer paso, empezó a ser más asertivo en su día a día, se le ayudó cuando conoció a una chica que era especial para él para gestionar el proceso de toma de contacto y acercamiento con ella, de nuevo para exponerse poco a poco al miedo. Ha mejorado su problema sexual y ahora vive en un piso compartido.

El miedo puede desaparecer o mitigase hasta el punto de no entorpecer nuestra vida, Ana, María, Laura, Pedro y Juanjo se dieron una oportunidad y consiguieron ser más felices.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Cómo vencer la rabia (y utilizarla a tu favor).

“Pues quienes no se irritan nunca por las cosas se les considera tontos, al igual que quienes no se irritan como es debido, ni cuando hace falta, ni con quien es necesario” Aristóteles. Ética a Nicómaco VI, 11

La ira es la emoción de la lucha y de la defensa, además puede bloquear en algunos casos el conflicto al intimidar al otro.  En nuestros antepasados y en los animales sociales la ira formaba parte de la resolución de los conflictos ante la sumisión de una de las partes. En cierta medida, la ira nos sirve para controlar y cambiar determinadas situaciones, para castigar a quienes nos han hecho daño y marcarles un límite. Grandes cambios en la sociedad se producen y se han producido gracias a los sentimientos de ira, rabia e indignación.

Nos enfadamos cuando se frustran nuestros deseos o nuestras expectativas, si hay un obstáculo (objeto, característica personal, persona) que se interpone en nuestro camino para conseguir algo que es importante para nosotros, cuando se hiere nuestro sistema de valores, ante una injusticia, cuando se hiere nuestro orgullo o dignidad, si se pone en juego nuestra autoestima, si observamos falta de reciprocidad en los demás o en las circunstancias vitales, ante daños físicos o psicológicos por parte de otras personas y si creemos que el daño o el obstáculo interpuesto ha sido intencionado.

Nos enfadamos más con personas cercanas. Es más probable, quizá, que nos decepcionen o nos hieran, o ponemos expectativas más altas en estas personas. También, es más fácil que con personas de confianza la ira no tenga consecuencias tan negativas.

Es un sentimiento que tiene mala prensa, en determinadas épocas en nuestra sociedad se asociaba a mala educación, sobre todo en las mujeres, y en las culturas orientales se considera un signo de inmadurez.

También podemos perdonar más a alguien que dice algo incorrecto fruto de la ira, pensamos que lo ha dicho debido a su estado emocional y no porque realmente lo siente.

Sin embargo es un sentimiento natural y normal. Los niños nacen expresando ira de manera innata a ten situaciones de interferencia física o frustración de deseos, no saben regularla y es frecuente que lleven a cabo conductas agresivas como: golpes, patadas, mordiscos... Las rabietas son normales en un momento del desarrollo evolutivo. Estas rabietas empiezan a quedar bajo control a partir de los 2 años. Los niños aprenden de manera natural a resolver el problema de otra manera diferente a la agresión y al descontrol emocional pero el apoyo del entorno es fundamental en este proceso. Se ha observado en parvularios y en chimpancés adultos que la resolución de los conflictos es muy similar: ofrecer un objeto, tender la mano, proponer una actividad común, señalar un centro de interés, interesarse juntos por un tercer compañero… Lo cual indica que el mecanismo de regulación de la ira ha sido muy adaptativo y tiene muchos componentes innatos.

Existen muchos tipos de ira diferentes en los matices y significado de esa ira y en la intensidad.

Enfado, enojo, berrinche: percepción de un obstáculo, ofensa, frustración de un deseo pero leve y pasajero.

Ira: percepción de un obstáculo, ofensa, frustración de un deseo, amenaza de daño más importante.

Indignación: Ira ante una injusticia o algo que ocurre que no debería ocurrir de ese modo, es un sentimiento ético.

Agravio: Es parecido a indignado, tiene que ver con la alteración de los justo.

Humillación, ofensa: Asociado a la lucha por el reconocimiento.

Malhumor: Ira contenida y pasiva

Hastío, hartura: enfado más aburrimiento.

