Los rituales como compañeros de viaje

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Cumpleaños, bautizos, comuniones, entierros, bodas, aniversarios, celebraciones... existe una gran lista de rituales que, a día de hoy, se mantienen en nuestra sociedad. Sin embargo, cada vez los rituales están quedando en un lugar más secundario: por un lado, el carácter religioso de muchos de los rituales hacen que muchas personas no se sientan identificadas con ellos; por otro, empiezan a entenderse como compromisos, obligaciones sociales y gastos innecesarios.

Los rituales han acompañado al ser humano a lo largo de su existencia, adaptándose a su avance y circunstancias. Esto hace que en diferentes lugares (incluso dentro del mismo país), estos, tengan características diferentes.

Los rituales tienen varias  funciones para el ser humano: marcar hitos, conseguir reconocimiento, compartir un cambio de etapa, expresar sentimientos que no se comparten en el día a día….

Promueven el cambio individual, familiar y social. Se trata de un movimiento bidireccional, de dentro a fuera y de fuera a dentro: hay un cambio y en consecuencia un ritual, y al haber rituales, se hacen explícitos los cambios.

Una investigación realizada por la famosa antropóloga Margaret Mead sobre el efecto de los rituales en la mente y la sociedad y que expone en su artículo "La adolescencia como estado de transición, rituales de iniciación", nos hace reflexionar sobre la importancia de ello.

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En ella, analiza los diferentes efectos y las diferentes maneras de vivir la adolescencia en culturas que realizan rituales de iniciación, frente a aquellas culturas en las que no se realizan. Las conclusiones de ese estudio son claras: aquellas sociedades en las que se realiza un ritual de paso a la vida adulta, en el que se le trasmite al individuo el reconocimiento y la responsabilidad de su nueva posición, la adolescencia es una época de madurez, cambio y motivación. Sin embargo, las culturas en las que no existen esos rituales, la adolescencia es una etapa turbulenta, desmotivante y con un gran componente de conflicto. Esto se debe a la tensión surgida entre la necesidad de los jóvenes de ser reconocidos y la ausencia de ese lugar en la sociedad. 

Este ejemplo nos muestra el movimiento de dentro a fuera (llego a una edad en la que experimento cambios que necesito que tengan uns función y sean reconocidos) y de fuera a dentro (queremos reconocer tu avance en el ciclo vital y te acompañamos en este cambio). 

Los rituales no  tienen  por  qué estar prefijados, ni tienen que tener unos componentes concretos, pero sí tienen que estar planificados y tener un significado, una función para el individuo. Basta con poner nuestra creatividad al servicio de nuestras necesidades, el hito que queramos marcar o la etapa que queramos cerrar o inaugurar.

Sara Ferro

Psicóloga y coach

Grupo Crece

 

Los peligros y ventajas del WhatsApp en los menores. 10 pautas que debes tener en cuenta.

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Mediante este servicio de mensajería nuestros hijos e hijas pueden hablar, intercambiar archivos de todo tipo (predominan las fotografías), aclarar cosas de los deberes o de actividades del colegio, e incluso organizar eventos (fiestas de cumpleaños, salidas con los amigos, trabajos en grupo, etc.).

Se configura como una auténtica red social que requiere una vigilancia aún más exhaustiva por parte de los padres y madres, por este motivo, vuestro control es imprescindible. Lo ideal  sería esperar un poco más para que vuestro hijo o hija dispusiera de esta aplicación, es más, las propias condiciones o términos de servicio de WhatsApp indican los 16 años como edad autorizada para su uso (los menores de esta edad requieren consentimiento legal de sus padres/madres o tutores/as).

No obstante, cuando decidamos que nuestro hijo o hija la tenga, lo primero que tenemos que hacer al instalarla en su móvil es configurarla para que tenga la mayor seguridad posible. Y, a partir de ahí, concienciarnos de que tendremos que ejercer una vigilancia constante y profunda.

Debéis establecer con vuestro hijo o hija la condición de que vosotros accederéis a ella para revisar sus conversaciones, y la norma de que os tiene que enseñar cualquier cosa que intercambie e insistidle de nuevo en lo fundamental de proteger su intimidad, y de no hacer daño a nadie al manejar e intercambiar información. Estos valores adquieren mayor relevancia cuando se trata de conectividad móvil.

Además, restringir lo máximo posible el uso de WhatsApp es muy importante porque es una aplicación especialmente adictiva que puede hacer que vuestro hijo o hija esté pegado/a a su móvil todo el día. Por ello, en este caso son más necesarios aún los límites y todas esas normas de uso racional que hemos establecido para las llamadas o el resto de acciones llevadas a cabo con el teléfono. Pautar con ellos o ellas un uso limitado de tiempo al día  y que quede por escrito a modo de contrato es una buena forma de aumentar y mantener el compromiso. Como todo, el WhatsApp bien utilizado no tiene por qué ser negativo.

