Teatro: Una necesidad de comunicar desde lo profundo

foto artículo Fernando Gallego

¿Qué motivación tenían Antonio Banderas o Nicole Kidman para convertirse en actores? ¿Qué es lo que hizo que cualquiera de los grandes intérpretes que conocemos se decidiera a estudiar teatro? Probablemente para la mayoría de nosotros exista una distancia insalvable con ellos, dada la fama y nivel que poseen, y sin embargo es muy probable que la necesidad que les empujó a hacer teatro esté más cerca de nosotros de lo que podríamos pensar. Y es que esa necesidad es común al ser humano.

A todos los que somos actores nos han hecho alguna vez esa pregunta. ¿Por qué quieres hacer teatro? La primera vez, seguramente, el día que tan idealistas como inexpertos, nos presentábamos ante las grandes escuelas de interpretación. La respuesta casi siempre era la misma: Poder expresarme, contar lo que soy y lo que siento, transmitir y conectar con el resto del mundo a través del teatro.

Se trata, sencillamente, de una necesidad expresiva. Y, ¿acaso hay alguien que no tenga esa misma necesidad? Más aún en estos días en que parece haber una tendencia generalizada a reprimir una gran parte de nuestros impulsos: Nos callamos lo que pensamos por no generar conflictos, ocultamos los sentimientos que nos hacen parecer débiles, escondemos la rabia y la guardamos para nosotros. La costumbre de gestionar en privado todo lo que nos sucede, en lugar de exponerlo y contrastarlo con nuestro entorno, nos distancia por un lado de la realidad y por otro de nosotros mismos. Quizá por eso nos hallemos todos en esa carrera constante por encontrar formas de reconciliarnos con nuestro interior, de conectar con lo profundo.

Esa función liberadora la cumplen de sobra multitud de prácticas artísticas, y todas ellas desde la expresión. El teatro nace precisamente de esa necesidad de acercarnos a la dimensión oculta de la vida, proponiéndonos un viaje en busca de la autenticidad del ser humano. Y para que ese viaje tenga un buen final, para que el público pueda alcanzar el estado catártico, que Aristóteles definía como una purificación del alma o estado superior de consciencia, se necesita que los actores estén preparados para ejercer de guías.

Pero el aprendizaje del actor de teatro no consiste en una mera formación técnica. Ha de emprender su propio viaje particular, encontrarse consigo mismo y prepararse para ser un auténtico vehículo expresivo. Expresivo de su Yo más profundo. Para esta labor el actor se entrena mediante la creación de personajes, la improvisación, la intervención en situaciones dramáticas y la representación. Se ejercita en su capacidad de conectar consigo mismo y por ende, con el espectador. Y aunque se ha dicho siempre que el teatro es mentira, que el actor no dice la verdad cuando interpreta, en el teatro sabemos que el gran actor es aquel que, conectando con lo más sincero de su interior, consigue llegar al corazón del público. Luego no hay mentiras en el teatro, sino honestidad. Y por suerte para todos, esa función liberadora o de comunicación autentica es accesible para cualquiera que experimente los beneficios del juego teatral y los ejercicios expresivos.

El juego, entendido como experiencia creativa, desempeña un papel fundamental en el proceso liberador del teatro, ya que nos entrena para encontrar respuestas a situaciones complejas o que en algún momento han generado bloqueos en nosotros. Y eso surge, no de la racionalización de los acontecimientos, sino de la espontaneidad y la intuición con la que nos enfrentamos a ellos. Y el experimentar de manera espontánea nuevas vivencias produce un placer curativo en nosotros. Jacob Levi Moreno, precursor del psicodrama, definía la espontaneidad como "la respuesta adecuada a una nueva situación, o la nueva respuesta a una situación antigua". Pero como muy bien sabía Moreno, para que esto suceda es muy importante que la experiencia se viva en comunión con otras personas. El trabajo en equipo y la improvisación suponen un entrenamiento eficaz de escucha y empatía entre los actuantes, donde cada cual se ha de hacer responsable de sus actos, ya que toda acción tiene una consecuencia en el otro. Medirnos en esta experiencia nos pone los pies en la tierra, nos acerca al otro, y nos da una nueva perspectiva tras el aprendizaje.

Y aunque no sepamos que contestó el talentoso Javier Bardem, cuando llegó a una gran escuela de teatro, ni en qué gran producción de Hollywood se halla ahora embarcado, si podemos compartir con él el mismo impulso universal de crecer como personas, conocernos mejor y mostrarnos al mundo de la forma más honesta posible. Algo que sin duda, ha de estar al alcance de todos nosotros.

Fernando Gallego

Actor y terapeuta gestalt

 

El 14 de febrero y la comercialización del amor

El 14 de febrero y la comercialización del amor

En nuestra sociedad las personas tenemos un conjunto de ideas preconcebidas erróneas sobre las relaciones sentimentales y el amor. Son fruto, en gran parte, de los modelos de pareja que nos muestran a través del cine o la música comercial, la publicidad y, en general, los medios de comunicación, que fomentan un amor de consumo banal, vacío y superficial.

Con relación al cine no puedo evitar hacer mención a la película basada en la serie Sexo en Nueva York donde el verdadero amor se tiene que demostrar a través de un matrimonio por todo lo alto con dimensión pública, una gran fiesta, un gran vestido, muchos invitados y una gran casa con vestidor diseñado para guardar cientos de pares de zapatos.