Exasperación: Haber aguantado demasiado y perder la paciencia.

Rencor o resentimiento: ira reprimida, no expresada y se convierte en un sentimiento más duradero.

Odio: Aversión intensa y duradera.

Repugnancia y desprecio: Rechazo mantenido y duradero.

Despecho: lleva a la venganza pensada y planificada.

Cólera, Furia, furor: Ira en la que no se mantiene la compostura y puede llevar a la agresividad y venganza.

Coraje: nos lleva a la reivindicación de un derecho o a cambiar algo.

El lado oscuro de la ira

La ira provoca ira. Es un sentimiento muy contagioso. Los conflictos resueltos únicamente con la ira pueden derivar en un conflicto mayor. La ira descontrolada y la personalidad hostil llevan a la agresividad y a la venganza.

La ira provoca rechazo, los niños rabiosos y los adultos hostiles y coléricos no nos gustan y tendemos a apartarlos del grupo y no contactar con ellos. Pueden provocarnos miedo y eso ocasiona una distancia emocional con este tipo de personas que consiguen menos intimidad en sus relaciones personales.

La ira excesiva o crónica, los arrebatos de cólera aumentan la probabilidad de tener un accidente cardiovascular. La ira reprimida, el rencor y la hostilidad también están asociados a problemas cardiovasculares.

La ira reprimida provoca rencor e incluso odio.

Hay personas que disfrutan con la ira, han adquirido un rasgo en su personalidad. La hostilidad.

La ira, el enfado y la rabia…emociones aliadas.

Sin embargo, la ira, bien regulada en intensidad y formas, y ajustada su aparición en las circunstancias adecuadas y con las personas idóneas, nos ayuda a mejorar nuestra autoestima y sentirnos más seguros de nosotros mismos.

Nos avisa de que algo debe cambiar.

Nos motiva para detener aquello que causa malestar: decir algo que nos molesta, defender nuestros derechos, cambiar una realidad, poner un límite a otro, etc. Nos aporta energía para pasar a la acción.

La ira reduce el miedo y se plantea como una alternativa a la tristeza o la depresión.

¿Cómo nos damos cuenta de nuestro enfado o el de otros?

La ira tiene un rostro universal. Ceño fruncido, mirada fría y fija, párpados abiertos, labios apretados o boca abierta enseñando los dientes.

Hay mucha tensión muscular en las extremidades, podemos cerrar los puños.

Sentimos calor y enrojecimiento ya que aumenta la dilatación de los vasos periféricos. De hecho lo observamos también en el vocabulario popular, “hervir de ira”, “rojo de la rabia”, “echar fuego por los ojos”

Aumenta el latido cardiaco, la tasa respiratoria y la tensión arterial.

Otros signos corporales de la ira:

  • Invadir el espacio personal de la otra persona.

  • Mirada fija.

  • Puño en la boca.

  • Palma en la frente.

  • Brazo cogido por la mano.

  • Micropicores en la cara externa de los brazos, en el interior del ojo, en la nariz hacia el interior del rostro.

  • Tocarse el cuello.

Aprender a regular la ira

El manejo de la ira es una de las claves de la inteligencia emocional.

La ira suele manifestarse de forma violenta y nos lleva al ataque. Las personas que se enfadan con mucha intensidad lo tienen más complicado para calmarse de forma inmediata. Nos lleva a perder el control “perder los estribos”, “sacarme de mis casillas”, “sacarme de quicio”.

A veces, esto se explica por nuestro temperamento. Más impulsivo “tiene un pronto… pero luego no es nadie” o más reflexivo “se mantiene la cabeza fría en las situaciones difíciles”.

En otras ocasiones lo explicamos por la tendencia de algunas personas a aguantar y callarse aquellas cosas que les molestan.

Tenemos la sensación de “la gota que colma el vaso” aguanto y aguanto hasta que “estallo de ira”.

La respuesta de ira lleva su proceso. La subida puede ser violenta o progresiva pero una vez que estamos en la parte alta de la curva todos necesitamos un tiempo para regularnos.