Por supuesto, bajo todo esto subyace de nuevo la relación de confianzaque debéis construir desde el principio con vuestro hijo o hija  a la hora de enseñarle a usar correctamente el teléfono móvil.

Os recomendamos las siguientes pautas para explicarles a vuestros hijos e hijas y disfrutar de esta app de forma sana y responsable.

1.    No compartas tu número con extraños

Tu número telefónico es una información valiosa, no permitas que otros compartan tu número o tu contacto en grupos de WhatsApp o lo envíen a otras personas. No compartas tu número con extraños, jamás sabrás realmente con quién estás hablando.

2.    Configura la privacidad de WhatsApp

Recuerda que tienes la opción de quién puede ver el horario de tu última conexión, foto de perfil y estado. También podrás desactivar la confirmación de lectura en caso de que tengas contactos ansiosos por una respuesta.

3.    No tengas miedo en bloquear

Puede que alguien te esté molestando, en WhatsApp existe la posibilidad de bloquear contactos a fin de que dejen de enviarte mensajes. Del mismo modo, tampoco podrás enviar mensajes a los contactos bloqueados.

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4.    Respeta a los demás

No escribas fuera del horario adecuado, muchos no desactivan las notificaciones y pueden ser molestas. Tampoco ofendas ni compartas contenidos inadecuados.

5.    Cuidado con lo que compartís

Cualquier persona que reciba tus fotografías, audios o videos  puede volver a compartir con sus contactos, incluso subirla a Facebook, Twitter, YouTube, etc. Si pasara esto, ¿Cómo te sentirías? Piensa siempre en esto.

6.    Cuida tu reputación en los grupos de WhatsApp

No compartas contenido poco interesante ni actualices en todo momento. Muchos no están pendientes de la conversación y podría ser complicado seguirla. Es importante no acaparar las conversaciones ni hacerse más presente llenando al grupo de contenidos que puedan saturar el chat.

7.    Recuerda que WhatsApp no elimina tu historial de Chat

WhatsApp advierte que no elimina tus chats, podrás eliminarlo de tu dispositivo pero podrás restablecerlo en cualquier momento porque WhatsApp no los elimina. Es por ello que tienes que pensar bien lo que escribes para prevenir problemas: “lo que se escribe se lee y no se lo lleva el viento”.

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8.     Las publicaciones privadas deben mantenerse así

No caigas en las prácticas de reenviar contenidos o hacer print de pantalla para compartir con terceros. La conversación es solo para ti y la otra persona, no pierdas su confianza ni la expongas.

9.     Establece otras vías de comunicación

WhatsApp no es la primera ni será la última vía de comunicación. Desconéctate de vez en cuando, haz llamadas o fija un encuentro con tus amigos y familiares, WhatsApp no puede suplir estos momentos memorables.

10.  La regla de oro: NUNCA, NUNCA DISCUTAS POR WHATSAPP!!!

A través de un mensaje escrito no existe el tono emocional, desconocemos el lenguaje no verbal, no sabemos en qué estado está el otro y no tenemos suficiente información sobre el grado de veracidad del mensaje, tampoco si lo está escribiendo él o ella (puede haber alguien asesorándole sobre qué decir en la discusión, incluso un adulto). Cuidado con esto: las discusiones deben ser siempre en persona y por supuesto manteniendo el respeto en todo momento. Si alguien te envía un mensaje ofensivo, no contestes e inmediatamente habla con nosotros, no entres “al trapo” nunca.

Como madres y padres procurad estar siempre lo mejor informados posible y manejar más o menos bien la tecnología móvil. Es la única forma de acompañar al hijo o hija correctamente en este proceso, y no quedaros atrás. Ante cualquier duda o problema, buscad ayuda. Hoy por hoy existen muchas entidades que se ocupan de formar y de dar pautas a las madres y padres para mejorar la educación en estos ámbitos.

Susana Paniagua Díaz

Psicóloga educativa y familiar

Grupo Crece

Las rabietas en los niños. Qué son y para qué sirven.

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El ser humano es una de las especies más indefensas en su nacimiento. Desde que nacemos, los bebés caminan cada día hacia su independencia, como instinto de supervivencia: aprenden cada día habilidades que les capaciten para valerse por ellos mismos. En este desarrollo, los niños van adquiriendo nuevas habilidades, aunque cuentan con algunas desde su nacimiento, la más importante: el llanto.