En el mes de febrero nos bombardean con la publicidad de ese especial día de San Valentín en el que demostrarás a tu pareja lo mucho que la quieres con perfumes, joyas, flores, viajes, cenas especiales, circuitos Spa para enamorados… Está tan metido en la cultura que si él o ella no se acuerda de ese día y nos prepara algo especial nos sentimos lastimados y decepcionados, sentimos que no nos tiene en cuenta y no tiene detalles románticos con nosotros. Como si el amor fuera eso.

En la música el amor es el gran tema, y frases como “sin ti no soy nada”, “te necesito”, “como yo te amo nadie te amará”, “soy tuya”, “morir de amor” etc. alimentan también estos mitos.

Podemos remitirnos también a la literatura, que a partir del siglo XIX especialmente,  alimenta la idea del amor romántico, por ejemplo la obra Madame Bobary y la de todos los poetas románticos.

Y pensamos cosas como: el verdadero amor es estar enamorado toda la vida, el sexo siempre debe ser intenso con mi pareja, mi pareja si me quiere debe saber lo que necesito, deseo o me hace ilusión, todo lo tengo que compartir con mi pareja, mi pareja se acordará de todas las fechas importantes, el único sentido de mi vida es el amor a mi pareja, no me puedo fijar en nadie más, ni sentirme atraído/a por nadie, los celos avivan la llama del amor, los detalles románticos tienen que ser especiales: saber escribirme una poesía + gastarte dinero en mí + sacrificar todo tu tiempo por mí+ hacer algo que no le guste por mí (y si todo ello lo hace el 14 de febrero, mejor).

Además, todo aderezado por un mundo, el occidental, donde las necesidades básicas, en general, están cubiertas y donde se alimenta un estereotipo de persona que debe estar en la cresta de la ola. Vivimos atados a las pasiones y cuando esto desaparece o no está presente sentimos que no hay amor.

Se trata de una concepción del amor equivocada, sujeta a múltiples mitos que nos llevan a tener un conjunto de expectativas sobre las relaciones y el comportamiento de nuestra pareja insostenibles en la realidad, y que, en parte, pueden explicar la dificultad para mantener una relación sana y duradera.

El ser humano de forma instintiva tiende a buscar apegos y a perpetuar la especie. Culturalmente, a lo largo de la historia y según nuestras pautas específicas de socialización, se han canalizado y matizado estas necesidades instintivas. No podemos huir ni de la biología ni de la cultura, estarán presentes en nosotros siempre. Pero si rascamos en las relaciones funcionales, sanas y satisfactorias en nuestra cultura llegaríamos a varias conclusiones:

El amor es más que enamoramiento, pasión o deseo. Es amistad, respeto, admiración, empatía, comunicación, compromiso, compartir, sentirse seguro, compañía, alegría. Y hay muchas maneras, casi tantas como parejas existen, de alcanzar esto.

El amor de pareja debe dejar espacio al individuo y a la satisfacción de sus necesidades personales.

Las relaciones amorosos son dinámicas y cambian a lo largo del tiempo.

El amor se demuestra, se alimenta y se aviva cada día en las cosas pequeñas y cotidianas y no con una súper boda, un sacrificio vital o un día de San Valentín.

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece

 

El poder de la risa. A reír, a reír, a reír…

risa

La risa es un mecanismo muy básico y primitivo que nos ayuda a estar sanos y unidos al grupo.

Compartimos la risa con los primates, y también las cosquillas. Otros animales como los perros y algunos roedores parecen tener algo parecido a la risa en los ambientes de juego o cuando se les hacen cosquillas.

La risa es uno de los precursores de la comunicación, al igual que el llanto. Cuando el bebé ríe nos indica que está contento, satisfecho, que no necesita nada de nuestra parte, y además, nos invita a establecer contacto social y afectivo con él, nos ayuda a reforzar nuestro vínculo emocional.

La sonrisa y la risa transmiten confianza y seguridad, “no soy peligroso, te puedes fiar de mí”. Es, por tanto, un facilitador de la resolución de conflictos. Las personas que sonríen más son consideradas más seguras y más atractivas.

Nos reímos mucho más con otras personas que solos, es un acto social. La risa es contagiosa lo que seguramente ha sido adaptativo como mecanismo de cohesión social.

Es muy difícil reírse de mentira, se trata de un proceso inconsciente que no podemos controlar. Cuando reímos de verdad lo hacemos “con los ojos”. Contraemos el músculo orbicular que no puede hacerse de forma simulada, por ello es fácil diferenciar una sonrisa o risa falsa de una auténtica (sonrisa de Duchenne).

sonrisa duchene.jpg

La risa tiene que ver con algo muy básico, con la primera infancia. La risa nos permite bajar nuestras defensas y no tomarnos tan en serio la vida, nos permite conectar con el juego, con el niño interior y nos libera.

La risa tiene beneficios extraordinarios sobre el sistema inmunitario, aumenta las defensas, no sólo durante el momento de la risa o diversión porque el efecto permanece tiempo después. La risa y el sentido del humor nos ayudan a canalizar el estrés y las respuestas emocionales ante sucesos negativos.

A reír...

Raquel López Vergara

Psicóloga y coach

Grupo Crece