Vamos a desarrollar algunas pautas clave para manejar la ira:

1. Espera a relajarte un poco para resolver el conflicto.

2. Pensar antes de hacer o decir nos ayuda a bajar la intensidad de la ira.

El autocontrol tiene mucho que ver con el control de la rabia y está basado en nuestra capacidad para distanciarnos de la emoción a través de la cognición. En una situación de ira tomarnos un “tiempo fuera” para calmarnos y bajar la intensidad de la emoción y al mismo tiempo poder pensar las cosas con calma.

Después de calmarnos un poco es muy útil pensar en cuál es el origen de nuestra ira:

¿Por qué me he enfadado tanto? ¿Se trata de un deseo muy fuerte que no se ha cumplido? ¿Es la decepción de mis expectativas? ¿Hay un insulto a mi autoestima? ¿Siento la amenaza de un daño? ¿Me estoy enfrentando a una injusticia?

Ya algo muy importante: ¿mi percepción es correcta o estaba irritable por otra razón ajena a esta circunstancia que me ha provocado el enfado?

3. La interpretación que hacemos de los sucesos es muy importante para prevenir una ira descontrolada.

Podemos interpretar que aquello que nos ha molestado de una persona ha sido realizado de forma malintencionada por su parte. Aunque en ocasiones esto es real, la mayor parte de las ocasiones los otros actúan pensando en sus propios intereses (egoístamente) pero no de manera malintencionada, digamos que actúan con conciencia de daño pero no con intención de daño.

También ocurre que los otros pueden hacer algo que nos molesta sin tener ninguna conciencia de daño, porque tiene otras costumbres, otros valores o simplemente sin saber que esa conducta para con nosotros es molesta o dañina.

No solemos ponernos en la piel del otro cuando ocurre algo que nos desagrada y nos molesta. Contactar con las motivaciones, necesidades, sentimientos de los demás (empatizar) ayuda a no enfadarnos tanto con ellos.

Pensar sobre la realidad de una manera más flexible, nos ayuda a relativizar errores de otros, nuestros propios errores o entender y asimilar circunstancias que nos obstaculizan pero que se escapan de nuestro control.

Los otros también nos pueden ayudar a reorganizar nuestra interpretación de las cosas, tomarnos un tiempo para compartir la rabia y el enfado con una persona de confianza nos ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva.

4. Evitar sentirme culpable al sentir ira o enfado.

La rabia, ira, enfado… son emociones y sentimientos naturales, el sentirlo no es un problema, incluso es positivo ya que nos indica que algo debe cambiar.

El problema está en el manejo que hago de la situación y como lo expreso.

La ira me ayuda a detectar mis deseos, prioridades, necesidades y a defenderlas.

Me puede ayudar tener en cuenta un conjunto de derechos en mí y en los otros:

Derecho a decir no.

Derecho a no gustar a todo el mundo.

Derecho a tener mis propias prioridades, deseos, necesidades, opiniones…

Derecho a sentir y expresar mis sentimientos.

Derecho a equivocarme.

Me puede ayudar también darme autoinstrucciones sobre los aspectos positivos de la rabia o sobre la falta de control de ciertos aspectos.

“No siempre puedo controlarlo todo”

“Prefiero no herir al otro pero a veces no podré controlar sus sentimientos”

“Es bueno enfadarse por una buena razón”, etc.

5. Decidir si quiero expresar mi ira o inhibirla.

Tras un análisis de la situación, puedo decidir que me interesa más callarme y no expresar mi ira ni mi malestar. Este tipo de contención no provoca problemas emocionales ya que controlamos la situación que la ha causado, decidimos que lo mejor es ser discretos. Pro ejemplo si hay terceras personas delante que no tiene porque presenciar una discusión o no nos parece que el contexto sea el adecuado para ello o pensamos que las consecuencias para nosotros van a ser realmente perjudiciales.

En otras ocasiones, puedo decidir no inhibirla y expresarla con intensidad en una situación de gran injusticia, pero eso sí usando la asertividad.