Durante el desarrollo de nuestros hijos el llanto tiene diferentes funciones. En los primeros dos años de vida, la función de comunicar el malestar y los aspectos que ponen en peligro su supervivencia. A partir de los dos años, comunicar sus preferencias, y defenderse de lo que ellos perciben como ataques a su independencia.

Las rabietas son el mecanismo de comunicación que tienen los niños de autoafirmarse, de trasmitirnos que ya tienen un criterio, y que quieren guiarse por él, que quieren decidir.

El único problema para los niños es que esta autoafirmación les conlleva un conflicto emocional importante, ya que, por un lado, saben que quieren conseguir algo, pero por otro, como a los padres nos cuesta entender lo que les está pasando, tienen que enfrentarse a nuestro enfado. Que los padres no conectemos con el enfado ante las rabietas es porque tendemos a pensar que es una forma que tienen los hijos de rebeldía, que nos quieren tomar el pelo, y que el propósito es desobedecernos.

Esta situación, provoca en los niños una ambivalencia de sentimientos, que lejos de aminorar la emoción, la a crecenta, ya que el miedo entra en juego. El miedo a que nos enfademos, el miedo a ser castigados, el miedo a no merecerse cosas que ellos quieren.  Eso, nada más y nada menos, son las famosas rabietas: una lucha interior entre lo que los niños sienten que deben hacer por naturaleza, y una incomprensión de los padres hacia tales actos, que les provocan unos sentimientos ambivalentes y negativos.

Esa ofuscación entre querer una cosa, no entender lo que pasa y el rechazo paterno o materno, es la fuente de la mayoría de las rabietas. Por eso lo mejor es dejarle claro que, haga lo que haga, siempre le querremos y le comprenderemos, aunque a veces no estemos de acuerdo.

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Las rabietas son la  primera experiencia de asertividad, de defensa de nuestros deseos, de nuestras preferencias.   Es importante entender esta dimensión, y no quedarnos solo en el hecho de  que nuestro hijo o nuestra hija está llorando y gritando de manera desconsolada, para no mandar el mensaje “no puedes expresarte”.

Por lo tanto tenemos que entender que cuando nuestras hijas e hijos tienen rabietas su vivencia es la siguiente:

  1. Tienen una necesidad
  2. Necesitan sentirse legitimados a tener esa necesidad.
  3. Su intención es  egocéntrica. No quieren desesperarnos ni retarnos.
  4. Les asusta nuestra reacción.

Conocer estos aspectos y tenerlos en cuenta es la base para poder manejar nuestras propias emociones, con el fin de que su frustración no se nos contagie, generando una “rabieta familiar”. Al final, las rabietas tienen una función de diferenciación (los niños nos quieren expresar que tienen un criterio diferente), por lo que tenemos que aceptar el avance en esa diferenciación, asumiendo que la emoción y la frustración no es nuestra si no suya. De esta manera, podremos colocarnos en el lugar más protector para ellos, atendiendo su malestar, sin ceder, pero cuidándoles en su emoción.

Sara Ferro Martínez

Psicóloga familiar e infanto-juvenil

Grupo Crece

Cómo hablar de sexo con niños menores de 10 años

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Muchos padres se preguntan cómo pueden dar a sus hijos una buena educación sexual cuando ellos no la han recibido. Abordar este tema con los niños puede resultar complicado y es necesario encontrar el camino y la manera de poder hacerlo de forma natural. La educación sexual no es únicamente dar información sobre los órganos sexuales, la reproducción o los anticonceptivos, sino que es hablar también de comunicación, de afectividad, de responsabilidad y de placer. 

A los niños y niñas se les puede explicar que la sexualidad es una de las formas que tenemos las personas para comunicarnos, darnos cariño y placer, y divertirnos juntas. Como padres y como madres tenemos que saber, que sexos hay dos, hombre y mujer, pero hay muchas maneras de construirse como hombre y como mujer. Para hacer educación sexual de calidad desde el papel de la familia no hay que ser sexólogos o sexólogas. Nos pasa que no somos expertos en nutrición, seguridad vial, economía, sin embargo sabemos que no es algo que sea ajeno y podemos aportar nuestra experiencia y conocimiento. 

¿En qué nos equivocamos los padres y madres a la hora de hablar de sexualidad con los hijos e hijas?

El principal error que pueden cometer los padres y madres es interpretar con ojos de adulto las manifestaciones infantiles de la sexualidad.

La sexualidad infantil está poco diferenciada y poco organizada con relación a la de la persona adulta. No hay unas sensaciones estrictamente eróticas como en la persona adulta. Ni es una sexualidad centrada en lo genital y en la procreación, por supuesto. Como es lógico, si no parecen claros los deseos, mucho menos la posible orientación de éstos. 

Otro error es hablarles de forma ambigua, esquiva y poco clara. Es importante que nuestro lenguaje sea más directo y concreto para que ellos no perciban que evitamos el tema como si fuese algo prohibido o perjudicial.

Lenguaje no verbal poco adecuado: explicarles cualquier cosa sobre sexualidad desde gestos y expresión corporal confusa, con matices ansiosos, inseguros y/o que denote que nos escandalizamos.

Es bueno partir admitiendo que las principales causas del miedo y la resistencia a hablar de sexo con los hijos e hijas son los temores personales. El padre y la madre se encuentran en una situación en la que perciben la propia desinformación, dudan incluso sobre qué es en realidad la educación sexual y para qué sirve, se enfrentan a ideas erróneas e incluso falsas, y a la influencia de los medios de comunicación, que conduce muchas veces a tener una imagen distorsionada de la relación paterno filial. Por eso es tan importante conocerse previamente uno mismo y, si es necesario, realizar un ejercicio de autoformación.

 

 ¿Cómo hablar con ellos?

Hay que escuchar con mucha atención e interés todas las preguntas que sobre sexualidad nos hagan los niños/as y responderlas sobre la marcha con palabras sencillas, pero, sobre todo,  intentando decirles lo que realmente sabemos, lo que nos parece que más se acerca a la verdad.

En relación a este tipo de preguntas, hay que tener en cuenta estos criterios:

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1.   Explicarles de forma sencilla, en palabras que puedan entender, con vocabulario popular (si no expresa sexismo, es agresivo o malsonante) en la familia con los más pequeños. Poco a poco iremos introduciendo otro vocabulario más técnico, lo que sepamos, con interés y sinceridad.  El vocabulario popular y técnico pueden coexistir y favorecer el realismo de las respuestas. No hay que ocultarles información ni adulterarla. La actitud de “decirle la verdad” es lo más importante.

2.   Tomarse muy en serio las preguntas, aunque podamos darles después una visión alegre y positiva a las respuestas sobre la sexualidad.  Por ejemplo:

Hablar positivamente del hecho de ser niño o niña, de forma que se queden satisfechos con su identidad. No comparar a los niños y las niñas atribuyendo ventajas a uno u otra, sino dar una visión positiva de las dos identidades.

Indicar que los padres tienen hijos porque se quieren y lo desean, que están encantados con el embarazo y que el parto, aunque cuesta, es una gran alegría.

Dar una visión positiva de los cambios puberales incluida la menstruación, diciéndoles que se demuestra que su desarrollo ha ido bien, les hace mayores, etc.

Decirles que las conductas sexuales (besos en la boca, por ejemplo) las hacen los adultos porque les gusta, la desean, se lo pasan bien y se expresan cariño.

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3.     Podemos usar algunos libros con dibujos o algunos cuentos para explicarles estas cosas. También, si estamos de forma natural desnudos delante de los hijos e hijas, podemos usar nuestro propio cuerpo para enseñarles las diferencias entre hombres y mujeres.

4.      Dejarles claro que los chicos y las chicas pueden ser lo que quieran y que no debe haber desigualdades entre los hombres y las mujeres. Debemos ser flexibles e igualitarios en nuestra vida real.

5.   Responderles a sus preguntas con naturalidad, al menos intentarlo aunque nos resulte muy difícil y volvamos hablar del tema más tarde. Las preguntas son muy diversas, muchas de ellas bien difíciles de explicar  para los padres y madres e incluso para los profesionales. Pero lo importante es intentar decirles lo que sabemos, incluso se les puede decir que no lo sabemos bien.

6.      No buscar respuestas enrevesadas o respuestas complejas. Es normal que no lo entiendan del todo, y se les puede también decir: “ya lo entenderás cuando seas mayor, son cosas buenas que hacemos los mayores cuando nos queremos, nos gusta, etc.”.

7.   Puede responderse delante de menores de diferente edad, porque no hay que dosificar la información, sino adaptar la respuesta al que pregunta. Los demás que están presentes podrán hacer nuevas preguntas si lo desean.

Susana Paniagua Díaz

Psicóloga

Grupo Crece

 

 

La sexualidd infantil. Tips para orientar a madres y padres.

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El sexo es, sin duda, uno de los temas de conversación que más preocupa abordar a padres y madres. 


Puede que nuestra educación, en la que lo sexual no tenía mucho espacio, o la sociedad en la que hemos crecido, en la que la sexualidad ha estado cargada de mensajes ambivalentes, nos ponga la bola en la garganta cuando el sexo aparece a formar el triángulo con padres/madres e hijos/hijas. 

Entonces, ¿cómo debemos enfocar la sexualidad de nuestros hijos e hijas?