6. Expresar asertivamente la emoción nos ayuda resolver el conflicto sin agresividad y sin reprimir nuestras emociones.

De esta manera prevenimos el rencor, resentimiento o incluso odio a largo plazo y conseguimos probabilizar que los demás se adapten a nuestras necesidades, o al menos saber lo que podemos esperar de ellos de cara al futuro.

Si estoy enfadado con alguna persona puedo expresarle mi malestar sin atacarle usando un conjunto de estrategias asertivas. Lo reflejaremos con un ejemplo:

“Estoy enfadada con una amigo porque me dijo que me ayudaría con una mudanza y en el último momento me dice que no puede venir porque le han invitado a un concierto”

  • Empatizo. Intento conectar con lo que el otro siente.

“Entiendo que era una gran oportunidad asistir a ese concierto y además a ti te encanta la música”

  • Describo el hecho que me molesta.

“Contaba con que vinieses a ayudarme con la mudanza y no había llamado a ninguna persona más, la mudanza tenía que hacerla sin falta ese día”

  • Expreso lo que siento con Mensajes Yo (hablo en primera persona). Puedo estar moderadamente enfadado cuando lo hago.

“Me ha supuesto un trastorno porque no he podido terminarlo a tiempo, me siento molesta y un poco decepcionada, contaba contigo”

  1. Escucho a la otra persona. Recojo información por si hubiera algún mal entendido.

“¿No había otra oportunidad para ir a ese concierto? ¿Te imaginaste el trastorno que podías causarme?, etc.

  • Intento llegar a un acuerdo.

“La próxima vez me gustaría que si no estás seguro de poder comprometerte no lo hagas”.

La mayoría de las veces generalizamos (“siempre me haces lo mismo”, “nunca puedo contar contigo”), atacamos con mensajes Tú (“eres un egoísta”, “no te comprometes”), culpabilizamos (“me he hecho daño en la espalda por hacerlo yo sola”, “he tenido que gastarme un montón de dinero en la mudanza”) y claro así, no llegamos a ningún acuerdo, lo más probable es que discutamos y nos enfademos aún más con nuestro amigo.

7. No entrar al trapo de los ataques del otro

La técnica del banco de niebla nos ayuda a no alimentar la rabia del otro y cotagiarnos con ella. ¿En qué consiste?

Ante un comentario irónico, improcedente, amenazante, agresivo de otra persona respondemos usando diferentes posibilidades que ahora describiremos, lo veremos más claro con un ejemplo:

ATAQUE: “Qué suerte tiene algunas que tienen enchufe del jefe y hacen el trabajo más interesante…”

  1. Responder con la posibilidad: “Puede ser que tenga suerte”.

  2. Responder con la verdad: “Tengo mucha suerte, tienes razón”.

  3. Ignorar sin mostrar inquietud o agresividad sino calma y seguridad.

  4. Responder con sentido del humor: “No lo sabes tú bien”.

Estas habilidades asertivas pueden parecer complicadas de realizar pero se aprenden con un entrenamiento en habilidades sociales.

8. Manejo de la ira de otra persona

Cuando nos encontramos delante a una persona iracunda podemos optar por dos estrategias:

  • La persona está realmente descontrolada y enfadada.

En estas circunstancias lo mejor es escuchar al otro, mantener la calma y la seguridad, y trasmitirla con mi cuerpo (mirada ajustada a la situación pero tranquilizadora, tono de voz calmado, volumen bajo, movimientos serenos, postura erguida no amenazante…), empatizar y darle parte de la razón. Cuando la persona esté más tranquila podemos expresar nuestra opinión o hacerle una crítica si consideramos que su enfado no era justificado.

  • La persona usa su enfado para achantarnos y manipularnos.

Este otro escenario es muy diferente. En este caso nuestro enfado y gesto firme pude inhibir el enfado de la otra persona. En un enfado controlado los tonos de voz son más graves que agudos y nuestra postura se mantiene firme con movimientos contundentes sin invadir el espacio personal del otro. La mirada es más fija y sin pestañear tanto, sostenemos la mirada del otro y no nos retiramos los primeros.

Raquel López Vergara

Psicóloga y Coach

Grupo CRece