La primera cuestión que tiene que guiar el abordaje sobre el mundo del sexo con nuestros hijos e hijas es que la sexualidad en la infancia no se rige por los mismos planteamientos y esquemas que caracterizan la sexualidad adulta. No podemos, por lo tanto, evaluar, juzgar ni entender la sexualidad infantil desde nuestra mirada adulta.

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Debemos contextualizar el sexo en el momento concreto del desarrollo en el que se encuentren los niños y las niñas, incluyendo la sexualidad como un apartado propio del desarrollo, con sus fases e hitos, que deberán ser alcanzados para un correcto desarrollo.


Los adultos tenemos ciertas resistencias para asumir la sexualidad infantil, pero no podemos olvidar que la base de la sexualidad adulta, igual que la de otras tantas conductas, va a estar en la infancia. Los mensajes que recibamos y las emociones que rodeen la sexualidad van a marcar la manera de entenderla y vivenciarla en el futuro.

Por eso debemos de cuidar de manera especial nuestra comunicación en torno a la sexualidad con nuestros hijos e hijas, tanto la verbal como la no verbal. 

Para afrontar la comunicación, primero debemos entender las características de la sexualidad infantil, que nos permitan acercarnos desde una mirada adaptada y no desde nuestra perspectiva adulta:

  • Lo genital no tiene importancia en esta etapa.

Que la sexualidad es mucho más amplia y concierne a más aspectos de lo genital es algo que conocemos. En la infancia, la sexualidad tiene relación con el descubrimiento de sensaciones que resultan placenteras, provenientes de estímulos que activan los diferentes sentidos.

  • La sexualidad se relaciona con el hedonismo infantil.

Si hay algo que caracteriza a los niños es su tendencia a la búsqueda del placer (de cualquier tipo). En la infancia no se han adquirido aún ciertos aspectos sociales que regulan muchas de estas conductas hedónicas.  Es por ello que a los niños les cuesta mucho entender que tienen que renunciar en ocasiones al placer. En esta búsqueda del placer, los niños se encuentran con el sexo que,  para ellos, no es más que otro placer que descubrir y buscar (además, es de los pocos placeres que dependen de ellos mismos).

  • Los juegos sexuales de este periodo se basan en la enorme curiosidad y la tendencia a imitar que le son propias.

Los niños y las niñas están sometidos a una gran cantidad de información relacionada con sexualidad (parejas que se besan, la relación entre sus padres, palabras relacionadas con la sexualidad…) que captan y buscan comprender e integrar dentro de sus capacidades. Para ello, utilizan los recursos que están a su alcance, entre los que se encuentras la imitación y el juego simbólico. 

  • Las preferencias sexuales no están determinadas.

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Los niños y las niñas exploran y aprenden en función de sus necesidades evolutivas del momento, eso no quiere decir que las necesidades y las preferencias sexuales estén determinadas o sean estáticas.

La sexualidad es uno de los aspectos de nuestra especie que nos va a acompañar durante nuestra vida. Para ello, se va transformando en función del momento de nuestro ciclo vital, adaptándose a nuestras capacidades, nuestro ambiente y  nuestras motivaciones. Entender la sexualidad de nuestros hijos e hijas, sus manifestaciones y sus funciones, nos hará acercarnos a ella desde la calma y la seguridad, evitando trasmitirles ansiedad y culpa relacionadas a la sexualidad.

Sara Ferro Martínez

Psicóloga, coach y experta en educación y familia

Grupo Crece

 

Mi hijo/a tiene miedos, ¿Cómo puedo ayudarle?

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Es normal que el niño o la niña, a lo largo de su desarrollo, tenga algún tipo de miedo pasajero. La actitud de las personas que le rodean es importante para evitar que se agrave el temor y desemboque en un miedo mayor como la fobia.

Por ejemplo, muchas veces, para evitar que el niño o la niña se exponga a un riesgo, los padres y madres lo cogen en brazos (por ejemplo, cuando se cruzan con un gato) lo que le lleva al pequeño o pequeña a concluir que realmente existe un peligro.

En otros casos, los padres y madres se muestran molestos/as e incluso se enfadan con su hijo/a por sus miedos a cosas inofensivas: “Eres muy miedoso/a, ¿no ves que no hace nada?”. Con esto lo único que se consigue es que el niño o la niña muestre mayores reacciones de temor.

Lo recomendable es mantener siempre un diálogo de confianza para que pueda expresar sus miedos y ayudarle a darse cuenta que son sólo miedos infundados: “¿Que te da miedo, el gato? Sólo saca las uñas y bufa si está enfadado, y ahora no las ves, a si que puedes acercarte sin temor….mira, es suave…”

A veces, se utiliza el miedo como método educativo. Algunos padres o madres creen que la única forma de conseguir que el niño o la niña obedezca es atemorizándole:  “Te voy a llevar al médico si no comes… si no te duermes no vas a crecer y te quedarás pequeño… si no te tomas el jarabe tendrán que pincharte…”. Este tipo de amenazas se emplean con el fin de lograr ciertos comportamientos del niño o la niña y aunque funcionen a corto plazo, a la larga su eficacia es cuanto menos dudosa. Lo que se consigue es un niño o niña miedoso/a que cree que el médico es malo o que no va a crecer nunca. De esta forma, el miedo que presente no será infundado y resultará difícil que se desprenda de él.

Algunas de las pautas que pueden seguir los padres y madres para ayudar a su hijo o hija a superar sus miedos son:

No ridicudizarlo.

No burlarse de sus miedos y mucho menos delante de otras personas. La emoción del miedo es real y es necesario respetarla y validarla.

Entender su miedo y ponerse en su lugar.

La empatía es en estos momentos la mejor de las estrategias para calmar su miedo: “Entiedocómo te sientes, yo de pequeño/a también tenía miedo… es normal, se pasará, yo estoy aquí para ayudarte a superarlo….”.

Demostrarle con la propia actitud que realmente no pasa nada.

Si el niño o niña ve que los padres y madres tienen miedo por ejemplo a tocar un perro, es probable que él también sienta lo mismo y, seguramente,  esa emoción le dure mucho tiempo.

Tener paciencia.

No tener prisa porque supere sus miedos. Cada niño o niña necesita un tiempo para poder enfrentarse a las situaciones que le provocan temor.

No presionar

No obligarle a que se enfrente a los estímulos que le provocan miedo de forma directa porque muchas veces conseguiremos el efecto contrario: que tenga más miedo. Hay que exponerle de forma gradual, haciendo una jerarquía de situaciones de menor a mayor miedo. Por ejemplo, con el miedo a los perros, empezamos primero mirando fotos de perros, vídeos, a continuación verlos de lejos por la calle, primero los más pequeños, luego los más grandes, después más cerca…. Así sucesivamente hasta que logre acariciar uno de manera tranquila y con confianza.

No mentir sobre sus miedos.

Ser siempre honestos con ellos y con sus temores.

Susana Paniagua

Psícologa familiar, educativa e infanto-juvenil

Grupo Crece

 

Como ayudar a los más pequeños a superar las alteraciones del sueño

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El sueño y la  alimentación son los dos primeros hábitos que tienen que aprender los/las niños/as.

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El sueño es imprescindible para la vida, para la recuperación de las funciones fisiológicas y para la adquisición de nuevas capacidades. La falta de sueño en los/las niños/as dificulta el proceso de aprendizaje continuo en el que están inmersos/as.

Cuando un niño o niña no duerme bien, sus padres tampoco lo hacen. Como consecuencia, no descansan, no se concentran en el trabajo, están irritables y dedican cualquier momento libre para recuperar horas de sueño, con lo que van disminuyendo el tiempo para disfrutar de su hijo/a.

Cuando un/a niño/a no adquiere un hábito de sueño adecuado es muy probable que las pesadillas y los terrores nocturnos aparezcan con más fuerza y se alarguen en el tiempo más de lo habitual.

¿Cómo ayudar a nuestros hijos e hijas a superar las alteraciones en el sueño?

1. Muchos niños/as tienen dificultades para conciliar o mantener el sueño, en la mayoría de los casos los problemas de sueño se deben a una falta de hábitos o a que se practican de forma incorrecta. La instauración o reeducación del hábito ayudaría a solucionar el problema: acostarlo siempre a la misma hora; cenar al menos una hora antes y siempre cenas no demasiados copiosa; evitar el azúcar y las chuches por la tarde (provocan activación en los/las niños/as); dejar una lucecita, linterna o similar si tiene miedo a la oscuridad; contarle cuentos que inciten a la relajación y no a la activación (evitar cuentos de aventuras o luchas); realizarle un pequeño masaje y practicar ejercicios de relajación sencillos y cortos.

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2. Otro de los problemas frecuentes en los/las niños/as son las pesadillas, es decir, sueños angustiosos que despiertan al niño/a que se despierta desorientado/a y que cuando acuden los padres es capaz de hacer un relato coherente.  En este caso lo recomendable para reducir su incidencia o evitar que aparezcan es: conocer las preocupaciones del niño/a (en el colegio, con sus amigos, etc.) y ayudarle a resolverlas; evitar que el/la niño/a se exponga a estímulos ansiosos (películas o relatos de terror) antes de dormir; acudir a tranquilizarlo e intentar que vuelva dormirse él o ella solo/a.

3. Los terrores nocturnos es otro trastorno del sueño pero a diferencia de las pesadillas tras el sueño aterrador el niño no se despierta: aunque grite o llore o se incorpore de forma agitada está dormido/a y por mucho que los padres intenten calmarlo/a no disminuye la acción. Las recomendaciones para reducir su incidencia o evitar que aparezcan son: acostarlo antes de que esté excesivamente cansado (el cansancio aumenta la probabilidad de que aparezcan los terrores nocturnos);  hacer todo lo posible para que se acueste tranquilo y sin temores; cuando aparezca el episodio, acariciarle para calmarlo, no despertarle porque al cabo de un rato se volverá a dormir con tranquilidad.

4. Si estos trastornos se alargan en el tiempo, es conveniente consultar a un especialista.

Susana Paniagua Diaz

Psicóloga

Grupo Crece

 

 

 

¿Tengo un problema o un adolescente?

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A los padres y madres que acudís a consulta con vuestro hijo adolescente:

En primer lugar, enhorabuena, con este gesto estáis transmitiendo a vuestros hijos que, por muy mayores que sean, todavía y siempre estaréis ahí para cuidarles, apoyarles y dotarles de todos los recursos para su bienestar.

Sin duda, la adolescencia es un momento de crisis. ¿Quién no recuerda con cierta angustia esa época en la que cada día te levantabas con una emoción invadiéndote y con un planteamiento diferente sobre la vida? Aunque sea una etapa dura, se trata de una crisis necesaria y adaptativa. Es la manera en la que los adolescentes encuentran su lugar en un mundo en el que la infancia, a veces, se quiere acortar, llenando a los niños de responsabilidades desde que son pequeños y en la que la edad adulta se atrasa a veces por encima de los 30 años.

Si vemos esta realidad, ¿No es lógico que los adolescentes se revelen? ¿No es comprensible que estén enfadados con un mundo que hasta ahora estaba idealizado y se torna real de un día para otro?

Cuando nos planteamos como padres acudir a terapia con nuestros hijos adolescentes, es importantísimo distinguir entre dos formas de adolescencias: las adolescencias estándar y las adolescencias problemáticas. Y, sobre todo, es preciso intentar como padres no instalarnos en la queja, ya que desde ahí, no podremos construir un lugar de encuentro.

¿Qué comportamientos definen una adolescencia estándar, pero pueden confundirnos y preocuparnos como padres? Pues aunque a veces os incomode y os sintáis desbordados, podéis estar tranquilos si vuestro hijo…

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Es egoísta.

Su naturaleza de adolescentes les enfoca a ellos mismos, sus emociones les invaden con una intensidad que no han sentido nunca, lo que les consume una gran cantidad de recursos, haciéndoles complicada la ya difícil tarea de empatizar. Ante esta realidad, tenemos dos opciones: perseguirles diciendo que son unos egoístas, que no les reconocemos con esa actitud, o dedicar un mayor espacio a visibilizar las emociones de la familia, atendiendo especialmente a las suyas, dando ejemplo de empatía.

No os cuenta las cosas.

Un día llegan a casa abatidos y al siguiente parece que les ha tocado la lotería, pero cuando les preguntáis qué les pasa os dicen “nada, no sé”. Esta respuesta levantará todas las alarmas maternales y paternales, la desconfianza se cernirá sobre vosotros y en vuestras cabezas aparecerán las opciones más extremas. Sin embargo, muchas veces esta respuesta es la más sincera que os puedan dar, ya que ni ellos mismos entienden el por quéde sus comportamientos o de sus estados de ánimo, o, en otras ocasiones, no saben cómo explicarlos, ya que cosas que antes no les afectaban, ahora les inundan.

No tiene la energía que tenía antes.

El cuerpo de un adolescente es como un guiso en ebullición: constante actividad, constante desgaste. Tener menos energía, algún dolor de cabeza o mucha hambre, responde al aumento de la activación interna por los procesos hormonales que se desarrollan en su cuerpo.

Solo le motiva lo que tiene que ver con la tecnología y las redes sociales.

La adolescencia es la época del despertar social, del darse cuenta de la influencia social que tenemos como individuos, y ese descubrimiento es enormemente ilusionante. La mayoría de los casos, esa motivación está muy lejos de las temidas adicciones a las redes sociales. Para ellos la tecnología es su manera de relacionarse con el mundo, pero también de leer, de descubrir, de estudiar... No debemos dar por hecho que cada vez que cogen la tableta es para hablar con los amigos (aunque si fuera así, tampoco nos resultaría muy complicado entenderles; ¿o es que nosotros no aprovechamos cualquier momento para consultar nuestro whatsapp?).

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La crisis adolescente se convierte en muchas ocasiones en una crisis familiar, en la que los padres y madres también desempolvamos al adolescente que hay en nosotros, entrando en dinámicas que no están a la altura de nuestro papel.

Es importante entender la adolescencia como un momento de crisis en el que la diferenciación de los chicos y chicas de la familia, empezando a tomar sus decisiones y encaminarse hacia sus propias metas, desempeña un papel fundamental. Para favorecer una sana diferenciación, es necesario que como padres y madres nos mantengamos  en nuestro rol adulto a pesar de los envites, pudiendo acompañar a nuestros hijos e hijas en este centrifugado en el que están inmersos,  pero sin contagiarnos con su confusión, sus miedos y su inestabilidad.

Sara Ferro Martínez

Psicóloga familiar y educativa

Grupo Crece

La agresividad en los menores: claves para prevnirla

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La agresividad es un estado emocional que conlleva sentimientos de ira y odio y deseos de dañar a otra persona, animal u objeto. La agresión es cualquier forma de conducta que pretende herir física o psicológicamente a alguien. Esto se traduce en empujones, golpes, arañazos, pellizcos, patadas, insultos, burlas, amenazas, etc.

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La frustración es la situación en la que se halla el/ niño/a cuando encuentra un obstáculo que no le permite alcanzar un deseo o una meta. Esta frustración no tiene por qué generar agresividad, a menos que el/la niño/a experimente una importante emoción negativa al no poder conseguir lo que desea.

Las situaciones que con más frecuencia provocan comportamientos agresivos en el/la niño/a  suelen deberse a problemas de relación con otros/as niños/as, que a su vez le agreden o no le permiten satisfacer sus deseos, y con adultos que le aplican consecuencias, no le dan lo que él/ella quiere o le exigen que cumpla una serie de normas.

¿Cómo prevenir estos comportamientos agresivos?

  1. Es fundamental normalizar y restar importancia a las situaciones de irritación, evitar exagerarlas como medio de corrección: si el niño o la niñagrita y su padre o madre le grita a él o ella,  entran en una dinámica que no sirve para evitar el comportamiento del niño/a y sí para aumentar el ambiente de crispación en casa.
  2. Respetar el punto de vista de nuestros/as hijos e hijas y empatizar con la emoción sin imponer violentamente el nuestro. Escucharles y escuchar las razones que nos dan. Bajo ningún concepto es justificable la imposición de criterios por la fuerza.
  3. La agresión física o verbal sólo tiene consecuencias negativas. No se debe justificar ni utilizar. La agresividad de los niños y niñas es muchas veces un reflejo de la que reciben o visualizan, hay que olvidarse pues de los castigos físicos y las actitudes agresivas.En medio de una discusión es recomendable parar y contar hasta 10. Si un padre o madre ve que se va a iniciar una pelea con su hijo o hija podrá salir de la habitación y después, cuando los ánimos lo permitan, volver a plantear el tema y buscar una solución.En ocasiones parece que el niño o la niña tiene una actitud retadora y está provocando que surja una situación conflictiva. En estos casos no hay que entrar al trapo, sino retirarse de la situación, cambiar de actividad o salir a dar una vuelta.  Si el niño o la niña se muestra agresivo/a, no se debe caer en la tentación de actuar igual que él o ella; lo más probable es que se provoque una escalada de mutua agresividad difícil de parar, que irá aumentando en intensidad. Lo más apropiado en este caso es mantener la calma, conseguir contagiarles con la misma y no al contrario. Los padres y madres deben estar pendientes de los contenidos a los que acceden sus hijos e hijas a través de la televisión, internet o videojuegos. Es importante controlar que los/las más pequeños/as no vean escenas de agresividad física o verbal. Si aparecen, conviene estar con ellos/ellas, explicarles que no son escenas reales y darles alternativas de solución para que no piensen que lo que ven es válido.
  4. Hay que convencer al niño o la niña que él o ella es capaz de controlar el enfado antes de transformarse en ira: contándole a algún amigo o amiga lo que le pasa; contando hasta 10 antes de insultar, gritar o pegar;  recibir o dar un abrazo;  discernir con él  o ella si lo que le pasa es un problema pequeño, mediano o muy grande y darle alternativas para cada uno de ellos; golpear una almohada; hacer un dibujo de su ira; dar determinadas vueltas corriendo tan rápido como pueda;  pensar en cosas buenas y practicar ejercicios de relajación (por ejemplo, aprender mindfunless).

Susana Paniagua Diaz

Psicóloga familiar e infanto-juvenil

Grupo Crece